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sábado, 25 de enero de 2025

© La pavorosa sopa de pescado -Cuento de Frank Ruffino-

 


Dibujo a lápiz de Ramón Páez, 1858, en el mal llamado de ese entonces, "Asilo de locos" de San José. 

Por lo visto, la señora Cata Bottles nunca había preparado sopa de pescado en casa, porque esa mañana de domingo lanzó una pregunta desesperada a sus amigos del nosocomio: 

—Cociné ayer un caldo de cabezas de pescado... ¿Alguien sabe cuántas semanas, meses o años tarda la peste a pescado en desaparecer de todo el hogar? 

—Después de la tercera copa de un Chardonnay, deberá disiparse —terció en pobre español Hans Stagno. 

—Depende de la marca del pescado y el añejamiento —aportó Alphonse tomando su eterno mate. 

Y la señora Maldonado reveló lo que le parecía una verdad absoluta y universal: «Seis años, dos meses y tres días, salvo calendario bisiesto». 

Por su parte, la matrona italiana Marroni le aclaró a Cata: «Esa putrefacta cosa no está impregnada en el inmueble o menaje, sino en tu nariz. Tápatela y verás». 

Entonces Cata fue hasta los amplios ventanales de esa exclusiva clínica privada y perdió su mirada en el horizonte, hacía recuento de los altos edificios financieros donde también se situaba la Bolsa de Comercio, del inmediato Microcentro. 

Volvió sobre sus pasos en reversa e importunó a la enfermera que prontamente le proveyó una prensa azul de ropa para sus narices, y tomó gran bocanada de aire, como si estuviese a punto de sumergirse en la alberca de su cercana mansión, en el barrio de San Nicolás. 

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Otros del salón, elocubraban y proponían. Así, Vladimir sentenció que ese olor nunca llegaría a irse... Según él, se trataba de las almas en pena de los pobres pargos rojos y corvinas, que se lamentan de este indiferente mundo, su cruel final de ser decapitados, fritos y hervidos en infernal caldero. 

—Realmente desaparece en algún momento sumado al acostumbramiento de nuestras papilas olfatorias... En caso de visitas delicadas de la nariz, un pertinente incienso de Ganga... y no se darán cuenta —apuntó Ed Ávalos en un, hasta ahora, juicio más sensato de aquellos pacientes, o así le pareció al doctor Picharsky que dormitaba, extenuado tras escuchar tantas sandeces. 

Este connotado especialista fungía como el mejor de la ciudad de Buenos Aires, principalmente de los adinerados, aunque, a pesar de su edad, destacaba siempre por ser abiertamente mujeriego y bohemio dipsómano, vicios que se habían acrecentado en la vejez. Pero igual, aquellos cercanos de la señora Cata, continuaban con sus inútiles aportes a fin de hallar una eficaz solución al agobiante problema de tan querida camarada. 

—Enciende velas, si son blancas mejor, la llama absorberá el olor; tranquila, calma y que no cunda el pánico —dijo Pity. 

La adusta y copetuda señora Cortés Tormo, no ayudó mucho en aquellas críticas circunstancias de fragilidad mental: 

—Eso ya está fatalmente enquistado en el ADN de la casa, Catalina querida. Mejor aprender a vivir así, pon rotulito de advertencia en la puerta, para las visitas futuras que no sepan del detalle. La única manera es traer un trozo de uranio, restablecerá el ADN casero a su estado original. 

Luego de este lapidario comentario, la estresada mujer comenzaba a devorar sus uñas hasta las falanges distales, de los crecientes nervios que le invadían. 

Para ese momento el experimentado neurólogo dormía su sueño de beodo, roncaba como el que más, de vez en vez ejecutaba morbosas risotadas y tarareaba milongas y tangos de Gardel, por lo que aquella rocambolesca sesión grupal siguió por la libre, como un barco sin su capitán. 

—Hierves unas naranjas con piel, le echas clavos de olor, un respetable y compacto canuto de canela en astillas y cinco o seis hojitas de laurel... Dejar consumir la tercera parte —recomendó la dama apellidada Mourelo, alta pelirroja extranjera aún en sus cuarentas, de la que se decía había sido una reina de belleza en el Paraguay. 

Allen, el célebre exjugador negro del River Plate, le propuso coger una gran olla y pusiera a hervir varios cuentos de Bukowski, junto a cáscaras de frutas, sobre todo de exclusivas bananas importadas del Ecuador y que abriera todas las ventanas. 

—Sostenía Parménides de Elea, en una sobremesa larga y ancha, que ese hedor estará allí por siempre, más nunca será el mismo —dijo el correcto e impecablemente vestido señor Narciso Uslenghi con un tono solemne, que claramente guardaba ecos de maldición. 

Y de todos los juicios, el más loco que colmó el vaso en la inestable mente de la trémula mujer cincuentona: 

—Señorita Cata: debe llevar a su residencia algún chamán, parasicólogo, no sé… lo que se adapte mejor a sus creencias... —exclamó un recién ingresado. 

—Soy católica, apostólica e insignificante, digo, romana —afirmó titubeante la dama enferma, pero con un súbito y tonto orgullo. 

—Casualmente, eso desea el mayor asesor literario de toda la historia... 

—¿Qué dices y quién? —Interrogó la paciente. 

—¡Pues el Diablo talibán! Este bicho es culpable de que aquellos cavernívolas escribieran los mamotretos "sagrados", a fin de que la mayoría de mujeres se crean nada de nada y sean así más reductibles para el sistema. 

—Oh, tiene sentido —dijo Cata sorprendida de la lucidez del hombre, y propuso—: entonces, un cura estaría bien para que practique el exorcismo y libere mi casa de los malos espíritus atormentados de esos rubieles guillotinados. 

—¡Exactísimo! Como fueron cabezas ferozmente separadas del cuerpo, la cosa se puso fea con las energías. Y es recomendable exhibir postalitas con la imagen de nuestro amado compatriota, Santo Padre Francisco. Debes empoderarte, para nada eres una mujer insignificante. 

El tipo únicamente usaba el seudónimo de «Hormiga», mas, sabido era, fue un conocido magnate que dilapidó su fortuna a causa de la manía de perseguir extraterrestres, aunque nunca le vino la ocasión ventajosa de ponerse frente a ellos a fin de ser abducido, hoy, un deseo personal muy vehemente de millones de locos sin diagnóstico. 

—Papa, sacerdotes..., ¡las mismas soluciones incoherentes a estas alturas de la historia, deberían ser ateos mis pibes! Aunque muy fácil, empapas un paño en vinagre y te vas a trote en caballito por toda la casa y eso elimina el olor —dijo el respetable señor Silesky, acaudalado empresario inmobiliario que tenía sus oficinas en la flamante «La City Porteña», quien, para ser más gráfico, empezó a galopar en círculos alrededor del colectivo, mientras devolvía una sarta de mantras y relinchaba como el que más. 

—Pero se sabe, de los beneficios del fósforo y otros minerales para el cerebro que aportan las cabezas de buen pescadito, compensan el acre olor. Yo soy una que las compro por sacos de cien libras y guardo en el congelador de la despensa de mi hormiguero, junto a la cava familiar de exclusivos vinos —dijo el fanático de los ovnis. 

Como era de esperarse, Catalina ahora se saltaba los ojos con unos ganchos metálicos de pelo, parecidos a anzuelos de pesca, y empezaba a devorar más que los diez dedos de sus manos. 

—¡Dios… hasta la Casa Blanca llegó el tufo! …Eso anuncian las noticias internacionales y el Tío Trump, digo Sam, Sam, está que no se aguanta una, lo mismo, dudo, eso le vaya a gustar a este murciélago alfa de Milei... 

—¿Murciélago alfa, o querrás decir el mismísimo Drácula? —Interrumpió Allen. 

—Ése mismo, el conde transilvánico —aclaró Cata—. Decía, no vaya a suscitarse aquí una grave ruptura en las relaciones diplomáticas de estas dos grandes naciones… todo por mi culpa, ¡de verdad que soy una mujer insignificante! —Expresó colmada de pavor. 

—¡Ni te lo creas mijita, sos muy significativa! —Sentenció Cortés. 

Cata movía los muñones y mostraba sus grandes y oscuras cuencas, donde hacía poco yacieran, bien engarzados, unos bellos y penetrantes ojos azules. 

Y en nada contribuyó la nueva propuesta de nuestro alienado por la ufología: 

—Señoras Bottles y Cortés Tormo... ¿no me visitarían el próximo fin de semana en mi mansión del lago? Yo mismo les prepararía una deliciosa sopa de cabezas de pescado. 

FIN 

HISTORIA DE ESTE CUENTO: 

Una tarde día de abril de 2024, la escritora Cata Botellas publicó jocosamente en su muro de Facebook esta entrada en su muro: 

Cociné ayer un caldo de cabezas de pescado... ¿Alguien sabe cuántas semanas, meses o años tarda la peste a pescado en desaparecer de todo el hogar? 

Me hizo tanta gracia, que ese día escribí una historia de ficción inspirado a partir de esa inquietud, también incluí algunos diálogos y nombres de sus amigos que, en serio y broma, intentaban dar a la colega alguna solución. 

En mi reciente novela 'Tristes memorias de un Tiranosaurio rex' incluí este cuento como relato marco, pero antes de publicar lo decidí sacar, sólo quedó el título, y el reto entre varios escritores que no pensaban, Frank Jacobs, podía escribir una historia o poema a partir de cualquier palabra o circunstancia: 

Hoy, con la oportunidad de publicar en febrero mi novela en eBook (lo ideal es en Amazon como libro, pero no me dan mis exiguas finanzas de escritor independiente extremo), ya que tuvo una muy positiva aceptación de lectores y de la crítica en CR., México y España, incluiré en la novela este cuento, y prescindiré de sus últimas 10 páginas, aunque a muchos les llamara tanto la atención. Trata de mi relación de amistad con Chavela Vargas, pero, decido hoy, en definitiva, prescindir de ese final y explotarlo en otro libro que quizá pueda ser parte de una saga de 'Tristes memorias de un Tiranosaurio rex'. Por las excelentes reacciones de esa parte, afortunados son pues, los cien y pico de lectores que leyeron esta primera edición en papel. ¡Gracias!

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EL MAGO PERDIDO DE LOS SUEÑOS 

(Crítica literaria)

Por Guillermo Fernández: 

https://culturacr.net/poemario-angel-de-lengua-azul-resena/

Revista latinoamericana "El pez soluble" publica cuento de Frank Ruffino

'HISTORIA DE DOS GALLINAZOS'

https://revistaelpezsoluble.com/literatura/narrativa/cuento/2024/historia-de-dos-gallinazos

Mi relato inédito que en 2024 tuvo más lecturas en este blog literario:

ESA RARA FELICIDAD DE NO VOLVER 

https://cuentosdefrankruffino.blogspot.com/2024/08/esa-rara-felicidad-de-no-volver-cuento.html

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