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sábado, 17 de junio de 2023

© TÓXICA (Cuento de Frank Ruffino)

 



Después de padecer yo durante tres horas el implacable tormento que sólo puede destilar una mujer tóxica, esta mañana he cavilado en Camilo Rocha, un colega santulón hecho polvo por su exmujer.

Empujado hasta el mismo límite de la locura, era de esperar este tipo resultara peligrosamente contaminado y también trastocara en radiactivo por sus redes sociales, escribiendo poemitas ácidos en los que no determino un vestigio de arte y sí mucho de vendetta.

Pobre.

Aunque le comprendo perfectamente bien, conjuro este incidente acaecido hace varios meses mientras viajaba a mi pueblo. Estropear más este buen carácter y equilibrio emocional, no representa una decisión inteligente que digamos...

¡Cancelado!


Somos nueve hermanos, señor, yo, la más espabilada, por eso voy a rescatar a mi padre Batista, de noventa y dos años. Diosito me ha otorgado el don del discernimiento, y no actuar ahora es condenarme al fuego eterno. Mi hermano Luciano es el más bruto de todos, a él se debe ese abandono. Esta vez sí cumpliré la promesa, aunque cuatro de ellos se opongan. Yo hago esto porque soy la más espabilada —recalcó, mientras me miraba de frente para garantizarse las cosas quedaran bien claras.

La dama, que se decía 
«solterona y a mucha honra», venía de la capital donde trabajaba desde hacía cuarenta años en la casa de una rica familia oligarca. Ya había llegado a los sesenta y cinco, y constantemente enfatizaba esa privilegiada condición ante sus tontos hermanos y hermanas, también viejos y solterones.

Yo abordé el bus en la ruda «Ciudad de los Poetas», y en la próxima hora ese fue el monotema de conversación: por más que le hablara de otros tópicos, invariablemente comenzaba a relatarme con lujo de detalles su cometido.

No tuve opción siendo ése el único asiento disponible, y la señora Grettel, solícita, acomodó contra la ventana una larga bolsa blanca hasta apoyarla en el piso donde llevaba un futbolín para algún niño, de tal manera sus filosas rodillas ladeadas se apretujaban contra mis piernas causándome cierto malestar indefinible.

Como he dicho, el afán existencial de esta hija consistía en rescatar a su padre y llevarle a un asilo de ancianos en San Cristóbal, donde, a cambio de donar la exigua pensión del viejo a la administración del centro, según ella, tendría una vida de primera, con dos o tres paseos anuales a la playa incluidos, y una visita especial al Museo de las Momias en la ciudad capital, urbe que aún no conocía, y diversiones de todo tipo, hasta clases de merecumbé para el ágil de don Batista, famoso por participar en las celebraciones de la comunidad y ostentar una marca invicta de bailar salsa durante ocho horas seguidas.

Fenomenalmente flaca hasta casi la caquexia, exhibía una repulsiva blancura transparente que fácilmente mostraba su sistema circulatorio hasta en los más íntimos detalles (con sarcasmo pensé podría ser un notable espécimen vivo para la facultad de medicina de cualquier universidad). La nariz, caída en gancho, y un rostro anguloso, correspondía a la severidad de su alma, que evocaba a esas monjas monstruosas de las películas de suspense y horror donde a los pobres huérfanos se les aplica todo un amplio repertorio de torturas indescriptibles. Cuatro o cinco verrugas diseminadas por la cara no contribuían a arreglar el conjunto.

Tras unos lentes verdes de grueso marco, los ojillos azules no paraban de girar y fijarse en mí a fin de constatar pusiera atención a su historia y del próximo desenlace, que, aseguraba, tendría ocurrencia al día siguiente, miércoles, cuando bajo la promesa de un magnífico paseo a volcán Dinamita, al fin ingresaría al indomable progenitor librándolo del descuidado y aprovechado de Luciano, a quien igual debía expulsar de la destartalada cabaña de su padre.

—Ese bruto hermano cobra la pensión de ochenta mil colones mensuales de mi santo padre y lo tiene mendigando en el caserío, importunando a los turistas porque me lo han informado así las viejas amistades de allá —me dijo indignada, y aclaró—: …Pide limosnas a los gringos que pasan hacia ciudad Violeta y detienen a comprar artesanías y souvenirs en los dos o tres puestos establecidos a la orilla del camino.

—¡Madre mía! Pero... ¿qué vida es esa? —Exclamé, mostrando un falso sentido de empatía porque ya experimentaba hundirme en arenas movedizas.

—¡Pues ninguna, por eso voy actuar, soy la más espabilada de ellos señor!

Ante su perorata reiterativa, muchas veces simulé dormitar, infructuosamente: invadía mi espacio vital acercándose hasta por poco besarme, lo percibía así por el vaho caliente de su mal aliento, un tufo a cafeína y nicotina que me creaba súbitos mareos, e imaginaba su horrible rostro desfigurado a causa de la ira que le provocaba Luciano. Entonces adrede abría de golpe mis ojos mostrando el desconcierto habitual de quien es despertado abruptamente, pero tal cosa ni la inmutaba, creyendo ella, le asistía el derecho de torturarme durante el viaje por haberme cedido el asiento.

El propósito de esta tóxica 2.0 estribaba en volverme loco, como si realmente no hubiese entendido yo el objetivo de su importante misión: rescatar al vagabundo de Batista de las garras del chupasangre de Luciano. De pronto el vehículo se desvió en la habitual parada del hostal Coco, completándose la mitad del recorrido de lo que pensé sería un sufrimiento continuo hasta el pueblo al lado de este emplasto.


Satisfechos tras treinta minutos de recreo en el establecimiento, de nuevo los pasajeros abordamos el autobús. Entonces descubrí la oportunidad de quitarme de encima a la bruja Grettel, cuando, al abordar, una pasajera a la que había dejado olvidada un conductor despistado mientras se encontraba en el retrete, le solicitó al chofer la encaminara hasta Las Cañas, pueblo situado en nuestra ruta.

—Será un placer resolverle, joven, pero sólo de pie —advirtió.

—No importa, gracias, necesito estar en Las Cañas, de pie o sentada, pero estar.

—Disculpe señor conductor: le cedo mi asiento... ve, allá, donde está aquella señora y la bolsa blanca que sobresale de la cabecera.

De tal manera la muchacha se acomodó en mi lugar, y henchido de gozo fui hasta la parte trasera del bus, lejos de Grettel, Luciano y Batista, a quienes ya harto perfilaba en mi mente.

No había terminado de felicitarme por tan ventajosa decisión, cuando sentí unos ojos clavados en mí. Efectivamente: desde su asiento, la ponzoñosa de Grettel me miraba con una furia y odio asesinos. Gesticulaba y hablaba como si yo estuviera a su lado sin quitarme la vista. La joven, desconcertada, sólo se embutió los audífonos simulando dormir.



Aunque no le escuchaba, por el detallado lenguaje de señas sabía ya la historia de principio a fin, ¡esta mujer y yo compartíamos ciertos rudimentos en la comunicación de los sordomudos! Y volvía a la carga expresando, desgañitada, cada detalle:

—Somos nueve hermanos, señor, yo, la más espabilada, por eso voy a rescatar a mi padre Batista, de noventa y dos años. Diosito me ha otorgado el don del discernimiento, y no actuar ahora es condenarme al fuego eterno. Mi hermano Luciano es el más bruto de todos, a él se debe ese abandono. Esta vez sí cumpliré la promesa, aunque cuatro de ellos se opongan. Yo hago esto porque soy la más espabilada —remachaba en un violento lenguaje Lesco, mientras me miraba de frente para que las cosas quedaran más que claras.

Faltaba aún poco menos de una hora de viaje. Ya no era un pasajero seguro de sí mismo, quien se dirigía al pueblo para celebrarle a su hijo El Día del Niño. Traté de controlarme cerrando los ojos y respirando como hace el atleta en medio de la maratón deseando alcanzar cuanto antes su distante meta.

Transcurrirían así unos cinco minutos, yo, sosteniéndome en el travesaño, haciendo equilibrio para no caer mientras fingía descansar. Pero como dicen que la curiosidad siempre mata al gato, con el rabillo del ojo miré hacia donde la venenosa de Grettel, quien, no sé cómo, supo la observaba y, cual muñeca diabólica novia de Chucky, seguía recetándome su cantinela de señas, retomando la historia donde la había dejado:

—Mi bruto hermano cobra la pensión de ochenta mil colones mensuales de mi santo padre y lo tiene mendigando en el caserío, importunando a los turistas porque me lo han informado así las viejas amistades de allá —me dijo indignada, y aclaró—: …Pide limosnas a los gringos que pasan hacia ciudad Violeta y detienen a comprar artesanías y souvenirs en los dos o tres puestos establecidos a la orilla del camino.

Al terminar de numerar uno, dos, tres... con sus hórridos dedos de tijera, sintiendo un pavor indescriptible, hice lo mío y mantuve así hasta que escuché al conductor anunciar, creí yo, el final de aquel suplicio: «Quedan servidos estimados pasajeros».

Disipada parcialmente la angustia, me dispuse a marchar a casa, distante de la estación a medio kilómetro, mas, no recuerdo haber dado ni un paso cuando todo tornó en una oscuridad de muerte.



A los veinte días desperté del coma profundo en el nosocomio provincial. Al principio únicamente retenía mentalmente una confusa visión de aquel viaje en que aparecen veintidós jugadores azules y rojos venir con todo contra mí.

Se han ido sucediendo los meses y, en apariencia, he ido recobrando completamente la memoria, reconstruyendo, como un puzzle amargo, las peripecias para sobrevivir a ese periplo retumbando en mi mente el nombre Grettel. De cualquier manera... ¿quién puede inventar semejante historia? La familia me aconseja solicitar anticipadamente la jubilación, aunque no tenga edad para ello; apuestan porque lleve yo una vida más calmada.

Atribuyen mi desmayo y golpazo a esta maldita mascarilla de tela y a las consecuencias de una salvaje «cuarentena» impuesta por el Gobierno, sin obviar el estrés por trabajar muy duro a fin de mantener a mis dos pequeños hijos.

Sé muy bien la experiencia vivida es real y lo que terminó por hacer la vieja Grettel con mi cabeza. La familia y amigos cercanos exigen testigos, mas, nadie hasta la fecha asegura haber visto a esta agresiva del futbolín. ¿Y las cámaras de seguridad del bus? Pues como suele pasar, para mi mala suerte iban desconectadas.

Temo cerrar los ojos por las noches, aunque sabemos la falta de sueño mata más rápido que el hambre o la sed, eso alertan acreditados neurocientíficos, pero al hacerlo invariablemente aparece la bruja, ahora empleando un gran megáfono tras el que vocifera en mis propias narices, para que las cosas queden más que claras…Y aquí le corto, pues de cierto modo he logrado empoderarme ahorrándole su maldito discursito pronunciándolo yo mismo, imitando su fea y metálica voz de urraca:

—Somos nueve hermanos, señor, yo, la más espabilada, por eso voy a rescatar a mi padre Batista, de noventa y dos años. Diosito me ha otorgado el don del discernimiento, y no actuar ahora es condenarme al fuego eterno. Mi hermano Luciano es el más bruto de todos, a él se debe ese abandono. Esta vez sí cumpliré la promesa, aunque cuatro de ellos se opongan. Yo hago esto porque soy la más espabilada.

¡Ay!

FIN

San Pedro de Montes de Oca, 05 de octubre, 2020.

NOTA: Este texto aparece en mi nuevo libro de cuentos 'Para matar un androide' que he publicado a fines de octubre de 2023. De los 18 relatos, 14 son inéditos. Pueden adquirirlo en 7,000 incluido envío por correo certificado. Mi WhatsApp-Sinpe: 85-28-84-87. 




«ISLA BONITA»

Dejémonos de brujas (afortunadamente las menos) y vayamos a las hadas madrinas y musas 2.0 como Madonna. Les comparto hoy, de esta llamada «Reina del pop», «Isla bonita», éxito mundial lanzado en 1986. Cuando la Tierra sólo sea un pedrusco global de hielo, esto será el paraíso de la imaginación, por eso muy contento estoy de haber nacido en la, a pesar de todo, exclusiva franja ecuatoriana de este planeta rocoso, donde la violencia, crimen organizado, narcotráfico y corrupción parecen ser el «pan» nuestro de cada día:

https://youtu.be/zpzdgmqIHOQ

PARA ADQUIRIR MIS LIBROS DE CUENTOS

Amigos lectores, pueden conseguir mis tres libros de cuentos «Los perros también soñamos» (2019), «Golpes bajos» (2020) y «Para matar un androide» (octubre, 2023), cada uno en 5,000 incluye envío por correo rápido. Si compran las tres obras: 12,000 totales. Pueden realizar un Sinpe a mi número: 85-28-84-87 y enviarme reporte y dirección a ese mismo número de WhatsApp. Lo mismo: si me envían dirección física o apartado, una vez que les paso colilla de correo hacen la transacción.

A lectores de Tilarán... bueno, por vivir aquí: 5,000 colones (10,000 los tres libros) y se los llevo a su casa.

¡Gracias de antemano por la confianza!

***

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Enamorada de su forma de contar. Me encantó. Siempre lo he admirado y un día tendre el gusto de saludarlo personalmente. Gracias por distraer mi dia en el que nací. Gracias!

Anónimo dijo...

Gracias, de verdad. Un honor. Atte. Frank.

Anónimo dijo...

Excelente saludos amigo Extraordinario me gusto mucho todo es excelente

Anónimo dijo...

Muchísimas gracias por este cuento. Maravilloso. ML

Anónimo dijo...

Muchas gracias! Demasiado hermoso.

Anónimo dijo...

Excelente, excelente. Saludos mi amigo.

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