a Humberto Garza Cañamar
I
Construye, no lo dudes, hasta tus alas:
blancas, grandes y poderosas,
al tanto que al remontar
sean las más deslumbrantes de la Creación.
Mas este proceso es a la menor
velocidad del Universo:
incoar, bregar, malograr,
triunfar, regenerar, tránsito de vida y muerte,
muerte y vida…
Solo eres un tallo perdido
en los eriales del cosmos,
e imploras la sustancia milagrosa
sobre tu pequeño mundo
a fin de partir de esta falsa dimensión
que te sujeta entre su loco polvo humano.
Es tal existencia pura contemplación de la nada,
y persiste en la materia el eterno
y férreo impulso de trasmutar,
desatar su espíritu en el cielo.
II
Ser hombre es algo tedioso,
cómo detestas ese inmenso peso!
Cómo detestas observar a tus congéneres
(tu fiel espejo) pavoneándose
por esto o aquello;
cada mañana vertiginosos
y energúmenos en sus coches
compitiendo los egos entre sí, o caminando
como zombis hipnotizados por sus celulares,
más parecidos a enajenados pollos
picoteando las palmas de sus manos
que a hombres de antaño:
alertas, amables,
hechos y derechos!
Cómo detestas perseguir el pan
y algunas veces mostrar tus garras
y colmillos a la menor
resistencia de otro mono,
cómo detestas tu pobre ser,
a la vez fuerte, bello y arrogante!
III
Invocas a Luzbel y al final de tanto
no venir, de tanto no materializarse,
caes en cuenta que eres tú;
y te das órdenes precisas
de cómo lograr la hazaña,
esa proeza de aparecer una mañana
convertido en ente esplendoroso,
soberano ya para siempre
en tus versos finales,
sumidos en Luz Verdadera.
Todo esto queda en el reino de Deseo,
todo esto no es más que sueños de presidiario,
de infusorio tratando de crecer
con lentitud fósil como condena
(no le das alas a la criatura ponzoñosa,
o bien puedas ser tú
el máximo enemigo de ti mismo).
Aquí el tiempo exhibe ritmo de anémona,
es el reino de la estática,
lugar para cultivar la Real Esperanza.
Solo, ante el espejo, te percatas del Hombre
y su inútil propósito de seguir:
el individuo se sustrae
(con sus rasgos que le hablan de la diferencia
y de lo bueno que es ser único)
y aparece el Hombre
blandiendo su poder de juguete,
amenazando guerra por las cosas,
loco animal contra sí mismo.
IV
Los ojos del Hombre
son la encarnación del mal
porque persiguen cosas deslumbrantes
y bellas, e inventa así un precio
para estafarse, empoderarse entre ellos
por efímeros turnos,
el egoísta poder de la tribu;
y la terrible e implacable ansiedad
humana por poseer la belleza,
devorarla e ir en busca de más,
hambre y sed que no acaba.
Y a decir verdad, la belleza es inexistente,
esa belleza que agrade a todos
cabalmente nunca la has apreciado:
desde la luz de su reino
cada quien tiene la potestad de escoger
la peor escoria y ensalzarla,
lo más excelso y denigrarlo,
porque existe, para nuestra ruina,
el Amor, y ante él el hombre
pierde toda cordura,
torna en flor de esperanza,
mimetizado y taimado tigre,
supremo delfín de alegría,
mastodonte sobre un jardín,
o grácil mariposa en busca de más
sobre minerales arenas.
Desea el hombre libertad
y al creer alcanzarla se ata.
Solo ves cautividad, dependencia…
sujeción física y un continuo
estar a merced de los elementos;
ese ir y venir de tiovivo:
precarios e ilusos seres adoctrinados!
V
Cada mañana te reencuentras
rápidamente con el Hombre,
el deseo de ser isla no se te cumple
y aún así a donde vayas en soledad
eres la Humanidad
con sus seres ambiguos
de luz y oscuridad
ascendiendo y descendiendo
en la más pasmosa confusión!
No te convence el Hombre,
desconfías de él, y hasta tu sombra
es la gran asesina,
la propia sombra del Hombre
que terminará una noche
por darte la estocada final:
se retrasará un paso más de tu cuerpo,
cogerá impulso y lo fulminará!
Y tal vez solo así puedas
trascender en el genuino ser presentido,
ya sin la atadura del hueso, la carne, el nervio,
con algo más sublime
que este raro y peligroso poder de pensar.
Existir excepcional e inmortal,
sin el alma obsesiva de los contrarios
en lucha cortándonos las alas,
reduciendo nuestro íntimo vuelo
por esta inútil invención del mundo.
***
(Del poemario inédito con el mismo título del texto. "Náralit", tarde del 29 de marzo de 2011).