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miércoles, 28 de agosto de 2024

© La mano del tiempo (Poema inédito  de Frank Ruffino)

 




A Harold Alva Viale,
con Amistad

 

En estos días, 
que a la mayoría
se nos figuran cortos,
contemplo las verdes venas
del lánguido dorso
de su mano derecha.

Muestra a los fans
de la archifamosa
página literaria un anillo
y pulsera muy monos
que le han obsequiado 
en México, 
durante la gira promocional 
de su más reciente 
novela en que habla 
de la pertinente
necesidad de estar cuerdos.

Encarecidamente agradece
a sus amigas toluqueñas
en la firma de libros
de la víspera por esas
dos piezas preciosas,
una sortija de flor
y la delicada pulsera
de calavera. 

En ese mismo momento
en el DF., prosternado,
casi seguro un sicario
suplicaba a la Santa Muerte
le protegiera de todo mal,
aunque fuese a matar 
al hijo de alguna madre.

Triste por la mano 
del tiempo, el cordero 
sentenciado
y esa aflicción próxima
de un anónimo 
corazón maternal, 
por fin esta mañana confirmo 
que los días sucumben 
como aves sin una rama
en qué detener sus alas. 

Anhelé más indicios
de tales sospechas,
algo de resultados 
instantáneos, sin casi 
moverme entre 
mis sábanas cotidianas
que se me figuran mortajas.

Evitando saltar
de este rectángulo
de los malos
sueños momificados,
hago recuento de la celda
oculta bajo toneladas
de arena, e infantilmente 
recrimino al que bien 
podría tener la culpa 
de todo esto,
el reloj de cuco
que, si no nos mata
en la flor de la vida,
por repetición constante
e inexorable de los días
nos ridiculiza.

Y es cuando esto trastoca
en una feria circense
de fenómenos,
a cuál más irreconocible,
mejor, aunque, veo, también, 
el tiempo es un viejo patriarca
y ducho diplomático
como lo fuera
el mismo Pilatos. 

Constato ahora que desde
el alumbramiento morimos
infinidad de veces
sin pena ni gloria:
mueren sesenta segundos
(¡sólo sesenta segundos 
de mi vida!)
y nadie celebra 
las respectivas
honras fúnebres; una hora,
veinticuatro, los siete días
de la semana
y el mes fenece sin advertir
yo una pinche esquela
de tres líneas en el diario,
ni un "lo siento" o "pobre"
del mejor amigo. 

Contra esa pared amarilla
y polvorienta, harto 
campante el dios impasible 
guarda silencio, únicamente 
percibo su corazón minutero, 
perfectamente acompasado.

Lamento este cruel monólogo
y todo el hórrido juego
que paulatinamente
nos consume hasta los huesos. 

Claro me queda, podría 
morir media vida mía 
o sus tres terceras partes 
y nadie tendría 
la más mínima
pista a fin de percatarse
y anunciarlo 
con una leyenda exhibiendo 
un mensaje, tal vez 
similar a este: 

Ha muerto un setenta
y cinco por ciento
de este fantasioso d
e Ruffino.
Con su restante poca vida
creemos aún sabremos
mucho de él. La mayor parte
de lo que solía ser, será velada 
hoy en la funeraria E.R.,
paz y resignación
a sus familiares, si los tenía. 

A causa de tanto
dramatismo interior,
en un inesperado
susurro telepático,
el maldito o bendito tiempo
(¡vaya saber 
uno si esta cosa 
atesora alguna 
naturaleza moral!) 
lanza implacable 
sentencia rayando 
con un palito la arena 
para que las cosas 
resulten bien claras. 

Así, a todo tren realizo
traducción 
de sus jeroglíficos,
sarta de símbolos
que exhiben, entre otros,
doradas cruces ansadas,
íbices, gatos, leones,
chacales, pirámides
y discos solares. 

En este ejercicio,
ya el vendaval ha borrado
casi todo, pero me habla 
de lo obvio... que un día 
morirá mi vida entera
y todos irán al funeral. 

¡Gran noticia! 

A través de mi pensamiento
le espeto que es un verdugo
y cuervo agorero
como no se había visto,
de la tremenda injusticia
de soportar tanta porquería
para semejante
y jodido desenlace. 

Entonces, ofuscado,
me hace sentir
simple protozoario,
que él se encuentra
muy pero que muy afanado
midiendo todo,
desde el nacimiento
de un complejo
y respetable agujero negro,
hasta la simple y fugaz vida 
de una insignificante cigarra. 

También confiesa,
a nadie ofrece audiencia,
tachándome de poeta bribón, 
epíteto que jamás 
esperé de alguien 
tan mayor y distinguido.

Ingenuamente, uno cree
que por existir tanto
(¡ni modo... reconozco
es el artefacto
más viejo del universo!),
personaje así debería 
mostrar que él mismo 
es epítome de urbanidad. 

¡Pues para nada! 

Sólo se me ocurre reclamar
por el desenlace
del melancólico
cuento de la vida achacándole
no haberme diseñado
con la eternidad del oro,
lo más deseado 
en este mundillo.

Y uno llega a perturbarse
de verdad, aunque muestre
resignación de corderito,
que pasa por aceptar
en silencio y no atesorar
más dudas de la genuina
y macabra anatomía
de esta mano del tiempo. 

¿La han visto ustedes?



*

"La mano del tiempo" es un texto independiente e inédito de este autor (2023). Proviene de un poema corto que había publicado en libro, creo, de Hombre adjunto (2013).


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Natalia Lafourcade. 

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