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martes, 20 de junio de 2023

© EL MONSTRUO FELIZ (Cuento de Frank Ruffino)

 



El tipo socarrón había estafado trescientos millones de dólares a cientos de ahorradores inversores en el Reino Soberano de la Impunidad.

Muy distinto le sucedió al malvado de Bernie Madoff, apodado «El Monstruo de Wall Street», quien tuvo cárcel para siempre y sólo para siempre en los gloriosos Estados Unidos de América.

Por lo que J. Chaves parecía estar inmensamente feliz y agradecido con la vida y justicia por la impunidad olímpica brindada, una especie de red de cuido muy paternal, tras haber perpetrado tal golpe de «genialidad» financiera, todo un antihéroe sensación, no visto en el pequeño reino desde que el infame Robert Lee Vesco cayera con un botín parecido por haber saqueado inmensos fondos de jubilados.

*

En república tan diminuta, ese día especial Álvaro y su esposa coincidieron con El Monstruo Feliz en el exclusivo restaurante Pescatore.

Habían perdido parte de su patrimonio por culpa de ese tipo que, como si nada, y previa reservación, buscó acomodo en la mesa contigua junto a su esposa Edna y amigos.

Se celebraba esa fecha el próximo 18 de junio, víspera del Día del Padre. Entonces, dos progenitores casi frente a frente: el padre bueno contra el padre malo.

El Monstruo Feliz ordenó langosta al ajillo y a un clic Álvaro se percató de la presencia del adefesio por su voz de inconfundible cuervo tenebroso, esto al solicitar la orden al camarero.

Resultaba imposible no reconocerle, pues El Monstruo Feliz, uno de los más dignos representantes del Esquema Ponzi en este planeta rocoso, se había hecho famoso estafando, sin muchas dificultades ni consecuencias, esa astronómica cantidad de recursos.

Ya él y su familia acababan tres simples filetes de tilapia, lo que podía sostener un presupuesto limitado.

*

Ante semejante romanticismo celebrado por la prensa rosa cuando se trata de riquezas incalculables sacadas de la chistera, el ya legendario Monstruo Feliz adquirió la asombrosa habilidad de ir impunemente flotando por la ciudad.

«
Ese es el poder del dinero, al contrario de la carencia absoluta de él y que suele arrastrar, envejecer, enfermar y matar al ser humano», se dijo Álvaro. 

Ya le habían visto hasta levitando en uno de sus Mercedes-Benz y también transmigrando a velocidades vertiginosas sobre las maltrechas vías, escuelas y colegios públicos bombardeados desde dentro por la corrupción, en fin, sobre la asquerosa cloaca, todavía así, llamada capital del reino.

De tal forma, El Monstruo Feliz, o sea, Chaves, se trasladaba como una especie de astronauta intocabable. La Corte le había construido una especie de helipuerto para su auto fantástico blindado, personalizado y a propulsión a chorro, ahí, en su mismo edificio principal del circuito judicial, al sureste del centro.

Un juez probo y enfadado advertía a un destacado periodista: «Este "cromo" Guinness llega y aterriza chillando llantas». 

Por la puertecilla de la azotea, entonces, cada vez de visita, salían a recibirlo magistrados y jueces del Reino Soberano de la Impunidad, y estas tortugas de Galápagos trastocaban a eficientes y proactivos, los muy pillos. La abuela Rosario Aguilar nunca se perdía de nada estas reuniones por videollamada.

Aplausos y abrazos, aupar en hombros al Monstruo Feliz, cual atleta olímpico que acababa de hacerse con medalla de oro o el querido doctor Franklin Chang-Díaz de vuelta a la Tierra tras seis meses en el espacio.

Luego, abajo, en los íntimos y oscuros garitos donde se cocina hoy la desgracia del pueblo, acomodaban en secretos gabinetes de cocobolo los fajos de billetes, nuevecitos y cuya denominación común era de cien dólares americanos.

¡Bellos billetones!, tanto, que no paraban de besarlos felicitando al Monstruo Feliz por ser harto filantrópico para con ellos, compartiendo un diez por ciento de lo obtenido a partir de la histórica megaestafa, todavía así, una increíble fortuna de treinta millones de dólares.

—El precio de la libertad cuesta y esa suma es casi simbólica, querido Javier —le hacían ver a coro los magistrados corruptos y borrachos.

*

«Esos son los honorarios por debajo, la mordida que hace esta justicia sea de plastilina para los ricos políticos oligarcas, y de implacable hierro forjado contra el ciudadano de a pie».

Todo esto reflexionaba y recreaba el vapuleado y saqueado de don Álvaro.

—Ya no habrá justicia, no... —caviló.

—¿Qué dices amor? —Le preguntó tiernamente su señora.

—Nada cielito... únicamente un murmullo, pensamientos en voz alta.

—Ah... ya.

El Monstruo Feliz paladeaba la langosta luego de realizar la respectiva catadura de un exclusivo vino francés de a dieciséis mil dólares la botella, y el sociópata no advertía que una de sus muchas víctimas le medía bajo acecho felino, y no de gatito Angora turco, sino de tigre siberiano.

Álvaro pensó en las valientes heroínas de Florita y su nonagenaria madre, quienes vieron evaporarse toda una vida de esfuerzo, estafadas por este desvergonzado Monstruo Feliz.

También evocó tres o cuatro suicidios, decenas de paisanos hundidos en la depresión y locura, muchos de ellos que, ante el descomunal estrés generado por ese emplasto de la genética, han muerto de cáncer.

Recuerda a Nayib y un cuento de Ruffino, El Reformador, que alaba al héroe salvadoreño.

—Ahora o nunca, debo estar a la altura de las circunstancias —se espoleaba.

Desentraña las características del entorno físico, sabe, inexorablemente, ha entrado en «modo de metamorfosis» en que ahora funge de gran depredador alfa. «El que a hierro mata a hierro muere», se reconforta buscando algo de ánimo.

Es un golpe de suerte cuántico o algo por el estilo, una coyuntura especial porque no ha perseguido ni acechado a su víctima. Le falta hambre, menos deseos de devorar a un ser ponzoñoso de siete cabezas, excepto una implacable sed de justicia.

Matarle y comerle sería un asesinato-suicidio y no hay derecho a perder la vida por tan poca cosa.

A sus espaldas, arriba, contra la pared azul que simula el majestuoso Océano Pacífico del reino... un hermoso y gran pez aparecía embalsamado.

*

Llegado el instante del petulante brindis, de pie, El Monstruo Feliz alzó su copa de tinto denominado «Domaine de la Romanée-Conti Grand Cru, Côte de Nuits».

¡Dios mío!

Pero antes de llevar más de este espectacular Bourgogne a su corrompido gaznate, Álvaro ejecutó un salto de jugador de la NBA y voló de la silla hacia el trofeo, un pez espada...

Fue un acto de poder paranormal o de adrenalina inefable: volviéndose en el aire y practicando un movimiento insólito, sólo posible por el otrora genio Bruce Lee o un gato, empaló al Monstruo Feliz antes de que la copa rozara su bocaza, y tanta resultó esta fuerza de superhombre que, en medio de un pandemónium, la bestia apareció clavada en el alto artesonado.

Recobrado su celebrado y tradicional temperamento afable y equilibrado, de súbito, el héroe de miles temió las consecuencias de ese intempestivo e impulsivo acto humano, muy humano, a la medida del Monstruo Feliz.

Pero... en una especie de resucitada empatía colectiva, se vio rodeado de cincuenta o más comensales que se habían puesto de pie y aplaudían.

Edna y sus dos cómplices saltaron por la ventana más inmediata arrasando una hilera de violetas persas, proyectaban espeluznantes gritos de horror en la San José de noche, feudo siniestro del alcalde Jam en el que posteriormente se refugiaron otros compinches del Monstruo Feliz.

A todos les había llegado su hora.

Cuentan, aún no emergen del alcantarillado de aguas negras, donde, al parecer, han encontrado su lugar, acogidos por el sempiterno edil.

*

En esta ocasión sí hubo policía, mas, nada raro ni fuera de lugar encontraron
: una rastrera y hermosa langosta fijada en el techo significa oportuno adorno para un establecimiento de mariscos de semejante perfil gourmet.

—¡Magnífico trofeo giovane signore! —vociferó abriendo sus brazos Salvatore, el propietario de la marisquería mientras los agentes alababan su restaurante. Pensó, se trataba de un fino obsequio de Álvaro por ser un día «speciale».

—¿Usted cree que sea un premio de las profundidades marinas? —Preguntó Álvaro al viejo italiano con un dejo de duda.

—Cómo no... sí que lo creo.

Entonces cogió el teléfono móvil y llamó al reputado doctor Peppino, taxidermista graduado en Harvard, amigo y cliente.

FIN

Martes, 20 de junio de 2023.

Imagen con fines ilustrativos.

Y... para no abandonar el tema de mi relato, h
oy les comparto, del genio... de Boy George, su éxito mundial de 1983 «Karma Camaleón». Disculpen por llamar a estas genuinas estrellas del pasado siglo XX "genios"... Viendo hoy a Bad Bunny, Peso Pluma, etc., no me cabe la menor duda de que eso eran pero no lo sabíamos entonces:

https://youtu.be/JmcA9LIIXWw

***

INCIDENTE EN PESCATORE

La víspera del Día del Padre, don Álvaro Arias Font nos demostró que aún existen personas valientes, 'heroísmo' para este tiempo: Él y su señora, afectados del caso ALDESA, cenaban junto a su hija en el restaurante Pescatore y 'pescaron' (karma) a Javier Chaves y su esposa Edna Camacho en una mesa contigua. Mi cuento sólo representa una metáfora, ficción de ese tragicómico incidente:

https://fb.watch/lgyjoo9Gci/?mibextid=Nif5oz


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