a la camarada Ruth Retana
LA
curiosidad guió estos pies,
se dio
a leer las migajas en el bosque
hacia
la gruta de la bruja
que por
poco me devora
y aún
nadie logra
deshacer el hechizo;
hizo la
curiosidad que transitara
por
alcobas de princesas
guardadas
con celo por sus ogros,
casi
eyecta un ojo de este rostro
jugando
a ser indio navajo,
me condujo
una noche
a
paraje de asesinos
y les
acuchillé con la ternura;
traspasó
este brazo
la
estrecha reja
de un feroz
lobo
que al ver
mi niño ebrio
gimió
conmigo,
y
después nadie lo podía creer.
La
curiosidad salva mi pellejo
desde
siempre,
en
madrugada ella descorre
las
cortinas de casa,
observa
al difunto de la caja
esperando
abra algo poco de sus ojos,
lanza
imágenes en el vacío
de la
noche en pos de extraños seres.
La
curiosidad me tiene en ascuas,
repasa
siempre con emoción bronca
los
ojos de la hembra
hasta
desnudar su mirada,
desciende
en la noche
hacia
otra noche
donde
habita el enemigo
y ser
supremo
de este
mundo;
se ha
asomado a las fauces hirvientes
de la
montaña
y por
momentos añora
geografías
de hielo.
Hay que
darle siempre
las
gracias a la curiosidad
por
hijos y poemas,
por
amigos y enemigos,
por esa
lejana mujer de la noche
allá en
el sur,
por da
Vinci y Rimbaud,
por la
nueva América
y las
huellas en la Luna,
por otorgar
a los piratas
el poder
de los tesoros
que aún
seguimos buscando.
Frank Ruffino, "Náralit”, 25 de abril de 2012