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jueves, 16 de enero de 2025

© Yo sólo quería un poco de pollo, señor juez (Cuento inédito de Frank Ruffino)

Imagen con fines ilustrativos. Escena de película. 


Diez mil kilos de bazofia biológica se habían encontrado en la bodega de un chino, provenientes de animalitos que habían sido criaturas de compañía y no tanto, como asquerosas ratas. 

Así, tan espectacular y detestable acontecimiento colmó de asombro a toda la pequeña república centroamericana al punto que trascendió sus fronteras. 

Entonces, el juicio preliminar tuvo una extraordinaria cobertura mediática a todo nivel. Esto declaraba el supuesto ladrón, cuando el juez Recio le permitió rendir su versión de los hechos: 

—En realidad yo, yo... «no soy un amigo de lo ajeno»... Si esa noche levanté la cortina metálica de la bodega comercial de un chino apellidado Wu, era porque el hambre corroía mis entrañas. Yo sólo quería un poco de pollo, señor juez. Fueron tres días con sus noches de vagar por la urbe josefina tras haberme malgastado el fruto de mi trabajo: ¡trescientos mil colones!, todo en ron y «amigas»; dos meses ganados capturando por mi cuenta camarones allá en la costa pacífica... 

En efecto, el guanacasteco Cristiano Poleo no exhibía perfil del clásico ladronzuelo, ni se le encontró el más mínimo antecedente penal. 

Explicó, estaba a altas horas de la noche retorciéndose del hambre y mirando maquinalmente las sucias y maltrechas aceras de San José, arrasado del más espantoso remordimiento por haberse ido de parranda (al extremo de no apartar el dinero del boleto de regreso a su terruño), cuando, sin pensar en robarle a nadie siquiera un mendrugo, advirtió mal asegurado el único candado de la cortina de seguridad del susodicho establecimiento que hoy es noticia. 

Y de esta guisa seguía el acusado brindado su declaración al adusto magistrado, en apariencia un rostro donde la misericordia ni llegaba por asomo: 

—...Tuve que levantar un poco el acero, sólo un poco... Un olor a carne descompuesta saturó mis sentidos y experimenté como un latigazo en el cerebro. Aquel tufo me hizo flaquear en ese empeño, pero… el dolor del hambre pudo más que mi honestidad. Seguro estaba encontraría un pedazo de pollo o pescado crudos, fresco o podrido..., no podía reparar en remilgos si estaba a un paso de sucumbir de inanición. La plancha no cedía más, algún bloqueo debía de tener, entonces embutí la cabeza por el reducido espacio ganado, serían unos veinte centímetros, y de tal forma mi famélica humanidad traspuso un umbral hacia el infierno. En ese momento pensé que en los recipientes azules de plástico yacían las cabezas o vísceras de los pollos o lo que esa tarde habrían destazado, así por curiosidad corrí la tapa negra de uno de los estañones... ¡Dios!, el acre olor frente a genuina bazofia por poco me tumba, pero más que lo hediondo, fue descubrir vísceras y partes de distintos tipos de animal... Aunque sus cabezas lucían semidesechas, determiné, principalmente se trataba de lo que ya sabemos: ratas, perros y gatos. 

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Un rumor de asombro y asco se extendió entre el público que había asistido al esperado juicio de aquel extraño suceso. Todos deseaban escuchar el testimonio de quien fungía ahora de testigo ocular de lujo en buena regla. 

Abanico en mano, algunas señoras extraían de sus bolsos pañuelitos impregnándolos de alcohol o colonia buscando no desmayarse o devolver..., como si toda aquella fétida pudrición de animales, impensables para el consumo en esa bodega de los horrores, estuviera dispuesta sobre la mesa y frente a sus propias narices. 

El juez, imprimiendo en su rostro un rictus de repugnancia y espanto indecibles, apoyó los codos sobre el estrado tapándose los oídos; evitaba enloquecer y desaprobaba olímpicamente las aberrantes circunstancias, mientras proyectaba una mirada feroz y severa hacia el chino, también denunciado por la misma Fuerza Pública a la que necesitó acudir cuando descubrió al intruso desmayado en su negocio. 

A todos quedaba claro, el lenguaje gestual del jurista no se debía al acto de aquel pobre hombre que, movido por un hambre bestial, había allanado ilegalmente la despensa del infausto chino Wu (dicen, hacía pocos meses emigrado de su natal China), sino por el descubrimiento insólito de la naturaleza del infame templo gastronómico a todas luces degenerado, oscuro reducto de un empresario psicópata. 

Oliendo una botellita de alcohol y acomodándose mejor su barbijo, frotándose las manos con el producto gelatinoso, trémulo, el juez reunió fuerzas y preguntó: 

—Únicamente por curiosidad, señor Cristiano, dígame: ¿Halló algo «cristiano» para comer en ese detestable lugar? 

—¡Nanay de la China Su Señoría! 

Dicha esta graciosa expresión espontánea, los presentes prorrumpieron en una gran ola de carcajadas que golpeó los tímpanos del representante de la justicia tica. 

—¡Orden, orden en la sala por favor, que esto no es comedia, sino una tragedia para la salud pública de la nación y correctas costumbres culinarias y nutricionales de nuestra nación! —Advirtió propinando tres martillazos en el pupitre. 

Luego el juez ordenó al excoacusado proseguir su relato de los hechos: 

—Observé más baldes, esta vez rojos y que suelen emplearse en las labores de aseo a fin de remojar el trapeador. Yacían sobre un estante de madera burda rotulado en pobre castellano y escrito con el acento que suelen tener los chinos: «populí de plocesados»… En ese instante, sobrecogido por el horror, entendí claramente deseaba decir «popurrí de procesados», o sea, un poco de carne de aquí y de allá, ¡y sabe Dios de dónde y de qué criaturitas de su Reino! Cada uno de éstos, tal vez un centenar, aparecían etiquetados para envío, que si a El Mil Sabores de Shanghái, El Dragón Picante, La Pagoda del Sabor, La Muralla de las Especias; Wantán Dinamita…, ya saben, establecimientos de San José y alrededores… 

—Pero... puede abreviar su historia, querido joven Poleo —indicó el juez Giliberto Recio, mostrando ya una clara empatía y afecto hacia aquel valiente y lúcido ciudadano. 

—Bueno, que destapé uno de esos contenedores y devoré seis u ocho de aquellos cuadritos, perfectamente coloreados de amarillo, anaranjado y rojo. ¡Y esa fue mi perdición! Además de yacer impregnados de glutamato monosódico o, lo que es lo mismo, ajinomoto, algún preservante ilegal para carnes, quizá aldehído fórmico u otro químico chino... debía de tener aquel «alimento», pues a poco empecé a experimentar mareos y el sueño me venció. Posible era que, todo ese producto de animales debía esperar «madurar» algo más con el objetivo de disipar el poder de la «formalina», y ahora lo veo: se trataba de conservante para muertos, ¡el mismo que emplean los médicos forenses en las morgues! 

Una nueva avalancha de exclamaciones y disconformidad inundó el recinto, y resultó tanta la ira del público, que al chino Wu le llovieron proyectiles de toda clase como lapiceras, monedas, encendedores, frutas... Pertinente fue apostar un cerco de seguridad alrededor del infame negociero asqueroso y macabro. 

No hubo necesidad de saber mayores detalles del flamante testigo porque ya el morbo había trastocado a un pánico general, y tan sádica derivó la tortura de escuchar aquella insólita pero oportuna declaración, que algunos de los espectadores, incluida una policía, huyeron despavoridos de la sala. 


👆 Mi último poemario (setiembre 2024. 7 mil, incluye envío), obra que ha recibido excelentes críticas literarias en Costa Rica. Una de ellas a cargo del escritor y poeta Guillermo Fernández: https://culturacr.net/poemario-angel-de-lengua-azul-resena/

Concluido el testimonio del camaronero y antiguo estudiante universitario de la UNED, en quince minutos el jurado tenía un veredicto, mismo que leyó la secretaria del tribunal y en el que se libraba a Cristiano de toda culpa, dictándosele prisión preventiva de un año al maldito Meiling Wu. Se debía investigar más a fondo lo que a toda luz debía categorizarse como un caso de crimen organizado: pertinente resultaba realizar un nuevo proceso que, sin discusión alguna, colocaría al asiático y su organización delictiva por varios años tras gruesos barrotes de hierro. Luego el juez dictaminó lo siguiente en su exposición final: 

—De chinos baratos, aclaro, porque este no es un juicio xenofóbico o contra el libre comercio, ¡líbranos Dios! Otro colega en mi caso le deportaría ipso facto, mas, se debe llegar al fondo de todo esto por el bien de la nación y establecer un sólido precedente tendiente a erradicar tan aberrante práctica criminal que, valiéndose de inocentes animalitos de compañía, principalmente perros y gatos, atenta en forma directa contra nuestros confiados estómagos y salud pública de los ticos. Les digo a los habitantes de este decente país, que, enterándonos todos de los detalles de crimen tan singular, estoy seguro este pseudocomerciante sádico e infernal nunca probaría lo que receta a sus clientes finales, por lo que, ordeno, parte de lo incautado en su despreciable cava sea llevado a La Reforma y exclusivamente se le alimente por doce meses con ese producto de carne engañosa multicolor y ultrasaborizada —sentenció. 

Lo cierto es que, diez toneladas de materia orgánica decomisada, en que destacaba la carne de pobres e indefensas mascotas, entre otros, restos de animalitos aún menos domesticados, como ratas y boas, no podían pasar desapercibidas para las autoridades sanitarias y defensoras de los animales. 

Del joven nicoyano Cristiano Poleo no es permitido decir mucho, excepto, y por pacto público y de la prensa, se trata de un atípico héroe nacional, sin lugar a dudas. 

FIN 

Este relato (y otros que calculo, nunca verán la luz por ser aún de más denuncia, basados todos en noticias) no lo pensé para libro, lo escribí inspirado en 2021, luego de leer esta noticia:

"Ratas congeladas -y restos de otros animales- entre pollo y pescado: ¿A qué riesgos expone su salud si consume estos alimentos? - El Observador CR" 

https://observador.cr/ratas-congeladas-entre-pollo-y-pescado-a-que-riesgos-expone-su-salud-si-consume-estos-alimentos/

El cuento lo dejé "madurar" estos años para, demostrar, los ticos 'olvidamos a los tres días' (en cuenta los 'medios de comunicación', muy alejados del periodismo interpretativo que aprendí en la universidad -1991,1994-) y  que, la impunidad en Costa Risa no sólo es aplicable mayormente a la delincuencia común y narcoterrorismo, sino a otros sectores del crimen organizado. Sin embargo, cada vez más el pueblo adquiere consciencia de nuestro pobre país desordenado y sin el imperio pleno de la ley (nos gana la soberanía criminal dominando amplios sectores rurales y urbanos), y clama por justicia pronta y cumplida para todo tipo de delitos, desde el 'simple' hurto, hasta el complejo crimen organizado que va tomando poderes de la República e instituciones. 

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Revista latinoamericana El pez soluble publica cuento inédito de Frank Ruffino

HISTORIA DE DOS GALLINAZOS 

https://revistaelpezsoluble.com/literatura/narrativa/cuento/2024/historia-de-dos-gallinazos/


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