martes, 27 de junio de 2023

© EL DESTIERRO DE GÄNSWEIN (Cuento de Frank Ruffino)

 


Aunque extramuros para el mundo laico ese pequeño pero poderoso Estado simula ser un lecho de rosas celestial donde el mal y la intriga no tienen cabida, entre corrillos, Benedicto XVI había sido un «duro de matar» para buena parte de los doscientos veintidós purpurados del Colegio Cardenalicio y el mismo Papa Francisco.

Pero como ni el excepcional y longevo pontífice emérito pudo llegar al centenario o más (lo que tanto temían sus adversarios liberales), ese 31 de diciembre de 2022, el poderoso e influyente alemán exhaló su último hálito a los noventa y cinco años y la suerte se le acabó a Georg, su secretario personal y prefecto de la Casa Pontificia.

Aún tibio el cuerpo del tradicionalista de Joseph, el reformista Bergoglio mandó al ujier Robertini a llamar a su secretario, el prelado Pietro Parolin, quien había sido arzobispo titular de Aquipendium y nombrado secretario de Estado de la Santa Sede, una década atrás cuando reemplazó al viejo cardenal salesiano Tarcisio Bertone.

El secretario Pietro acudió al instante y Francisco despachó a Robertini en su estilo bromista y distendido:

—Fuchi, fuchi... que tenemos que tratar un asuntillo de Estado, querido Robertini.

El ujier corrió hacia la gran puerta dorada de la oficina papal, cerrándola y «perdiéndose» tras ella, mas, inmediatamente dio un paso en reversa y pegó su oído para enterarse de lo que le parecía a él tener visos de secretazo de Estado.

—Le llegó la hora al necio de Georg —le dijo Francisco a Parolin—. Necesito urgentemente una embajada papal que eclesiásticamente se considere de «retiro», y lo suficientemente alejada de mi Curia Vaticana para que este arzobispo deje de crearme problemas, como ha estado haciendo desde la muerte de Joseph.

—Por supuesto, Excelentísimo. ¿Qué negro destino ordena para el susodicho?

—¡Pues eso que le he dicho, destierro, sólo destierro, y entre más lejano sea, mejor, mi amigo Parolin!

Entonces éste fue a la pared oeste del salón contiguo mientras Francisco le seguía y cubierta totalmente con representaciones de las infinitas posesiones y dominios geográficos del reino católico y señaló la Nunciatura Apostólica de Manila.

—¿Qué le parece aquí? —Le sugirió a su jefe, que, ante la imprevista noticia de la muerte de Benedicto, aún calzaba sus pantuflas preferidas, cuyo único lujo estribaba en dibujitos de querubines bordados con filigranas de oro y plata.

—¡De ninguna manera, deseo más agua de por medio, al otro lado del Charco, que sea en el fin del mundo, el ostracismo total! —Vociferó el influyente sucesor de San Pedro en esta Tierra.

—Oh, pues así pues sí, mi Santidad, ya comprendo ese deseo —dijo Pietro dirigiéndose al ángulo de la pared, donde el mapa del orbe ecuménico se estrechaba en una franjita, un istmo, el centroamericano... y puso su índice en un puntito que quedó desaparecido—. ¡Costa Rica! —Recomendó por fin con aires de rotundo triunfo.

—¡Magnífico, magnífico, querido, no puede existir destierro más aleccionador que la Nunciatura de la diminuta ciudad de San José arquidiócesis! —Gritó emocionado al tanto se frotaba las manos.

Y es que diez mil kilómetros no eran poca distancia de la Curia Vaticana para «deportar» al escollo de Georg Gänswein que tras el deceso de Ratzinger habíase trastocado en una piedra en el zapato del pontificado de Francisco. Su hábil movida le apartaba de la Curia dándole una salida a la nunciatura del minúsculo país.

—¡Ya hay lugar para el revoltoso de Georg! —Se pasó diciendo ese grandioso día el bueno de Francisco.

Henchido de emoción, se acercaba a los cardenales preferidos de su círculo íntimo y les lanzaba al oído la gloriosa frasecita.

Aunque en honor a la verdad, esa mañana el ujier Geovanni Robertini había corrido hacia la Casa Pontificia donde todavía Gänswein fungía de prefecto.

De ese modo, él y los morados aliados de la férrea ortodoxia católica que representaba el hoy extinto Papa emérito, sabían de esta jugada que consideraron un golpe pero que muy bajo.

Y es que no era para menos la tremenda turbulencia que se iba provocando en los pasillos y cientos de recintos de la Santa Sede, pues con esta decisión, el poderoso jesuita pulverizaba toda clase de influencia mediática e institucional de Gänswein en la vida cotidiana de la Curia Romana.

—Costa Rica, destino absolutamente necesario y acorde para ese díscolo de Georg, cabecilla de mis opositores y todavía megáfono del difunto —dijo en conveniente inglés Francisco a su camarlengo Kevin Farrell.

—Oh, cómo no, su Divina Santidad, yo mismo me aseguraré esta misma semana de darle la noticia y trasladar por escrito su decreto —terció el rollizo irlandés.

—¡Que así sea! —Sentenció Francisco.

Pero el exsecretario Gänswein, como hemos dicho, considerado «sombra» de Ratzinger y ahora una fiera acorralada y herida, no iba a aceptar así porque así esa degradación y destierro sin chistar, por lo que, pagados los «treinta denarios» inútiles al chismoso y Judas de Robertini, puso en práctica lo que, según él, sería su venganza y de tal guisa lo demostró con la publicación de sus controvertidas memorias, bajo el título «Nada más que la verdad. Mi vida junto a Benedicto XVI».

Una de tantas editoriales españolas había dado cabida a esa furia de despechado y viudo caído en desgracia, y no fueron pocas ni cortas las denuncias en que revelaba una confrontación oculta entre el paradigma de Iglesia de Francisco y el defendido por el otrora sumo pontífice emérito.

«Benedicto me dijo: “parece que Francisco ya no se fía de mí”», escribía el arzobispo en la obra vendetta que desde hacía meses estaba concluida previendo la inminente muerte de su mentor.

Pero ya era tarde para despotricar sin ton ni son. Exilio era exilio, y pocos adquirieron el libro del desterrado, de tal forma también nadie se hizo eco de ese atribulado final.

A estas alturas de los acontecimientos, Gänswein ya había abandonado el monasterio Mater Eclesiae, donde residió con el Papa emérito. Por pocos meses habitó un piso de trescientos metros cuadrados muy cercano a Casa Santa Marta, quedando, aseguran, el alquiler sin pagar con su apresurada salida de Roma.

Mas, antes de partir, aún podía dar alguna prueba de su antigua grandeza y poder, porque ahora, siendo el único albacea de Benedicto, trató de finiquitar varias diligencias tendientes a capitular con los últimos deseos del extinto prelado.

Esa víspera de su exilio anunció haber encontrado a cinco primos de Benedicto. «A los que deberé de escribir para ver si aceptan o no los fondos que pueda tener éste en su cuenta del Banco Vaticano. El resto de sus bienes han sido cedidos a la Santa Sede y a la Fundación J. Ratzinger».


Mi nuevo poemario, agosto 2024. Ventas directas por mi Sinpe 85-28-84-87 (WhatsApp), 8 mil incluye gastos de envío.

Cabizbajo y derrotado, este antiguo prefecto de la Casa Pontificia, abordó un avión en el Aeropuerto de Roma-Fiumicino, rumbo al pequeño y verde país que muchos confunden con Puerto Rico a ocupar su «nunciatura de descanso» como se le suele llamar en términos diplomáticos a esa sede, donde a la Iglesia Católica aún se le tiene como religión oficial del Estado según el artículo 75 de la Constitución. 

Un destierro sereno políticamente hablando, ayuno de poder real, sin pena ni gloria.

Más tarde, el nuncio en Costa Rica, el italiano Bruno Musarò, quien desde hacía años deseaba lo libraran de ese cargo a fin de retornar a su región de Toscana a disfrutar de una merecida jubilación, y una pequeña comitiva de obispos junto al presidente de la República, el canciller y altos funcionarios, recibieron al devaluado Georg Gänswein.

Aunque casi una década menor que Musarò, el viaje de diez horas y el peso de la derrota habían envejecido como veinte años a Georg, por lo que todos contemplaron, a pesar de sus sesenta y ocho años, a un viejecito descender de las escalinatas de la aeronave.

La voluntad de Bergoglio se había cumplido.


FIN

*

© 'El destierro de Gänswein' es un cuento de no ficción que escribí a fines de marzo pasado. Va incluido en mi tercer libro de relatos Para matar a un androide (2023). 


PARA ADQUIRIR MIS LIBROS DE CUENTOS

Amigos lectores, pueden conseguir mis tres libros de cuentos «Los perros también soñamos» (2019), y «Golpes bajos» (2020), y "Para matar a un androide" (2003) cada uno en 7,000 incluye envío por correo rápido. Si compran las tres obras: 15,000 totales. Pueden realizar un Sinpe a mi número: 85-28-84-87 y enviarme reporte y dirección a ese mismo número de WhatsApp. Lo mismo: si me proveen dirección física o apartado, una vez que les paso colilla de correo hacen la transacción, o bien cancelan hasta tener el libro -s- en sus finas manos lectoras.

A amigos y amigas de Tilarán... bueno, por vivir aquí: 5,000 colones por libro (12,000 los tres libros) y se los llevo a su casa.

¡Gracias de antemano por la confianza!
 

THE MASS

Hoy les comparto, del proyecto musical del francés Eric Kevin lanzado desde 1996 hasta la fecha, Era —acrónimo de Eminential Rhythm of the Ancestors, estilizado como +eRa+— y que mezcla cantos gregorianos con ritmos modernos como el rock, el pop y el dance, clasificado dentro de la música New Age, su famoso tema The Mass (2003):

https://youtu.be/iqmdBAQglXY


Monasterio Mater Eclesiae, Vaticano, donde Georg Gänswein habitó con el Papa Emérito. 


Casa Santa Marta, residencia del Papa.

*

Tiempos de poder para el arzobispo Georg Gänswein, enemigo del Papa Francisco, mientras Benedicto XVI reinó como Papa y luego de Emérito. En la capilla del monasterio Mater Eclesiae:




La Prefectura de la Casa Pontificia, Vaticano.


Georg Gänswein, una especie de 'ángel caído'.

Nunciatura Apostólica en San José, Costa Rica.

*

martes, 20 de junio de 2023

© EL MONSTRUO FELIZ (Cuento de Frank Ruffino)

 



El tipo socarrón había estafado trescientos millones de dólares a cientos de ahorradores inversores en el Reino Soberano de la Impunidad.

Muy distinto le sucedió al malvado de Bernie Madoff, apodado «El Monstruo de Wall Street», quien tuvo cárcel para siempre y sólo para siempre en los gloriosos Estados Unidos de América.

Por lo que J. Chaves parecía estar inmensamente feliz y agradecido con la vida y justicia por la impunidad olímpica brindada, una especie de red de cuido muy paternal, tras haber perpetrado tal golpe de «genialidad» financiera, todo un antihéroe sensación, no visto en el pequeño reino desde que el infame Robert Lee Vesco cayera con un botín parecido por haber saqueado inmensos fondos de jubilados.

*

En república tan diminuta, ese día especial Álvaro y su esposa coincidieron con El Monstruo Feliz en el exclusivo restaurante Pescatore.

Habían perdido parte de su patrimonio por culpa de ese tipo que, como si nada, y previa reservación, buscó acomodo en la mesa contigua junto a su esposa Edna y amigos.

Se celebraba esa fecha el próximo 18 de junio, víspera del Día del Padre. Entonces, dos progenitores casi frente a frente: el padre bueno contra el padre malo.

El Monstruo Feliz ordenó langosta al ajillo y a un clic Álvaro se percató de la presencia del adefesio por su voz de inconfundible cuervo tenebroso, esto al solicitar la orden al camarero.

Resultaba imposible no reconocerle, pues El Monstruo Feliz, uno de los más dignos representantes del Esquema Ponzi en este planeta rocoso, se había hecho famoso estafando, sin muchas dificultades ni consecuencias, esa astronómica cantidad de recursos.

Ya él y su familia acababan tres simples filetes de tilapia, lo que podía sostener un presupuesto limitado.

*

Ante semejante romanticismo celebrado por la prensa rosa cuando se trata de riquezas incalculables sacadas de la chistera, el ya legendario Monstruo Feliz adquirió la asombrosa habilidad de ir impunemente flotando por la ciudad.

«
Ese es el poder del dinero, al contrario de la carencia absoluta de él y que suele arrastrar, envejecer, enfermar y matar al ser humano», se dijo Álvaro. 

Ya le habían visto hasta levitando en uno de sus Mercedes-Benz y también transmigrando a velocidades vertiginosas sobre las maltrechas vías, escuelas y colegios públicos bombardeados desde dentro por la corrupción, en fin, sobre la asquerosa cloaca, todavía así, llamada capital del reino.

De tal forma, El Monstruo Feliz, o sea, Chaves, se trasladaba como una especie de astronauta intocabable. La Corte le había construido una especie de helipuerto para su auto fantástico blindado, personalizado y a propulsión a chorro, ahí, en su mismo edificio principal del circuito judicial, al sureste del centro.

Un juez probo y enfadado advertía a un destacado periodista: «Este "cromo" Guinness llega y aterriza chillando llantas». 

Por la puertecilla de la azotea, entonces, cada vez de visita, salían a recibirlo magistrados y jueces del Reino Soberano de la Impunidad, y estas tortugas de Galápagos trastocaban a eficientes y proactivos, los muy pillos. La abuela Rosario Aguilar nunca se perdía de nada estas reuniones por videollamada.

Aplausos y abrazos, aupar en hombros al Monstruo Feliz, cual atleta olímpico que acababa de hacerse con medalla de oro o el querido doctor Franklin Chang-Díaz de vuelta a la Tierra tras seis meses en el espacio.

Luego, abajo, en los íntimos y oscuros garitos donde se cocina hoy la desgracia del pueblo, acomodaban en secretos gabinetes de cocobolo los fajos de billetes, nuevecitos y cuya denominación común era de cien dólares americanos.

¡Bellos billetones!, tanto, que no paraban de besarlos felicitando al Monstruo Feliz por ser harto filantrópico para con ellos, compartiendo un diez por ciento de lo obtenido a partir de la histórica megaestafa, todavía así, una increíble fortuna de treinta millones de dólares.

—El precio de la libertad cuesta y esa suma es casi simbólica, querido Javier —le hacían ver a coro los magistrados corruptos y borrachos.

*

«Esos son los honorarios por debajo, la mordida que hace esta justicia sea de plastilina para los ricos políticos oligarcas, y de implacable hierro forjado contra el ciudadano de a pie».

Todo esto reflexionaba y recreaba el vapuleado y saqueado de don Álvaro.

—Ya no habrá justicia, no... —caviló.

—¿Qué dices amor? —Le preguntó tiernamente su señora.

—Nada cielito... únicamente un murmullo, pensamientos en voz alta.

—Ah... ya.

El Monstruo Feliz paladeaba la langosta luego de realizar la respectiva catadura de un exclusivo vino francés de a dieciséis mil dólares la botella, y el sociópata no advertía que una de sus muchas víctimas le medía bajo acecho felino, y no de gatito Angora turco, sino de tigre siberiano.

Álvaro pensó en las valientes heroínas de Florita y su nonagenaria madre, quienes vieron evaporarse toda una vida de esfuerzo, estafadas por este desvergonzado Monstruo Feliz.

También evocó tres o cuatro suicidios, decenas de paisanos hundidos en la depresión y locura, muchos de ellos que, ante el descomunal estrés generado por ese emplasto de la genética, han muerto de cáncer.

Recuerda a Nayib y un cuento de Ruffino, El Reformador, que alaba al héroe salvadoreño.

—Ahora o nunca, debo estar a la altura de las circunstancias —se espoleaba.

Desentraña las características del entorno físico, sabe, inexorablemente, ha entrado en «modo de metamorfosis» en que ahora funge de gran depredador alfa. «El que a hierro mata a hierro muere», se reconforta buscando algo de ánimo.

Es un golpe de suerte cuántico o algo por el estilo, una coyuntura especial porque no ha perseguido ni acechado a su víctima. Le falta hambre, menos deseos de devorar a un ser ponzoñoso de siete cabezas, excepto una implacable sed de justicia.

Matarle y comerle sería un asesinato-suicidio y no hay derecho a perder la vida por tan poca cosa.

A sus espaldas, arriba, contra la pared azul que simula el majestuoso Océano Pacífico del reino... un hermoso y gran pez aparecía embalsamado.

*

Llegado el instante del petulante brindis, de pie, El Monstruo Feliz alzó su copa de tinto denominado «Domaine de la Romanée-Conti Grand Cru, Côte de Nuits».

¡Dios mío!

Pero antes de llevar más de este espectacular Bourgogne a su corrompido gaznate, Álvaro ejecutó un salto de jugador de la NBA y voló de la silla hacia el trofeo, un pez espada...

Fue un acto de poder paranormal o de adrenalina inefable: volviéndose en el aire y practicando un movimiento insólito, sólo posible por el otrora genio Bruce Lee o un gato, empaló al Monstruo Feliz antes de que la copa rozara su bocaza, y tanta resultó esta fuerza de superhombre que, en medio de un pandemónium, la bestia apareció clavada en el alto artesonado.

Recobrado su celebrado y tradicional temperamento afable y equilibrado, de súbito, el héroe de miles temió las consecuencias de ese intempestivo e impulsivo acto humano, muy humano, a la medida del Monstruo Feliz.

Pero... en una especie de resucitada empatía colectiva, se vio rodeado de cincuenta o más comensales que se habían puesto de pie y aplaudían.

Edna y sus dos cómplices saltaron por la ventana más inmediata arrasando una hilera de violetas persas, proyectaban espeluznantes gritos de horror en la San José de noche, feudo siniestro del alcalde Jam en el que posteriormente se refugiaron otros compinches del Monstruo Feliz.

A todos les había llegado su hora.

Cuentan, aún no emergen del alcantarillado de aguas negras, donde, al parecer, han encontrado su lugar, acogidos por el sempiterno edil.

*

En esta ocasión sí hubo policía, mas, nada raro ni fuera de lugar encontraron
: una rastrera y hermosa langosta fijada en el techo significa oportuno adorno para un establecimiento de mariscos de semejante perfil gourmet.

—¡Magnífico trofeo giovane signore! —vociferó abriendo sus brazos Salvatore, el propietario de la marisquería mientras los agentes alababan su restaurante. Pensó, se trataba de un fino obsequio de Álvaro por ser un día «speciale».

—¿Usted cree que sea un premio de las profundidades marinas? —Preguntó Álvaro al viejo italiano con un dejo de duda.

—Cómo no... sí que lo creo.

Entonces cogió el teléfono móvil y llamó al reputado doctor Peppino, taxidermista graduado en Harvard, amigo y cliente.

FIN

Martes, 20 de junio de 2023.

Imagen con fines ilustrativos.

Y... para no abandonar el tema de mi relato, h
oy les comparto, del genio... de Boy George, su éxito mundial de 1983 «Karma Camaleón». Disculpen por llamar a estas genuinas estrellas del pasado siglo XX "genios"... Viendo hoy a Bad Bunny, Peso Pluma, etc., no me cabe la menor duda de que eso eran pero no lo sabíamos entonces:

https://youtu.be/JmcA9LIIXWw

***

INCIDENTE EN PESCATORE

La víspera del Día del Padre, don Álvaro Arias Font nos demostró que aún existen personas valientes, 'heroísmo' para este tiempo: Él y su señora, afectados del caso ALDESA, cenaban junto a su hija en el restaurante Pescatore y 'pescaron' (karma) a Javier Chaves y su esposa Edna Camacho en una mesa contigua. Mi cuento sólo representa una metáfora, ficción de ese tragicómico incidente:

https://fb.watch/lgyjoo9Gci/?mibextid=Nif5oz


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Amigos lectores, pueden conseguir mis dos libros de cuentos «Los perros también soñamos» (2019), y «Golpes bajos» (2020), cada uno en 7,000 incluye envío por correo rápido. Si compran las dos obras: 12,000 totales. Pueden realizar un Sinpe a mi número: 85-28-84-87 y enviarme reporte y dirección a ese mismo número de WhatsApp. Lo mismo: si me envían dirección física o apartado, una vez que les paso colilla de correo hacen la transacción.

A lectores de Tilarán... bueno, por vivir aquí: 5,000 colones (10,000 los dos libros) y se los llevo a su casa.

¡Gracias de antemano por la confianza!

***

sábado, 17 de junio de 2023

© TÓXICA (Cuento de Frank Ruffino)

 



Después de padecer yo durante tres horas el implacable tormento que sólo puede destilar una mujer tóxica, esta mañana he cavilado en Camilo Rocha, un colega santulón hecho polvo por su exmujer.

Empujado hasta el mismo límite de la locura, era de esperar este tipo resultara peligrosamente contaminado y también trastocara en radiactivo por sus redes sociales, escribiendo poemitas ácidos en los que no determino un vestigio de arte y sí mucho de vendetta.

Pobre.

Aunque le comprendo perfectamente bien, conjuro este incidente acaecido hace varios meses mientras viajaba a mi pueblo. Estropear más este buen carácter y equilibrio emocional, no representa una decisión inteligente que digamos...

¡Cancelado!


Somos nueve hermanos, señor, yo, la más espabilada, por eso voy a rescatar a mi padre Batista, de noventa y dos años. Diosito me ha otorgado el don del discernimiento, y no actuar ahora es condenarme al fuego eterno. Mi hermano Luciano es el más bruto de todos, a él se debe ese abandono. Esta vez sí cumpliré la promesa, aunque cuatro de ellos se opongan. Yo hago esto porque soy la más espabilada —recalcó, mientras me miraba de frente para garantizarse las cosas quedaran bien claras.

La dama, que se decía 
«solterona y a mucha honra», venía de la capital donde trabajaba desde hacía cuarenta años en la casa de una rica familia oligarca. Ya había llegado a los sesenta y cinco, y constantemente enfatizaba esa privilegiada condición ante sus tontos hermanos y hermanas, también viejos y solterones.


Mi nuevo poemario, agosto 2024. Ventas directas por mi Sinpe 85-28-84-87 (WhatsApp), 8 mil incluye gastos de envío.

Yo abordé el bus en la ruda «Ciudad de los Poetas», y en la próxima hora ese fue el monotema de conversación: por más que le hablara de otros tópicos, invariablemente comenzaba a relatarme con lujo de detalles su cometido.

No tuve opción siendo ése el único asiento disponible, y la señora Grettel, solícita, acomodó contra la ventana una larga bolsa blanca hasta apoyarla en el piso donde llevaba un futbolín para algún niño, de tal manera sus filosas rodillas ladeadas se apretujaban contra mis piernas causándome cierto malestar indefinible.

Como he dicho, el afán existencial de esta hija consistía en rescatar a su padre y llevarle a un asilo de ancianos en San Cristóbal, donde, a cambio de donar la exigua pensión del viejo a la administración del centro, según ella, tendría una vida de primera, con dos o tres paseos anuales a la playa incluidos, y una visita especial al Museo de las Momias en la ciudad capital, urbe que aún no conocía, y diversiones de todo tipo, hasta clases de merecumbé para el ágil de don Batista, famoso por participar en las celebraciones de la comunidad y ostentar una marca invicta de bailar salsa durante ocho horas seguidas.

Fenomenalmente flaca hasta casi la caquexia, exhibía una repulsiva blancura transparente que fácilmente mostraba su sistema circulatorio hasta en los más íntimos detalles (con sarcasmo pensé podría ser un notable espécimen vivo para la facultad de medicina de cualquier universidad). La nariz, caída en gancho, y un rostro anguloso, correspondía a la severidad de su alma, que evocaba a esas monjas monstruosas de las películas de suspense y horror donde a los pobres huérfanos se les aplica todo un amplio repertorio de torturas indescriptibles. Cuatro o cinco verrugas diseminadas por la cara no contribuían a arreglar el conjunto.

Tras unos lentes verdes de grueso marco, los ojillos azules no paraban de girar y fijarse en mí a fin de constatar pusiera atención a su historia y del próximo desenlace, que, aseguraba, tendría ocurrencia al día siguiente, miércoles, cuando bajo la promesa de un magnífico paseo a volcán Dinamita, al fin ingresaría al indomable progenitor librándolo del descuidado y aprovechado de Luciano, a quien igual debía expulsar de la destartalada cabaña de su padre.

—Ese bruto hermano cobra la pensión de ochenta mil colones mensuales de mi santo padre y lo tiene mendigando en el caserío, importunando a los turistas porque me lo han informado así las viejas amistades de allá —me dijo indignada, y aclaró—: …Pide limosnas a los gringos que pasan hacia ciudad Violeta y detienen a comprar artesanías y souvenirs en los dos o tres puestos establecidos a la orilla del camino.

—¡Madre mía! Pero... ¿qué vida es esa? —Exclamé, mostrando un falso sentido de empatía porque ya experimentaba hundirme en arenas movedizas.

—¡Pues ninguna, por eso voy actuar, soy la más espabilada de ellos señor!

Ante su perorata reiterativa, muchas veces simulé dormitar, infructuosamente: invadía mi espacio vital acercándose hasta por poco besarme, lo percibía así por el vaho caliente de su mal aliento, un tufo a cafeína y nicotina que me creaba súbitos mareos, e imaginaba su horrible rostro desfigurado a causa de la ira que le provocaba Luciano. Entonces adrede abría de golpe mis ojos mostrando el desconcierto habitual de quien es despertado abruptamente, pero tal cosa ni la inmutaba, creyendo ella, le asistía el derecho de torturarme durante el viaje por haberme cedido el asiento.

El propósito de esta tóxica 2.0 estribaba en volverme loco, como si realmente no hubiese entendido yo el objetivo de su importante misión: rescatar al vagabundo de Batista de las garras del chupasangre de Luciano. De pronto el vehículo se desvió en la habitual parada del hostal Coco, completándose la mitad del recorrido de lo que pensé sería un sufrimiento continuo hasta el pueblo al lado de este emplasto.


Satisfechos tras treinta minutos de recreo en el establecimiento, de nuevo los pasajeros abordamos el autobús. Entonces descubrí la oportunidad de quitarme de encima a la bruja Grettel, cuando, al abordar, una pasajera a la que había dejado olvidada un conductor despistado mientras se encontraba en el retrete, le solicitó al chofer la encaminara hasta Las Cañas, pueblo situado en nuestra ruta.

—Será un placer resolverle, joven, pero sólo de pie —advirtió.

—No importa, gracias, necesito estar en Las Cañas, de pie o sentada, pero estar.

—Disculpe señor conductor: le cedo mi asiento... ve, allá, donde está aquella señora y la bolsa blanca que sobresale de la cabecera.

De tal manera la muchacha se acomodó en mi lugar, y henchido de gozo fui hasta la parte trasera del bus, lejos de Grettel, Luciano y Batista, a quienes ya harto perfilaba en mi mente.

No había terminado de felicitarme por tan ventajosa decisión, cuando sentí unos ojos clavados en mí. Efectivamente: desde su asiento, la ponzoñosa de Grettel me miraba con una furia y odio asesinos. Gesticulaba y hablaba como si yo estuviera a su lado sin quitarme la vista. La joven, desconcertada, sólo se embutió los audífonos simulando dormir.



Aunque no le escuchaba, por el detallado lenguaje de señas sabía ya la historia de principio a fin, ¡esta mujer y yo compartíamos ciertos rudimentos en la comunicación de los sordomudos! Y volvía a la carga expresando, desgañitada, cada detalle:

—Somos nueve hermanos, señor, yo, la más espabilada, por eso voy a rescatar a mi padre Batista, de noventa y dos años. Diosito me ha otorgado el don del discernimiento, y no actuar ahora es condenarme al fuego eterno. Mi hermano Luciano es el más bruto de todos, a él se debe ese abandono. Esta vez sí cumpliré la promesa, aunque cuatro de ellos se opongan. Yo hago esto porque soy la más espabilada —remachaba en un violento lenguaje Lesco, mientras me miraba de frente para que las cosas quedaran más que claras.

Faltaba aún poco menos de una hora de viaje. Ya no era un pasajero seguro de sí mismo, quien se dirigía al pueblo para celebrarle a su hijo El Día del Niño. Traté de controlarme cerrando los ojos y respirando como hace el atleta en medio de la maratón deseando alcanzar cuanto antes su distante meta.

Transcurrirían así unos cinco minutos, yo, sosteniéndome en el travesaño, haciendo equilibrio para no caer mientras fingía descansar. Pero como dicen que la curiosidad siempre mata al gato, con el rabillo del ojo miré hacia donde la venenosa de Grettel, quien, no sé cómo, supo la observaba y, cual muñeca diabólica novia de Chucky, seguía recetándome su cantinela de señas, retomando la historia donde la había dejado:

—Mi bruto hermano cobra la pensión de ochenta mil colones mensuales de mi santo padre y lo tiene mendigando en el caserío, importunando a los turistas porque me lo han informado así las viejas amistades de allá —me dijo indignada, y aclaró—: …Pide limosnas a los gringos que pasan hacia ciudad Violeta y detienen a comprar artesanías y souvenirs en los dos o tres puestos establecidos a la orilla del camino.

Al terminar de numerar uno, dos, tres... con sus hórridos dedos de tijera, sintiendo un pavor indescriptible, hice lo mío y mantuve así hasta que escuché al conductor anunciar, creí yo, el final de aquel suplicio: «Quedan servidos estimados pasajeros».

Disipada parcialmente la angustia, me dispuse a marchar a casa, distante de la estación a medio kilómetro, mas, no recuerdo haber dado ni un paso cuando todo tornó en una oscuridad de muerte.



A los veinte días desperté del coma profundo en el nosocomio provincial. Al principio únicamente retenía mentalmente una confusa visión de aquel viaje en que aparecen veintidós jugadores azules y rojos venir con todo contra mí.

Se han ido sucediendo los meses y, en apariencia, he ido recobrando completamente la memoria, reconstruyendo, como un puzzle amargo, las peripecias para sobrevivir a ese periplo retumbando en mi mente el nombre Grettel. De cualquier manera... ¿quién puede inventar semejante historia? La familia me aconseja solicitar anticipadamente la jubilación, aunque no tenga edad para ello; apuestan porque lleve yo una vida más calmada.

Atribuyen mi desmayo y golpazo a esta maldita mascarilla de tela y a las consecuencias de una salvaje «cuarentena» impuesta por el Gobierno, sin obviar el estrés por trabajar muy duro a fin de mantener a mis dos pequeños hijos.

Sé muy bien la experiencia vivida es real y lo que terminó por hacer la vieja Grettel con mi cabeza. La familia y amigos cercanos exigen testigos, mas, nadie hasta la fecha asegura haber visto a esta agresiva del futbolín. ¿Y las cámaras de seguridad del bus? Pues como suele pasar, para mi mala suerte iban desconectadas.

Temo cerrar los ojos por las noches, aunque sabemos la falta de sueño mata más rápido que el hambre o la sed, eso alertan acreditados neurocientíficos, pero al hacerlo invariablemente aparece la bruja, ahora empleando un gran megáfono tras el que vocifera en mis propias narices, para que las cosas queden más que claras…Y aquí le corto, pues de cierto modo he logrado empoderarme ahorrándole su maldito discursito pronunciándolo yo mismo, imitando su fea y metálica voz de urraca:

—Somos nueve hermanos, señor, yo, la más espabilada, por eso voy a rescatar a mi padre Batista, de noventa y dos años. Diosito me ha otorgado el don del discernimiento, y no actuar ahora es condenarme al fuego eterno. Mi hermano Luciano es el más bruto de todos, a él se debe ese abandono. Esta vez sí cumpliré la promesa, aunque cuatro de ellos se opongan. Yo hago esto porque soy la más espabilada.

¡Ay!

FIN

San Pedro de Montes de Oca, 05 de octubre, 2020.

NOTA: Este texto aparece en mi nuevo libro de cuentos 'Para matar un androide' que he publicado a fines de octubre de 2023. De los 18 relatos, 14 son inéditos. Pueden adquirirlo en 7,000 incluido envío por correo certificado. Mi WhatsApp-Sinpe: 85-28-84-87. 




«ISLA BONITA»

Dejémonos de brujas (afortunadamente las menos) y vayamos a las hadas madrinas y musas 2.0 como Madonna. Les comparto hoy, de esta llamada «Reina del pop», «Isla bonita», éxito mundial lanzado en 1986. Cuando la Tierra sólo sea un pedrusco global de hielo, esto será el paraíso de la imaginación, por eso muy contento estoy de haber nacido en la, a pesar de todo, exclusiva franja ecuatoriana de este planeta rocoso, donde la violencia, crimen organizado, narcotráfico y corrupción parecen ser el «pan» nuestro de cada día:

https://youtu.be/zpzdgmqIHOQ

PARA ADQUIRIR MIS LIBROS DE CUENTOS

Amigos lectores, pueden conseguir mis tres libros de cuentos «Los perros también soñamos» (2019), «Golpes bajos» (2020) y «Para matar un androide» (octubre, 2023), cada uno en 5,000 incluye envío por correo rápido. Si compran las tres obras: 12,000 totales. Pueden realizar un Sinpe a mi número: 85-28-84-87 y enviarme reporte y dirección a ese mismo número de WhatsApp. Lo mismo: si me envían dirección física o apartado, una vez que les paso colilla de correo hacen la transacción.

A lectores de Tilarán... bueno, por vivir aquí: 5,000 colones (10,000 los tres libros) y se los llevo a su casa.

¡Gracias de antemano por la confianza!

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