miércoles, 10 de febrero de 2021

© Otra especie de filantropía (Cuento de Frank Ruffino)


Ladrar por ladrar en este teatro global de las pesadillas, y el único consuelo para el país de Innombrable son los sueños…

El pequeño David se encontraba en la parte exterior de cierto restaurante popular capitalino, un día cualquiera de su vida, porque es la época en que parece se rehúye del presente y se añora vivir en el pasado o futuro…, quizá sí, futuro, en ese tiempo no concreto que es nuestro porvenir donde por lo menos soñamos volverá la justicia a recobrar el espíritu, su respeto y señorío. Por ahora, y por pura cuestión de sobrevivencia, seguiremos practicando de esa otra que llaman los noticieros de sucesos «pronta y cumplida», aunque se tome en nuestras propias manos.

La camarera sirvió la orden, y el hombrecillo estaba pronto a probar su café y devorar su comida cuando un inoportuno le interrumpió…

Señor, regáleme un billete de mil colones.

No tengo mil colones.

Eche una moneda de a quinientos.

Tampoco tengo.

Entonces deme ese sándwich.

Este ha sido mi único alimento del día y ya pronto abordo ese bus (se volvió y señaló el Scania azul parqueado al otro lado de la calle). El regreso a mi pueblo son muchas horas.

Sería peor que lo asaltara o matara, usted manda…

¿A quién?

A usted. Bueno, viejo, no se ponga guapo y regáleme por lo menos la hora, usted no regala nada, ni un traguito de ese refresco.

El pequeño David hizo una rápida lectura de ese rostro sociópata y tras él desentrañó lo que tramaba su desconfigurado cerebro de drogadicto malvado. Así, introdujo el brazo derecho en el saco de gangoche y cogió el 38 sin perder de vista al delincuente, quien pensó buscaba el celular o el reloj para «regalarle la hora». Sostuvo esa posición de ataque velado mientras el café con leche humeaba, y con una calma singular, dominio propio y socarronería interrogó a su intimidante interlocutor:

¿A usted le gustan mucho los regalos?

Diay sí viejo, ¡a quién no!

¿Le gusta una bala?

Una bala sí, por lo menos esa bala de la cadena de plata, viejo, pero me está cansando y nadie cansa «al negro». Y al tanto que hablaba, el negrito apretaba definiendo algo duro y largo en su sudadera blanca con capucha…

Pero en un rápido movimiento el pequeño David puso el cañón del revólver entre sus ojos.

Pensé era esa bala ladró el tipejo tembloroso. Una mueca torcida dejaba visible parte de la dentadura a la que le faltaba dos piezas superiores. El hombre deslizó hacia abajo el cañón embutiéndolo por ese asqueroso hueco pedigüeño.

«El negro», de unos 25 años y a quien su supuesta víctima le doblaba en edad y por lo menos treinta centímetros más de estatura, el malandro, bizco de terror y babeando balbució algo así como «por favor perdón señor». Suplicando en modo de gruñidos fue haciéndose más corto de estatura hasta que el pequeño David lo tuvo completamente a su merced, de rodillas, sus manos juntas como cuando se pide en oración un gran favor, y se está, precisamente, entre la vida y la muerte… «¡Qué coincidencia fatal!», caviló el viajante con ironía y dijo:

¿No quiere merendar bala en salsa negra de pólvora con sabor a plata?

Entonces un líquido amarillento y fétido comenzó a resumir de sus pantalones.

¡Te measte y cagaste negro cabrón!

Extrajo su celular y con una pericia singular de su mano izquierda, puso el cronómetro pegado a los ojotes desorbitados del asaltante.

Le regalo tres segundos para que se pierda de mi vista tras la esquina, si no, le alcanzará este presente de plata, no me gustan los tipos holgazanes y malucos. Dicho, tres segundos, sólo tres segundos. Y con el mismo cañón le empujó presionando y estirándole el cachete en dirección hacia el punto de fuga que le brindaba.

De un salto el sorprendido maleante se incorporó y corrió a la esquina para ocultarse y perderse, mas a dos pasos de la salvación resbaló en la especie de diarrea que descargaba por los ruedos de su vaquero. El diminuto obsequio se introdujo a un costado a la altura del pecho, una bella rosa negra se tatuaba en la piel del abrigo.

Mala suerte susurró el ducho tirador.

En esa tarde de inesperados regalos, no quiso darle ni un segundo a quien le había malogrado la merienda y casi el día. Tumbado, el enemigo chillaba como una niñita histérica. El pequeño David contó ocho pasos hasta esa cosa humana trastocada a lombriz epiléptica, y le obsequió estas palabras:

Hoy estoy más dadivoso de la cuenta, ten esta otra regalía...

Apuntó a su frente mientras pronunciaba una frase tan sencilla y que nada cuesta en tiempos de tanta palabrería y mezquindad:

¡Feliz cumpleaños anticipado! y disparó.

Revisó los pantalones del criminal y se sintió afortunado al constatar portaba su carné de identidad. Dos damas mayores salían del establecimiento cogidas del brazo y aplaudieron agradeciendo su acto heroico.

La patrulla de la policía no tardó en llegar. El pequeño David le extendió el documento del infeliz, mas el oficial ni se tomó la molestia de bajar del vehículo, un vistazo con sus prismáticos bastó para confirmar se trataba del consuetudinario hampón y llamó a la morgue.

Antes de partir, el patrullero le extendió al valiente ciudadano toda una plana de cupones para el respectivo cobro en el banco del Estado de trescientos mil colones en efectivo por librar a la sociedad de «el negro», tiquetes que también podría canjear en cuatrocientos mil pesos de abarrotes si se presentaban en la Cadena de Supermercados Populares, dinamizándose así la economía, tan maltrecha en el país de Innombrable.

Molesto incidente, sí, pero el final de esta esta tarde dio un giro más provechoso pensó agradecido el pequeño David.

Aún su autobús no partía.

FIN

Cuento © 'Otra especie de filantropía', del libro 'Los perros también soñamos' (noviembre 2019; Veragua ediciones, 96 páginas), puede ser adquirido por los estimados lectores y lectoras de Costa Rica y el extranjero. Precio 7,000 colones, incluye envío por Courier. Si usted habita la Gran Área Metropolitana (de Paraíso de Cartago a San Ramón de Alajuela) con gusto se lo llevo hasta sus manos, igual costo. Lo mismo que mi reciente obra, también de cuentos, 'Golpes bajos' (octubre, 2020; Veragua ediciones, 104 páginas). Si adquieren las dos publicaciones, precio especial: 12,000 colones. Mi WhatsApp: (506) 85-28-84-87, por lo que pueden realizar transacción por Sinpe Móvil. Si se adquiere desde el exterior cada uno de los libros por separado: $20, los dos: $30.




2 comentarios:

  1. Tiempo de no andar por este mundo de la blogosfera, y siempre es bueno retomar con sus textos que tenía tiempo ya de no leer, mientras rcupero mi sitio olvidado.

    Saludos

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  2. Todavía no puedo creer que no sé por dónde empezar, me llamo Juan, tengo 36 años, me diagnosticaron herpes genital, perdí toda esperanza en la vida, pero como cualquier otro seguí buscando un curar incluso en Internet y ahí es donde conocí al Dr. Ogala. No podía creerlo al principio, pero también mi conmoción después de la administración de sus medicamentos a base de hierbas. Estoy tan feliz de decir que ahora estoy curado. Necesito compartir este milagro. experiencia, así que les digo a todos los demás con enfermedades de herpes genital, por favor, para una vida mejor y un mejor medio ambiente, por favor comuníquese con el Dr. ogala por correo electrónico: ogalasolutiontemple@gmail.com también puede llamar o WhatsApp +2348052394128

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