sábado, 29 de octubre de 2011

© Para emerger del agua y la ceniza





Uno que levita entre frutales, 
lecho verde oscilante 
con inquietante bicho 
del paraíso: 
soslayado, 
incomible, 
azul, 
peligroso, 
a prueba de toda muerte… 

Ha hecho calor, 
y a eso de la una de la tarde 
el bardo capitula en esta asfixiante vigilia: 
deja escurrir el vino 
por su brazo inerte 
hasta su mano que roza la hierba 
y la tiñe...
Resucita horas más tarde  
en valle de inverosímil espanto  
donde oscuros charcos 
advierten de una convulsión 
que ha pasado por alto.
Permanece extraña niebla 
que invade el cuerpo, penetra, 
eclipsa su alma 
con un negro pesar redondo, 
ojo siniestro, 
luz de la conciencia. 
Irreal solar de domingo por la tarde, 
mas aún (cavila) no ha descendido 
suficientemente  
al Averno de los malditos… 
No hay lugar para la dubitación: 
bebe interminable trago 
hasta vaciar el cuenco...

Todavía algo le dice  
de lo patético de ir así 
y que sucedan estas cosas 
sin siquiera alzar un escudo 
o blandir espada contra el infortunio 
porque afirma no ser pájaro  
ni ángel alguno del bosque 
para emerger del agua y la ceniza.

***


© Del texto inédito con el mismo título. Frank Ruffino. Náralit, 11 de diciembre de 2010. 


Nota: este texto lo publiqué aquí mismo el 12 de diciembre de 2010. Ahora lo traigo de nuevo.

miércoles, 19 de octubre de 2011

© Luz de estrella





a Humberto Garza Cañamar

I

Construye, no lo dudes, hasta tus alas:
blancas, grandes y poderosas,
al tanto que al remontar
sean las más deslumbrantes de la Creación.

Mas este proceso es a la menor
velocidad del Universo:
incoar, bregar, malograr,
triunfar, regenerar, tránsito de vida y muerte,
muerte y vida…

Solo eres un tallo perdido
en los eriales del cosmos,
e imploras la sustancia milagrosa
sobre tu pequeño mundo
a fin de partir de esta falsa dimensión
que te sujeta entre su loco polvo humano.

Es tal existencia pura contemplación de la nada,
y persiste en la materia el eterno
y férreo impulso de trasmutar,
desatar su espíritu en el cielo.

II

Ser hombre es algo tedioso,
cómo detestas ese inmenso peso!
Cómo detestas observar a tus congéneres
(tu fiel espejo) pavoneándose
por esto o aquello;
cada mañana vertiginosos
y energúmenos en sus coches
compitiendo los egos entre sí, o caminando
como zombis hipnotizados por sus celulares,
más parecidos a enajenados pollos
picoteando las palmas de sus manos
que a hombres de antaño:
alertas, amables,
hechos y derechos!

Cómo detestas perseguir el pan
y algunas veces mostrar tus garras
y colmillos a la menor
resistencia de otro mono,
cómo detestas tu pobre ser,
a la vez fuerte, bello y arrogante!
                                                                      
III

Invocas a Luzbel y al final de tanto
no venir, de tanto no materializarse,
caes en cuenta que eres tú;
y te das órdenes precisas
de cómo lograr la hazaña,
esa proeza de aparecer una mañana
convertido en ente esplendoroso,
soberano ya para siempre
en tus versos finales,
sumidos en Luz Verdadera.

Todo esto queda en el reino de Deseo,
todo esto no es más que sueños de presidiario,
de infusorio tratando de crecer
con lentitud fósil como condena
(no le das alas a la criatura ponzoñosa,
o bien puedas ser tú
el máximo enemigo de ti mismo).

Aquí el tiempo exhibe ritmo de anémona,
es el reino de la estática,
lugar para cultivar la Real Esperanza.

Solo, ante el espejo, te percatas del Hombre
y su inútil propósito de seguir:
el individuo se sustrae
(con sus rasgos que le hablan de la diferencia
y de lo bueno que es ser único)
y aparece el Hombre
blandiendo su poder de juguete,
amenazando guerra por las cosas,
loco animal contra sí mismo.

IV

Los ojos del Hombre
son la encarnación del mal
porque persiguen cosas deslumbrantes
y bellas, e inventa así un precio
para estafarse, empoderarse entre ellos
por efímeros turnos,
el egoísta poder de la tribu;
y la terrible e implacable ansiedad
humana por poseer la belleza,
devorarla e ir en busca de más,
hambre y sed que no acaba.

Y a decir verdad, la belleza es inexistente,
esa belleza que agrade a todos
cabalmente nunca la has apreciado:
desde la luz de su reino
cada quien tiene la potestad de escoger
la peor escoria y ensalzarla,
lo más excelso y denigrarlo,
porque existe, para nuestra ruina,
el Amor, y ante él el hombre
pierde toda cordura,
torna en flor de esperanza,
mimetizado y taimado tigre,
supremo delfín de alegría,
mastodonte sobre un jardín,
o grácil mariposa en busca de más
sobre minerales arenas.

Desea el hombre libertad
y al creer alcanzarla se ata.
Solo ves cautividad, dependencia…
sujeción física y un continuo
estar a merced de los elementos;
ese ir y venir de tiovivo:
precarios e ilusos seres adoctrinados!

V

Cada mañana te reencuentras
rápidamente con el Hombre,
el deseo de ser isla no se te cumple
y aún así a donde vayas en soledad
eres la Humanidad
con sus seres ambiguos
de luz y oscuridad
ascendiendo y descendiendo
en la más pasmosa confusión!

No te convence el Hombre,
desconfías de él, y hasta tu sombra
es la gran asesina,
la propia sombra del Hombre
que terminará una noche
por darte la estocada final:
se retrasará un paso más de tu cuerpo,
cogerá impulso y lo fulminará!

Y tal vez solo así puedas
trascender en el genuino ser presentido,
ya sin la atadura del hueso, la carne, el nervio,
con algo más sublime
que este raro y peligroso poder de pensar.

Existir excepcional e inmortal,
sin el alma obsesiva de los contrarios
en lucha cortándonos las alas,
reduciendo nuestro íntimo vuelo
por esta inútil invención del mundo.

***

(Del poemario inédito con el mismo título del texto. "Náralit", tarde del 29 de marzo de 2011).




miércoles, 12 de octubre de 2011

© Catarsis en la alta hora



No le importó salir del bar con aguacero,
abrir sus brazos rostro al cielo
y caminar rumbo a la casa
por media calle del pueblo
dormido en su alta hora,
cuando casi nadie advierte
los enigmas de la oscuridad,
mas aún así alguien 
susurra tras la ventana
solo es un loco bajo el aguacero;
un loco poeta retorciendo su alma
con agua fría y dura, a grandes gotas,
lavándose su propia sangre,
los vestigios no halagüeños:
una música de piano 
que avisa a los novios
la hora de su cárcel;
la del muerto, su larga ausencia:
campanazos siniestros
yéndose también por los sumideros,
y el poeta, ahí, avanza en cruz
celebrando el místico 
poder del aguacero,
un deseo ferviente 
de ser fulminado por el rayo,
que termine con toda 
su inmensa miseria
y hasta sus cenizas sean llevadas lejos
al mar de la pequeña infancia
junto a caracolas 
que cantan su melancolía,
y las gaviotas se adentran y no vuelven.

*** 
“Catársis en la alta hora”. Bar Mary, Náralit, lunes 10 de octubre de 2011. Del texto inédito: “Naralit” (Poemas y Antipoemas).

martes, 11 de octubre de 2011

© Naturaleza viva





a ti, para que estas palabras abran siempre la memoria

Desnuda palpas el mar
con tu pie derecho,
luego nos adentramos hasta llegar
el agua a la cintura:
enarbolar tu ser en esta otra
extravagante criatura marina,
y, sin preámbulo,
mar y yo desatar el Eros en tu cuerpo:
este ir y venir de esencias seminales,
salitre, vestigios de corales dormidos,
imperceptibles cuerpos capturados
en el laberinto subversivo de la carne…

Y la mar nos agita
por influjo de Selena iracunda,
y también nos concilia;
catarsis, feliz destierro
de los absurdos rebaños del miedo.

Seres amantes:
desatadas gaviotas extasiadas,
apacibles anémonas
lamiendo sustentadas
aún del primer
místico destello de Energía,
disímiles moluscos
asidos a la arena
uno sobre otro:
la danza ancestral
para cualquier milagro.

*** 
“Naturaleza viva”, P.P… 04 julio de 2011. Del texto inédito “Hombre adjunto”.