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domingo, 21 de marzo de 2021

© Un cuento de estrellas (Frank Ruffino) 






Un día por fin llegó para los consortes poetas la coyuntura histórica en que fue igual el nuevo tiempo en su país de aquel radicado en el extranjero.

El viejo Maestro Lar, cercano a los ochenta años, casi inválido y arrasado por las enfermedades, aparcó su automóvil, abrió la ventanilla y fijó su mirada cansada en Las tres marías, que lucían azules por la distancia. En un susurro extrapoló esa visión geográfica a la celestial.

Apenas creí oírle pronunciar sus nombres...

Alnitak, Alnilam y Mintaka —dijo con una honda nostalgia.

—¿Y ésas? —le dije. Entonces señaló las montañas indicando con el índice una a una al tanto las nombraba para sí.

—Las otras del cazador cósmico, ahora ocultas por la luz del sol, o éstas de la Cordillera Central... Saber de astrología no me bastó para ver mi futuro...

—Ah... —sólo atiné a decir.

Al rato de platicar me enteré de tales analogías y del suceso en su pasado. De tal manera comenzó a contarme ese episodio existencial que nada le había alertado de su significado oculto posterior.


Era el matrimonio de poetas trascendentes más grande visto en la república y del istmo en toda su historia. Se trataba de esas conjunciones estelares de dos cuerpos que muy pocas veces se ven en toda la vida cultural de una nación.

Su fama combinada de astros, pero mucho más la de él, los hacía radicar en el extranjero, al otro lado de El Charco, en Madrid, ciudad cosmopolita donde adquirieron un lujoso y amplio piso, gracias a las jugosas bolsas de los numerosos premios importantísimos que el poeta lograra en la Madre Patria y por breves años como embajador de su país en esa nación europea.

Una noche de tantas, ya dejando los dos la época de provechosa juventud, la pareja yacía dubitativa sobre la gran cama matrimonial fabricada de cedro del Líbano. La veladora adrede apagada para escudriñar mejor las formaciones pegadas en el alto techo en que reverberaban las constelaciones fosforescentes más representativas del Zodiaco, del cual Lar fungía también como un astrólogo místico y notable, aunque no explotara esas habilidades echando las cartas, no más entre sus amigos y discípulos.

Pero ni la inquietante influencia de la oscura noche plutónica le había preparado para las consecuencias tras esa cotiana conversación entre dos almas sensibles y hermosas.

—Sabes algo, mi amado general de la legión de soldaditos poetas... —dijo Judy apuntando como si disparara a las tres principales estrellas de Orión.

—No, amor... ¿Qué?

—Pues..., que de aquí en adelante me dedicaré en cuerpo y alma a la juventud de nuestro reino, ¡iré de caza! —le confió.

El poeta no exhibió asombro alguno al conocer su deseo. Entre los dos, algo tan naturalmente circunscrito a su mundo literario no requirió mayor explicación, pues ansiaban descubrir y formar nuevos poetas.

Volverían, sí, dejando una rutilante estela de tres lustros de vida soñada por cualquier escritor o artista del Tercer Mundo que triunfa rotundamente con su arte en Europa. La edad de ambos, establecida en poco más de un año de diferencia, siendo Lar el mayor, les hacía recapacitar añorando el viejo terruño. Partir en largo viaje de retorno y anclar definitivamente en una diminuta ciudad como San José, donde la trayectoria de conquistas en el extranjero les bastaría para eclipsar durante el resto de sus existencias a una multitud de pequeños pero vanidosos poetas nativos. 

Un maestro de maestros, como nuestro poeta Lar, se constituía en el mayor orgullo en los anales literarios de América Central desde Darío.



Guiados siempre por las constelaciones, esta vez del tejado mayor, fue pronto el día de verse reinstalado el binomio de notables creadores en su residencia de barrio Escalante. Las secciones culturales de los principales diarios destacaron el arribo definitivo de los escritores a su tierra y de la prolífica y fructífera estadía en España. No se quedó rezagado el sempiterno regidor jefe de la ciudad, apersonándose al exclusivo Escalante, secundado de la banda municipal y el cuerpo de policía de esa corporación personalizada. Una alfombra roja se extendió desde el zaguán de la casa, recorriendo el amplio jardín abierto, concluyendo en mitad de la calzada, donde rápidamente montaron una tarima portátil en que el alcalde Jam, sin saber nada de literatura, pronunció un discurso de recibimiento alabando las virtudes del dúo de esclarecidos ciudadanos.

Mas, apenas silenciada la música y apagadas las luces, la poeta Judy abandonó a su glorioso marido para cumplir el objetivo de consagrarse a la juventud, así lo constató Lar al ver a su ex con un joven adonis.

Por fin el Maestro había comprendido el sentido de aquella frase dicha por su antigua esposa, mientras retozaban frente a un firmamento falso de constelaciones fosforescentes.

FIN

San Pedro de Montes de Oca, Domingo, 21 de marzo de 2021.

© 'Un cuento de estrellas' es un relato inédito ficticio, parte de mi libro en proceso © 'Cuentos de perra nostalgia y desvarío'.


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