Entre sus ingles una bestia habitaba en el viejo recién llegado al poblado de Juan Díaz. Aunque aparentando ser inmensamente rico, o lo que es lo mismo, magnate, hasta ese día ninguna mujer necesitada de la región se atrevió a recurrir a semejante bóveda de dinero ambulante, de la fealdad repulsiva del estrambótico forastero, cuyo origen, a ciencia cierta, nadie sabía.
Aparte de enterarse todos, de que este visitante era un supuesto genetista internacional interesado en estudiar la llamada Zona Azul, mundialmente famosa por la cantidad de longevos mayores de cien años concentrados en varios cantones de la Península, se ignoraba casi todo del introvertido visitante en esa bucólica comunidad guanacasteca de escasos doscientos habitantes, y del porqué su piel exhibía un tono ligeramente azulado y el color de sus ojos fuese una chillona combinación entre verde y rojo.
Tampoco es que él buscara compañera que le hiciera más amena su existencia, pero un día de tantos la terrible carencia llamó a la puerta del enigmático señor, y en cuerpo de hermosa madre soltera apenas en sus veinte, aprendiz de escritora.
No tuvo apuro de preguntar nada, Nandayure sólo tomó asiento en el sillón de mimbre, y el carcamal, de nombre Joseph, previo a servir dos vasos de chicha, empezó a acariciarla, primero el cabello, luego los senos y este joven cuerpo fue el nuevo proyecto del fósil con anhelos de vivir.
Viejo, pero no inútil en asuntos de cama, pronto la imaginativa de Mariana frente a su ordenador (y dando sorbitos a su mate) puso a su personaje desnudo a la entera disposición de esa cosa, sentada sobre las enclenques y enfermizas piernas del caduco de Joe, pero aventajado todavía así como he citado, teniendo de su lado el infalible afrodisíaco del dinero abundante.
Tras ese fogueo, mostrando una energía primigenia y ancestral, el abuelito logró incorporarse sosteniéndola y prescindió del bordón con tres puntas de apoyo que lanzó sobre el grueso petate del salón y le llevó así mientras lanzaba carcajadas más propias de un poseso, a través del largo pasillo rumbo a la alcoba principal del despoblado y vetusto caserón de estilo colonial, sólida residencia señorial que había servido a distintos hacendados desde principios del siglo XIX.
Como figura de jadeíta, la puso delicadamente de pie al lado de la cama y Nandayure evocó un ring de boxeo por sus dimensiones. Joe hizo que describiera varias vueltas y observó detalladamente el esbelto y bien proporcionado cuerpo moreno de firmes senos exuberantes y macizas nalgas.
(Más risotadas y desconcertantes jadeos, características usuales en una hiena ante su presa).
Pero, previo a tumbarse junto al adefesio, la perturbada muchacha adecuadamente apuró el segundo vaso del compuesto fermentado de maíz y sugirió ejecutar el supuesto acto pasional con la luz apagada.
(Otro mate, risas de complicidad con su espeluznante historia avanzando estupendamente en la página de Word).
No eran para menos las previsiones de esta espigada beldad indígena: Joe parecía ser de edad incalculable, al punto que una pasa mostraría más lozanía que la añeja piel de su rostro, semejante al de una momia. Y el resto del organismo, pues ni que se dijera, de mal en peor: aunque en sus tiempos mozos debió exhibir una estatura cercana a los dos metros, el gastado hombre blanco daba la impresión de ir partido por la mitad. Por si fuera poco, una giba coronaba la espalda alta rivalizando en tamaño con la cabeza, de larga y desarreglada pelambre rubia que le daba más aspecto de ridículo orangután acabado.
En fin, que Nandayure y la mismísima Mariana creyeron estar en presencia del esperpento de Ramsés II, quietecito en su urna de museo, pero en versión desafortunadamente viviente y con súbitos deseos infinitos de disfrutar en una fresca y vital mujer, pues se sabía escandalosamente bella y sensual.
«Todo por mi peque, sí», se dijo, y, haciendo ficción en su ficción del relato, sería trance más funesto transmigrar al pasado a acostarse con Hitler... «Claro, esto si existiese la máquina del tiempo y fuese estrictamente necesario, como último recurso, caer en el agujero negro del nazismo», pensó osada e irónica, sentimiento compartido por la autora de la historia y Nandayure. Así que a fin de cuentas el vetusto ser no le resultó un escollo tan repugnante. Al menos esta vez saldría viva, sin hipotecar el alma al diablo o a Hitler, para muchos, el mismísimo señor de las lóbregas tinieblas del mal.
Joe apagó la luz principiando el tragicómico acto, sin barruntar ella, la bestia entre las ingles del viejo despertaba...
(Ya sus carcajadas morbosas habían trastocado en un fragor bestial). Y despertó con el ansia de una sed muy larga de ser. La chica creyó, su contraparte se valía de un mayordomo androide, exoesqueleto o artefacto de última generación por el estilo, pero al abrazar a este despojo humano con el objeto de responder mejor a las avanzadas sobre ella, se sostuvo de un cuello fuerte y terso y ya no tuvo oportunidad para más cavilaciones: sintió a la bestia entrando en todo su ser hasta los más recónditos escondrijos del alma.
(En este punto, Mariana Enríquez casi cae de su silla ergonómica y el contenido de su mate osciló peligrosamente).
Esta suerte de «máquina» revelación eyaculaba una especie de savia nacarada y luminiscente alumbrando la habitación intermitentemente, y el viejo sólo fue mal recuerdo, pero le amó especialmente por su descomunal y súbita fuerza impensable para un alfeñique de edad perdida en el tiempo. Mariana ordenó a su asombrado personaje femenino encender la lámpara.
De verdad que la muchacha de la historia había disfrutado de tan extraño trance sin explicación, y la autora porteña caviló, agradecida, esto únicamente le sucediese a ella en terrenos estrictamente de la imaginación y en distantes, exóticos y enigmáticos dominios de los antiguos y extraordinarios mayas.
Liberado y transformado en deslumbrante y sereno varón, mejor decir, «príncipe azul», Joseph lució por largo rato de la misma edad de Nandayure, y toda relación con un adonis resultaría injusta.
Esa noche, el destartalado viejo mágico transformista colocó el scooter eléctrico de la joven en el cajón de su camioneta 4X4 y la llevó por la carretera Nambí (Sabana grande) hasta su casa en el centro de la ciudad de Nicoya, cabecera del cantón. Por fortuna Nandayure no se encontró con ningún conocido. Eso sí, los pocos lugareños noctámbulos no salían de su asombro observando a la pareja dispareja ya que Joe había ido perdiendo paulatinamente el aspecto de galán.
Desde entonces Nandayure y Mariana Enríquez, exclusivamente, ven en Joe a un poderoso joven y místico amante, y la pasión fugaz de cada cita les hace regresar día con día a la gruta de este apolíneo ser en el fresco y empinado caserío de Juan Díaz, su imaginación, donde la escritora, ayudada por Nandayure y otro enigmático escritor paralelo centroamericano, tejen sus relatos.
En su fuero interno de cuentista jamás sabrá si el amor de su vida (de Nandayure) es el mejor ilusionista del mundo, está ella prisionera de algún hechizo literario maldito, o envuelta en un potente fenómeno paranormal.
Y necesitando rematar su historia y obligar a hablar por primera y última vez a este raro y versátil protagonista, el al fin también personaje de Mariana Enríquez, escribe: Bajo las noches de estío, cree, Joe no se termina de sincerar cuando le pregunta por su lugar de origen, y él, tan campante, sólo señala Las Pléyades y refiere lo de siempre: «En mi mundo todos somos eternos, aunque lucimos muy viejos, rejuvenecemos por breves lapsos de tiempo gracias a esta poderosa energía de la literatura».
FIN
'Ficción literaria' es uno de los relatos marco en mi primera novela 'Tristes memorias de un Tiranosaurio rex". En la ficción del texto, la afamada escritora argentina Mariana Enríquez (en el collage, izquierda, imagen de la autora) escribe este cuento, ayudada por la princesa chorotega Nandayure y un enigmático escritor mesoamericano (Frank Jacobs -este humilde siervo de la Literatura-). Luego estos personajes interactúan con la trama principal desarrollada mayormente en Tilajari (y Puente de Génave, España), dando también continuidad a los relatos que el lector cree finalizados. La novela comienza con "Maná de difuntos", un cuento que también proyecté dentro de la historia principal, pero, me dije: ¿qué pasa si lo ubico al comienzo de mi novela? Así, creo, mi obra crea una nueva, o al menos, original forma de estructurar un texto literario en este género.
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"Muchacha y Luna" (Voz y Piano. En esta interpretación, instrumento a cargo del músico tilaranense Luis Esteban Herrera Watson, y voz, Juan Alberto Díaz), tema original de una de las más exitosas bandas folclóricas y de ritmos latinos de la historia de América Latina, Malpaís, orgullosamente guanacasteca:
https://youtu.be/j5gMQPya1OQ?si=2aGb5tmSe-Wq__Xn
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Pueden adquirir 'Tristes memorias de un Tiranosaurio rex', directamente con este servidor al Sinpe-WhatsApp 85-28-84-87 (verificar sea mi perfil real y ese único número, a nombre de Francisco de Asís García Rufino), 8 mil, incluye envío; junto con mi también reciente poemario 'Ángel de lengua azul', 12 mil totales.
Para los tilaranenses, igual, ambas obras a través de este autor; y, sin la oferta anterior, en Tilacentro Comercial (costado oeste de Gollo), ambas obras, la novela, 8 mil y poemario, 6 mil, ahí, nuestra querida y proactiva Xinia Gomita les atenderá como merecen.
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