Y es preciso cuando se desmarca de los colegas matarifes. Así me dilucidó tal paradoja el día que fui a entrevistarlo, pues, últimamente, resulta imposible obviar la larga fila de ciudadanos que cada día se forma frente a su negocio dando vuelta a la manzana:
—Nunca he matado un pollo, menos corderito; corazón no tengo para semejante y odiosa acción de quitarle la vida a una criaturita de Dios, pero la gente debe comer. Eso lo tengo clarísimo como este fiel espejo —pone el intimidante cuchillo de carnicero horizontalmente frente al rostro, se contempla y tristemente hace un guiño—. Soy perfecto inepto, un carnicero cobarde y sin vocación, mas, como todos, también debo subsistir y sacar adelante a mi familia.
—Bueno, señor Tacones, y es que tampoco es deber del carpintero realizar labor de leñador, ni del panadero sembrar trigo, ni del herrero extraer metal de la mina —le digo a este sensiblero de antología buscando yo alguna empatía.
—¿Y sabe algo, mi confiable e inteligente joven periodista?
—No...
—Antes que el oficio de carnicero, mi genuino desiderata estribaba en la heroica profesión del toreo, mas, al empezar a incursionar en este arte magno, al siguiente paso de clavar las banderillas, acto previo a la estocada fatal, pues que me quedaba de una pieza frente al pobre bruto y por muy poco escapé de ser cogido y fungir de trofeo.
—¡No!
—¡Pues sí que es así! Los ojitos que me hacía el toro aún me conmueven.
—Madre mía...
—Y la de todos... ¡nuestra Negrita Santísima!
Y vuelve sobre la acción de cercenar, cortar, trozar... no parando ese temporal de sentimientos convertido en abundantes lágrimas que, cuando se abren las esclusas de a de veras, trata de enjugar en su delantal blanco, ya impregnado de indefinidas salpicaduras gordas de sangre, quedando impresas las regiones de su rostro torturado.
Y es en este punto que evoco el Sudario de Turín. Un cuadro patético nada conocido por su numerosa clientela (y que le prometí no revelar en mi reportaje) al ser Juanita y Lupe, madre e hija, respectivamente, las encargadas de despachar adelante al público que acude fielmente y en tropel a Las delicias de Tacones, nombre del negocio cuyo lema reza:
Los mejores y más frescos cortes aderezados con sentimiento
Y no es mentira.
Así que el producto del establecimiento de este carnicero Tacones parece estar equilibradamente salado, extrajugoso y más fresco y conservado que de los de la competencia, del diluvio vertido sobre las piezas, un llanto incontenible sobre su mesa de destazador, larga y ancha pieza rectangular de acero inoxidable donde caben los cadáveres de dos vacas descuartizadas.
Y por los bordes adrede levantados hacia adentro, el charco de lágrimas crea una piscina de sanguaza única y especial en su superficie, esencia y adobo ultrasecretos que hace tan apreciable a este comercio cárnico sin igual.
https://youtu.be/h0ffIJ7ZO4U?si=CTNtT_YU3EuF_bJG
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¡Gracias por la confianza!