viernes, 13 de noviembre de 2020

Cuento de Frank Ruffino: © Un crimen singular (Confidencias de un demente)

 


Esta pandemia no puede contra la amistad, no la de las redes sociales, sino el contacto genuino y presencial, al parecer fatalmente herido desde antes de tal peste, y hoy decididamente prohibido por el establishment.

Mi viejo amigo, ex profesor de Filosofía y Letras, A.F., me había invitado a merendar en su casa de habitación, en ese lugar que aún llaman con el nombre de San Juan del Murciélago.

En este contexto de restricciones inverosímiles, como casi todos los susceptibles a enfermar gravemente, según advierten, el viejo de sesenta y cinco años realizaba en apariencia sólo salidas esenciales, una o dos por semana, al supermercado o farmacia, por lo que estaba deseoso de hablar con un individuo real. Y yo, que no he seguido tan a pie juntillas las prescripciones impuestas a las libertades individuales, pues, arriesgando todo, una tarde de este agosto que principia con creciente mortandad atribuida a la Covid-19, me vi en casa del Maestro.

Éste yacía endemoniadamente solo, incomunicado y deprimido a causa del férreo aislamiento, que poco me dejó exponer mis cuitas existenciales.

—¿Con leche o solito? —dijo.

—Acompañado, amigo.

Y empezó su casi monólogo. A medida que relataba su vida bajo el régimen de la «cuarentena», noté su rabia descomunal e insana ya iba más encaminada a un incipiente trastorno emocional de cuidado, por lo que, apenado, establecí pronta empatía con mi otrora mentor.

—Ignoraba de mis capacidades, hasta que las circunstancias me situaron en una inexorable perspectiva... Sentencian desde la antigüedad el precepto «no matarás», pero ya acorralado, peligrosamente acorralado, se es capaz de recurrir al asesinato, posiblemente ejecutándolo tan bien, que el más sorprendido es uno de la facilidad de despachar al indeseable ser...

Sobresaltado, debí interrumpir su disertación, expuesta tal como acostumbraba frente a veinte o treinta de sus amados alumnos:

—¡Cielos, profesor!, pero... ¡qué está hablando usted de matar!

—Hijo, no tendría el valor de cometer magnicidio, y eso que este presidente macaco lo merece, de ser linchado a mano de las masas, ¡por haberse convertido desde antes de la plaga en fabricante de pobreza a escala industrial!

Crispando sus manos cual energúmeno, se halaba los cabellos y barbas al tanto saltaba realizando ominosos ademanes que, con su metro noventa, por poco rozaban el cielorraso... Así que dejé libremente expusiera las ideas sin frenar su histérica alocución...

—Pero por favor, hombre, déjeme seguir la idea: Y «no codiciarás a la mujer de tu prójimo», mas, si ésta primero le codicia a uno, y es a simple vista despampanante, pues no voy a corresponder a la joven mofletuda de la esquina que usa adrede un escandaloso escote para seducirme al pasar frente a su casa; o a esa otra vecina fea y flaca a la que le faltan dos dientes y todavía así realiza un obsceno movimiento con su lengua enchapada de una fina lámina de sarro... ¡En tiempos de crisis financiera y pandemia sólo persiguen el dinero de mi jubilación!

»¡No seamos hipócritas...! Frente a estas mujeres, con poca o ninguna atracción física, intelectual o económica, el precepto bíblico automáticamente se cumple sin siquiera meditar en él. Vamos condicionados, cual zombis obsesionados asediando a la chica bella, el poder y la riqueza ¡y ni nos percatamos de este destino implacable dirigiendo nuestros pasos! Somos éticos y buenos cuando no se nos acomoda la situación, e inmorales y voraces al desear todo aquello que nos apasiona, enriquece o satisface.

»¡Es eso y nada más!».

Como cuando era su discípulo, yo no osaba hablar, porque, aunque viejo, el descontrol en un cuerpo corpulento y alto por instantes hacía ver al antiguo profesor vigoroso y amenazante. Estaba acorralado.

—Y ahora venirme este degenerado ministro a echar su perorata diaria de «Quédate en casa», que me ha empezado a hervir la sangre, ¡más de ciento cincuenta días en mi hogar con la pata quebrada!

»Todo ese recuento minucioso y necio del maniático jerarca de la salud pública, informando de los nuevos infectados; si acaso, alguna rara muerte reciente sin factores de riesgo a causa de la Covid-19; los nuevos recuperados, cifra que, comprobadamente manipula a su antojo; el recrudecimiento o liberación parcial de las restricciones aquí y allá imponiendo alertas de todos los colores... Porque según ellos, ¡el SARS CoV-2 puede matar hasta Superman!

»Al tanto se ejerce desde el poder la triste y pasmosa verdad de que en este caso se cumple aquel adagio «es peor el remedio que la enfermedad», mis propios ojos lo constatan, querido...».

Mi amigo realizó una pausa abrupta y extraña, y, sin esperar, gritó:

—¡Pero por favor déjeme hablar hombreeee!

—Perdón, profesor... —le dije evidentemente conmovido y confundido.

—¡Más te vale! —me reconvino. Advertía ya no era él, pero, sin saber hacia dónde huir, dejé continuara su desahogo terapéutico en bien del aprecio que le profeso.

—Decía, antes de la interrupción, que mis propios ojos constatan, querido, la ruina económica de muchos amigos: locales cerrados o clausurados sin estricta necesidad desde el primer caso de contagio; la mayor parte de ellos despedidos o quebradas sus ventas y empresas, ¡todo en nombre del virus manufacturado en los laboratorios de Wuhan!

»Ocurriendo todo esto, no sé si usted o alguna de sus amistades o conocidos, experimentará lo mismo que yo, de ver tanta fama y poder de un ser así de pequeñín e invisible arrodillando paso a paso a las más poderosas naciones, ¡que he llegado a amarlo con locura! La necedad y amenazas del Gobierno despertó en mí un deseo irrefrenable de ir contracorriente, de salir incógnito a la calle por las noches como un loco y mezclarme entre la chusma contagiada, ¡y planear raudo y alto, igual a esos desentendidos gallinazos sobrevolando desde siempre la miseria humana!».

Aunque tenía toda la razón respecto a los cierres y quiebra masiva adrede de esta pobre economía tercermundista, concluí definitivamente fungía como testigo de la desintegración paulatina de su mente.

—La mayoría pierde la cabeza por la luminaria de moda, esa superestrella de cine, cantante o deportista que ejercen un influjo arrasador y diabólico en las masas de todo el mundo, ¡yo perdí la cabeza por un virus! —vociferó.

Ya se hacía tarde y temía una sanción de cien mil colones y retiro de la matrícula del vehículo si conducía en «modo de alerta naranja». Entonces le manifesté mi preocupación... Él contestó:

—Tranquilo, escritor, no le dejaré en ascuas —y fue hasta un rincón del salón y cogió un mazo de fotocopias puesto sobre una de varias columnas de libros que apilaba por doquier—. El borrador de mi diario hablará de este, un crimen singular, lea las partes que usted desee y entérese en detalle.

—Agradecido, Maestro, todo un honor.

—¿Sabe?

—No...

—Lo que más odia el rebaño, es aquel que piensa de modo distinto, no es tanto la opinión en sí, como la osadía de querer pensar por sí mismo, algo que ellos no saben hacer.

—¡Dios, siempre genial y lúcido, mi profesor!...

—El pensamiento es de Arthur Schopenhauer. ¡Cómo le envidio!

Luego, a poco nos despedimos ejecutando un efusivo «abrazo» de la «nueva normalidad» chocando nuestros codos, yo, con mascarilla, careta y guantes.

Apenas salí de la residencia del profesor A. F., deseché este último implemento en el contenedor de basura de la esquina. Reproduzco aquí parte de su diario que me hizo cambiar de opinión sobre su estado mental. Juzguen los lectores.

***

02 DE AGOSTO

¡Gracias Virgen de los Ángeles! Sospecho contraje la Covid-19... ¡No cabe en mí esta súbita alegría, como experimentar un primer noviazgo o acertar el Gordo de la lotería!

07 DE AGOSTO

¡Al fin confirmo tengo Covid-19 y estoy henchido de gozo!

¡Comienzo a sentir igual que presidentes, reinas de belleza, aristócratas, actores y tantas otras luminarias infectadas por este campeón!

He ido donde la doctora Alejandra, una joven microbióloga perdidamente enamorada de mí. Ha jurado callar a cambio de un pronto encuentro con tal de que no reporte el caso a las autoridades salubristas y policiales.

¡Las cosas que hace el amor!

08 DE AGOSTO

Esta madrugada experimento en mi corazón y mente al SARS-CoV-2. Nunca imaginé, yo, solterón empedernido, tuviera un romance que, de haber sido posible aquí, legalmente, bajo la ideología de género, hasta la pertinente fecha de matrimonio vendría al caso. Imagino los titulares de los diarios: «Un eminente filósofo se casa con el coronavirus»; «SARS-CoV-2 y ex catedrático contraen nupcias»...

...Tos necia, fuertes dolores de pecho, pérdida de olfato, jadeos de perro; a falta de aire, sentirse uno zambullido de cabeza en un estañón de orines a mano de dos fornidos sádicos; esa fiebre brutal, infernal; la diarrea constante... He perdido algo de peso...

10 DE AGOSTO

Antes de las setenta y dos horas de iniciar con estos sobrecogedores síntomas, me he prescrito el sencillo tratamiento salvador yendo a la farmacia del pueblo. Temblaba cual cervatillo acorralado por un cazador, pues temo se me descubra y lleven preso. Al entrar he coincido con Marcelo, un don nadie que, en este tiempo de crisis, es para muchos un héroe al denunciar a cualquier sospechoso de portar el virus, y desnudar situaciones «anómalas» como pequeñas tertulias, sentarse en un banco exterior del parque precintado, el extraño infiltrado en alguna burbuja social... ¡Todo un soplón!

Me ha mirado fijamente...

—¿Está usted bien?, le noto el rostro muy rojo...

—He subido hace un rato el monte Tovar, ya sabe, amigo, este encierro sin ejercicio mataría...

—Bien, don Alberto, bien, debe cuidarse y no andar por ahí —me ha advertido.

—Estamos, buen día Marcelo.

Y este tipo cobarde y títere, receloso se ha alejado volteando dos o tres veces. ¡Por poco sucumbo!

He comprado dieciocho cápsulas de Ibuprofeno de 400 miligramos, una cada ocho horas durante seis días. Según un sabio amigo médico de Italia, esto evitará la inflamación de bronquios y pulmones, impidiendo que la Covid-19 escale a una infección mortal. ¡Púdrete, OMS!

11 DE AGOSTO

No he salido de casa durante mi romance, así no será fácil contagie a algún fulano o fulana y nadie sospechará de un crimen tan singular. ¡Deseo vivir este affaire solo en mi hogar, y soñar!

13 DE AGOSTO

Experimento una leve mejoría. No soy poeta, pero hoy compuse un texto pensando en tipos repugnantes y empoderados como Marcelo, que abundan en esta república. Helo aquí, adrede corrido, sin líneas poéticas ni estrofas:

ODA A LA PANDEMIA

No sólo afecta al blanco y al negro, al árabe o al judío..., la pandemia enseña gratuitamente muchas cosas: da clases de anatomía mostrando con horror que un pulmón palpita aún eviscerado el ser consciente, da lecciones de geografía y necrofilia. 

En la pandemia, sólo un apasionado como yo desea contagiarse. Algunos, al final del hambre en una pandemia políticamente mal gestionada, (de cuarentena dictatorial, cruenta y prolongada), cuando ya La Parca alza su hoz, comienzan a hurtar, robar, asaltar..., luego con más confianza y más hambre se abre la insólita faceta del canibalismo ¡y sálvese quien pueda! 

La pandemia hace muy mal, ya lo sabemos, pero es el maldito ciclo humano. En ella los sociópatas florecen y son felices: en medio del miedo y el caos pueden hasta fundar una familia, son respetados y algunos de ellos nombrados «héroes nacionales». 

La pandemia está mal diseñada porque es triste para los pobres, terriblemente triste y desolada, y el miedo y la locura se encabritan en las esquinas, y en cada rincón del hogar habita la ruina.

La pandemia viene cuando menos se la espera, por eso los hombres deben estar alertas inmersos en la paz que poco anuncia: sin avisar cae su telón gris-melancólico y es cuando los sueños, acomplejados, se esconden en el clóset, y las pesadillas hacen vida a plena luz del día.

 

14 DE AGOSTO

Día a día salgo de este feliz y deseado quebranto. Un ligero malestar de garganta me hace pensar, para el diecisiete de agosto estaré sin rastros de mi SARS-CoV-2. El amor verdadero no mata, edifica y da lecciones aportando al crecimiento personal.

¿Arrepentirme? ¡De nada! Hago lo que ordena mi más íntimo sentido de libertad y pensamiento, ¡nuestros derechos básicos inalienables! ¡Ninguna «puerta negra» de este presidente macaco y su ministro sanitario, testaferros y lugartenientes salubristas, resultará en un obstáculo!

17 DE AGOSTO

Como lo había previsto, ¡he vencido al sistema y a ese desgraciado de Tedros Adhanom!

***

Ya no sé qué pensar... ¡Y no salgo del asombro del peligro en que estuve de ser contagiado en la casa del profesor! He leído esta especie de bitácora o diario, lo más conmovedor que he visto durante la pandemia, ridículamente interminable para todos. Creo, más que trastornado, la verdadera «locura» de mi amigo es su rebeldía y libertad, una descontrolada y singular energía le asiste. ¿Aprendí una lección?... Únicamente el tiempo dirá...


Es veinticinco de agosto y esta mañana he visto al profesor A. F. junto a Alejandra. Caminaban gastando indumentaria deportiva, probablemente con meta hasta aquel cerro de rocas negras volcánicas, esa mística montaña coronada por una gran cruz blanca de mampostería y que suele cobijar a las parejas bajo el millar de escondrijos naturalmente románticos.

Les he saludado con un dejo de complicidad. Quizá ella no pueda interpretar mi guiño... El profesor es todo un pícaro caballero. ¡Salud!

FIN

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Mis dos libros de cuentos, portadas y contraportadas: 'Los perros también soñamos', Ediciones Veragua, 2019, 20 relatos. 'Golpes bajos', 2020, 16 relatos.

Para adquirir sendas obras, 12,000 colones, incluye envío por correo rápido (Costa Rica). Una vez que llegan los libros al estimado lector, aporto cuenta para el respectivo depósito. Mi WhatsApp: (506) 85-28-84-87. 

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¡Gracias por el apoyo!

Imagen principal de esta publicación: Periódico La Vanguardia (España).




domingo, 18 de octubre de 2020

© Lo que me dijo Célimo (Cuento de Frank Ruffino)


 

Para todos los patriotas costarricenses que salieron a la calle en las protestas de octubre


Esa tarde viajé a la ruda "Ciudad de los poetas" a velar un viejo poeta amigo, alcohólico y diabético que había muerto, dicen, a causa de la Covid-19. Eran casi las nueve de la noche, caminaba apesadumbrado y nostálgico por su casco urbano rumbo a la estación de autobuses con el propósito de regresar a la ciudad capital. Hacía recuentos de las tantas veces que el muerto trató de suicidarse, como cuando quiso colgarse de una viga arrasada por el comején y a la siguiente mañana la hermana le encontró en el suelo, desvariando borracho, el madero sobre él, pareciéndose más a un chistoso cristo del infortunio que a un suicida, o el día que me llamó de madrugada y reveló estaba a punto de beberse una botellita de Gramoxone plus, o pegarse un balazo... 

«Pues es mejor seguir bebiendo alcohol, menos nocivo para la salud», le recomendé. Creo me hizo caso por muchos años... Ahora yacía confortable en su ataúd, ya sin padecer el suplicio de una existencia que hoy, más que nunca, es odiosamente costosa, demandante y peligrosa para todos.

Avanzaba a tientas entre una densa niebla al punto de no saber en cuáles calles o avenidas me hallaba. El campanario dio las nueve y fue tanto el estruendo, que advertí estaba frente a la iglesia y estatua de San Ramón Nonato. Hipnotizado e inmerso en ese ambiente lúgubre que en vez de amilanarme, por lo general suele proveerme de energía y esperanza, cavilé en los tiempos idos y sus valientes y honestos hombres que, ante las vicisitudes graves de la vida, sí tenían el panorama claro. A un costado del templo, apenas pude ver dibujados los contornos de la residencia en que vino a este mundo el más grande presidente que haya tenido la república, pronta a celebrar su bicentenario, y convertida en un centro cultural que con todo honor merecido lleva su nombre. Así elucubraba cuando unos pasos acercándose me pusieron en alerta... Por simple reflejo de sobrevivencia busqué el rostro del misterioso transeúnte, asombrándome no fuera el de un hampón drogata o violento pedigüeño a deshoras; de inmediato reconocí al señor Célimo que venía de San José en tránsito a su hogar.

Sin ejercer la costumbre de no importunar a ningún personaje por más famoso o importante que sea, algo de ese ambiente conspiró para que, desinhibido, casi detuviera al hombre que en esos días ocupa la atención de los medios de prensa nacionales e internacionales.

—Oh, Dios, usted, usted, ¡señor Guido!

—Él mismo. ¿Lo conozco, pito?

—No creo, tal vez haya escuchado mi nombre...

—¿Qué nombre, a ver...?

—Frank Ruffino... En mi vida he escrito mucha poesía y ahora más cuentos de la cuenta...

—Vea si lo ubico, mi gallo, que usted es oriundo de Tilarán y sus tatas vinieron de España. Me gustó el cuento "El fantasma de un loco"; "Un crimen singular" dice todo lo que se debe de establecer sobre esta pandemia cruelmente politizada; ni qué decir el relato de los hombres de negro donde hacés un fiel retrato del cabrón de OAS... ¡Aquí se requieren más escritores que tomen al toro por los cuernos!

—¡San Ramón Nonato, salí ya de una vez por todas a la luz del mundo! —atiné tontamente a decir mientras me invadía una marea de nervios—. ¿Pero, cómo va la cosa don Célimo, siguen esos rastreros del Gobierno intentando meterlo a la cárcel?

Como estábamos de pie al lado de la cinta amarilla que ridículamente desde hace ocho meses precinta prohibiendo el acceso a los parques, de un manotazo este líder de armas tomar la quitó y revoleó por los aires, con tan atinado pulso que fue a posarse como graciosa guirnalda entre las manos del Santo Patrono, quien, para mi sorpresa, nos hizo un guiño de complicidad.

Invitándome a sentar en el banco de concreto, Célimo dijo:

—Vea, varoncito, lo que hay en este Gobierno, además de ratas rastreras y sarnosas, es una manada de chanchos con el pueblo. Y eso se veía venir antes de llegar a Zapote este marranillo durante la campaña: con sus dos dedos de frente, el único talento del presidente macaco es darnos atolillo con el dedo y meternos diez con hueco.

—Disculpe le interrumpa, maestrito, por lo que me va contando, no me queda clara la especie biológica de quien preside el Ejecutivo: ¿rata, chancho o macaco? —le dije con ironía.

—Las tres cosas, por eso estamos como estamos, gobernados por un emplasto genético: a éste lo fabricó en su laboratorio ese otro bicho, el tal Frankenstein. El pueblo, lo que se dice pueblo, o sea, todos nosotros masacrados por un amplio catálogo de impuestos sobre impuestos y por servicios carísimos, extraterrestres, porque ni en el primer mundo son así de asesinos, a dos años y medio no tenemos claro de dónde salió esa cosa que dice gobernar esta República Banana Split.

—Vendrá de algún reino tutifruti, porque habitante de aquí no me parece, —le dije con burla.

—Tutifruti y medio a vuelta redonda modelando por una pasarela arcoíris, el diez con hueco es él —me aclaró, y los dos reímos de lo lindo.

—Y vea la machilla, esa Tercera Dama porque Primera era la Jackie Kennedy o tal vez la Penón, su única obsesión política es el tren eléctrico. ¡Pandemiaos todos y quiere un trencito de oro, y no hay chochoska, pero como ellos son de esta generación de nuevillos que viven de deuda respirando deuda y más deuda, pues luchan por hipotecarnos a esos pingüinos del FMI!

—Y ya apareció el Ottón...

—¡Se tardó en salir de su alcantarilla! La soberanía económica, esa que decía él llorando debíamos cuidar a toda costa y nunca entregarla, ahora tiene un precio: mil setecientos millones de dólares. Y el mismo padre político del macaco, o sea Ottón, pues ya definió para el títere de Zapote la hoja de ruta por lo que le resta de su gestión. 

—Dijo este sombrerona en entrevista con Nacho Santos: "ahora el FMI se volvió bueno". Seguro, bajo esta óptica antiética y corrupta hasta el Diablo llegará a ser un pan de azúcar; el tipo cambia de calzón según le queme la acidez de la leche cuando es empujado por un chivo.

—¡Jajaja, me cae bien usted Ruffino, hablamos el mismo idioma, como dos hombres de campo!, vea, zorro, a ese cejas de atol de Ignacio los Picado deberían mandarlo a reportear al África para que aprenda lo que es la vida miserable y a dónde vamos con el FMI...

—¿Y a dónde vamos?

—Pues eso mismo, a tocar fondo y un fondo de aguas negras, la desgracia total, de ahí no pasaremos: por los próximos treinta años o más estaremos arrodillados ante un patrón extranjero, la misma vaina cuando aquí mandaban la Standard Fruit Company, Chiquita Brands International o Alcoa... Estamos esclavizando ya a una generación de compatriotas que no han nacido. ¿Eso es patriotismo, sirvieron de algo las antiguas luchas?

—Para nada, señor Guido, para nada.

—¿Sabe algo?

—¿Qué?

—La plata prestada que por otro lado anda consiguiendo la macha, esa Gatúbela desubicada, debería más bien destinarse, ya que son tan progres, a construir un sistema carcelario de primer mundo para los delincuentes, éstos que son los verdaderos mandamás de nuestra República Barco de Banano. ¡Y estos irresponsables malgastan millones de dólares en Norteamérica, Europa y Asia insistiendo a los desapercibidos e ingenuos turistas vengan a este infierno costoso y de inseguridad pasmosa!

—¡Bien dicho capitán! Las protestas sociales con usted al frente, y siete meses de pandemia han venido a ser, si lo miramos positivamente los ciudadanos, una especie de radiografía del país...

—Más claro no canta un gallo, lo dice usted muy bien, la misma casta de corruptos e ineptos vendepatrias en el poder siguen politiqueando y engañando al pueblo. Y salen las momias ex presidentes a apoyar al macaco y a decir está en peligro el Estado Social de Derecho que ellos mismos han socavado desde hace mucho. Tales viejos tienen una gran cuota de culpa por lo que nos pasa.

—¡Una verdad redonda Maestro!

—¡Como ninguna, escritor! La narcodelicuencia sin control es culpa de estos tres poderes ineptos y corruptos que se arrogan la salvaguarda de la institucionalidad, si son, repito, quienes la han minado gobernando para sus bolsillos y nunca por los intereses de la nación.

—¡Otra gran realidad, verdad, si se quiere! "En río revuelto ganancia de pescador" señor Célimo, por eso los criminales ya operan más a sus anchas mientras la policía corretea a los ciudadanos enfurecidos con el sistema.

—Vea, Frank, aquí gobierna la mafia y el narco que practican impunemente todas las categorías delictivas habidas y por haber: asaltos, hurtos, robos, estafas, homicidios, violaciones y femicidios, cuatrerismo, crueldad animal y saqueo y destrucción en los parques nacionales, áreas de conservación, territorios marinos, ¡y pare de contar!

—El respeto por la propiedad privada y pública está en los museos, ya se olvidó porque los vándalos organizados se roban todo, hasta los cables de cobre del tendido eléctrico... —dije.

—En este país no se respeta la propiedad privada ni pública porque las leyes son de plastilina: los ciudadanos vivimos encarcelados y atemorizados mientras los maleantes andan libres haciendo y deshaciendo con nuestras vidas y bienes. Por eso millones aplauden al Bukele.

—Extraña y empacha al pueblo, ahora vienen éstos del Ejecutivo y Judicial a acusarlos de todo y a querer imponerles medidas cautelares y posiblemente cárcel únicamente por defender los intereses del país...

—Correcto, vea a Bodaan, a Luis Guillermo, Bolaños, a la Taitelbaum y tantos otros pillos y asesinos libres de cuello blanco, no se les aplica la justicia como a cualquier ciudadano! ¿En qué país vivimos, dígame usted?

—En la República Barco de Banano o Banana Split... ¿Y a qué viene ahora este tío Lucas del ministro de Seguridad a echar la culpa de todo a usted y su movimiento social?

Pues a nada.

—¿Puedo decirte algo y no se enoja mi líder?

—¡Échelo, que estamos hablando frente a frente, como dos hombres y no como carajillos de Facebook, ésos que se creen muy héroes por madrear al presidente.

—No, que cuando protestemos, no nos safrifiquemos a nosotros mismos como pueblo con bloqueos de vías, ni destruyamos comercios, obra pública, parques, señales públicas o estatuas, ¡vayamos frente a las casas y 'trabajos' de los corruptos zánganos y no los dejemos 'laborar' ni vivir!

—¡Pucha, sí, no está mal ir a por ellos directamente!


En eso estábamos, cuando un alarido de terror irrumpió en el aire. En segundos tres o cuatro sombras pasaron huyendo de algo, por lo que apenas escuché el monólogo de Célimo, respecto al ministro, algo así le entendí: «Ese tipo represivo, repulsivo y falso es un mal tremendo para la democracia y el pueblo en esta coyuntura de crisis, tanto como el chancho de Zapote; pasa, al primero se le puede despedir exigiendo la nación su renuncia como se hizo con el anterior seudoministro peludo de Instrucción Pública; pero al presidente, por más inepto, corrupto y antipatriota que sea, no puede revocársele su mandato. ¡Esto es patético!».

—¡Patético! —secundé y mi interlocutor mostró asombro por la manera en que le seguí casi sus pensamientos a queda voz.

—Aunque también estamos en esta lucha, tal vez a éste no se le pueda cortar el rabo como se hizo con el loco Bucaram en Ecuador o al Nixon, pero al próximo inepto y bueno para nada que llegue a Zapote sí, —sentenció Célimo.

—Comprendo, a este chancho o macaco, ¡vaya a saber Dios!, lo salvó la campana, digo, me refiero el tiempo: ya no hay maniobra posible para expulsarlo a año y medio que resta de su mandato... 

—Pero no olvide que, en el poder o fuera de él, a cada chancho le llega su hora, por lo menos no vamos a dejar que se salga con la suya junto a su camarilla, legitimados con el voto de la mayoría, un craso error de esta democracia.

—Es el costo de la independencia y libertad, aunque esto suene a frase hueca pues la susodicha institucionalidad es un pretexto de los corruptos para seguir chupándonos la vida —dije.

—Sin duda alguna, serán ocho años de dictadura en democracia para nunca olvidar, como tituló el querido Gaetano Pandolfo su libro que narra los terribles años de enfermo alcohólico.

-¡Para nunca olvidar, puede decirlo de nuevo, estimado líder del pueblo en tiempos que se necesita un hombre valiente y patriota de verdad, porque ahora sobran los héroes tras una computadora o un celular!

—¡Para nunca olvidar, Chema Figueres es un dios a la par de esa cochinada en Zapote! ¡Un gusto Ruffino! —dijo el líder y me estrechó su recia mano de agricultor.

"Para nunca olvidar"... 

Fui diciendo esta frase de tres palabras hacia la estación mientras los vinos de más bebidos en el velorio de mi amigo dejaban su efecto. Súbitamente, al tanto repetía este mantra liberador la densa niebla se disipó dando paso a un firmamento estrellado.

La silueta de Célimo también recobró su estatura, allá, algo lejos, antes de doblar la esquina.

«Como esta niebla, volverán a aclararse estos oscuros nublados del día en el firmamento de la Patria», me dije reconfortado y abordé el último bus, que ya partía.


***

© "Lo que me dijo Célimo" es un cuento que he escrito hoy domingo, 18 de octubre de 2020. No pretendo vaya en libro, no más se queda por aquí.

Por otra parte, les anuncio el viernes 23 de los corrientes sale a la luz mi segundo libro de cuentos "Golpes bajos" (Ediciones "Nudo sin fin", 104 páginas, 16 piezas). Precio de ejemplar 7,000 colones, incluye envío por Courier, o bien si el lector o lectora radica en la GAM (desde Paraíso de Cartago a San Ramón), les llevo personalmente el libro. Igual precio. Aplica también para mi anterior obra de cuentos "Los perros también soñamos" (Veragua Ediciones, noviembre de 2019, 96 páginas, veinte relatos). Mi WhatsApp: (506) 85-28-84-87.


lunes, 13 de julio de 2020

Poema de Frank Ruffino: © EL HOMBRE PANDEMIA





Soñaba de niño con ser el Hombre enmascarado, cualquier hombre enmascarado...
Así, me disfracé
de Batman,
Supermán,
Hombre araña
y el Llanero solitario.

Mas, cada Día del Estudiante pasaba y volvía a ser yo, el niño que siempre soy.

(No hace mucho, fui el tipo
que más temía desde entonces:
el Hombre canceroso,
y estuve al pie
de mi propia sepultura;
pero, a tiempo, cuando ya venían
dos sepultureros silbando
una tonada amarga,
estas alas al fin abrieron,
¡y remonté hasta las constelaciones!).

Hoy, la inmutable y eterna
Ley de Atracción que nos tiene aquí, siempre termina por cumplirse con los personajes que no deseamos,
porque ahora éstos del Gobierno
realizan mi sueño, como les digo,
de ser nuevamente
el Hombre enmascarado,
y no cualquier enmascarado
ni por tiempo limitado,
hasta nuevo aviso,
con mi mascarilla azul.

...
Pie de foto:

YO, EL CARTERO DE MIS LIBROS

A las 7am de hoy, esperando bus en el Valle del Guarco, rumbo a Heredia a dejar libro a un estimable lector de mi obra «Los perros también soñamos», 20 cuentos, Veragua Ediciones, noviembre 2019. Los que no tenemos salario ni recibimos el Bono Proteger (apliqué hace tres meses y en espera), ni tenemos casa propia, debemos movernos. «El Quédate en Casa» es nuestra sentencia de muerte, el COVID-19, una «ilusión», sólo eso. Si otro estimado lector o lectora desea adquirir mi libro, con gusto se lo llevo hasta su casa si se ubica entre Paraíso de Cartago y San Ramón (GAM), 7,000 colones totales. Mi WhatsApp: 85-28-84-87. Tiempo de entrega: un día.

Nota: a los que previamente compraron mi libro, incluso pre-impresión, y que por un motivo u otro no se los he entregado, mayormente, una docena de devoluciones de Correos de Costa Rica, ahora que estoy en el Valle Central (ansío un día volver definitivamente a Tilawatlán, mi amado pueblo mesoamericano), pues sólo es cuestión de días para llevarles «Los perros también soñamos» hasta sus hogares. Infinitas gracias por la confianza y disculpas.

De este genio: cantautor, cineasta, actor, poeta, escritor, filósofo argentino, Leonardo Favio, su canción «Mi historia»:

https://youtu.be/nk1qMR1--hI

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