viernes, 13 de noviembre de 2020

Cuento de Frank Ruffino: © Un crimen singular (Confidencias de un demente)

 


Esta pandemia no puede contra la amistad, no la de las redes sociales, sino el contacto genuino y presencial, al parecer fatalmente herido desde antes de tal peste, y hoy decididamente prohibido por el establishment.

Mi viejo amigo, ex profesor de Filosofía y Letras, A.F., me había invitado a merendar en su casa de habitación, en ese lugar que aún llaman con el nombre de San Juan del Murciélago.

En este contexto de restricciones inverosímiles, como casi todos los susceptibles a enfermar gravemente, según advierten, el viejo de sesenta y cinco años realizaba en apariencia sólo salidas esenciales, una o dos por semana, al supermercado o farmacia, por lo que estaba deseoso de hablar con un individuo real. Y yo, que no he seguido tan a pie juntillas las prescripciones impuestas a las libertades individuales, pues, arriesgando todo, una tarde de este agosto que principia con creciente mortandad atribuida a la Covid-19, me vi en casa del Maestro.

Éste yacía endemoniadamente solo, incomunicado y deprimido a causa del férreo aislamiento, que poco me dejó exponer mis cuitas existenciales.

—¿Con leche o solito? —dijo.

—Acompañado, amigo.

Y empezó su casi monólogo. A medida que relataba su vida bajo el régimen de la «cuarentena», noté su rabia descomunal e insana ya iba más encaminada a un incipiente trastorno emocional de cuidado, por lo que, apenado, establecí pronta empatía con mi otrora mentor.

—Ignoraba de mis capacidades, hasta que las circunstancias me situaron en una inexorable perspectiva... Sentencian desde la antigüedad el precepto «no matarás», pero ya acorralado, peligrosamente acorralado, se es capaz de recurrir al asesinato, posiblemente ejecutándolo tan bien, que el más sorprendido es uno de la facilidad de despachar al indeseable ser...

Sobresaltado, debí interrumpir su disertación, expuesta tal como acostumbraba frente a veinte o treinta de sus amados alumnos:

—¡Cielos, profesor!, pero... ¡qué está hablando usted de matar!

—Hijo, no tendría el valor de cometer magnicidio, y eso que este presidente macaco lo merece, de ser linchado a mano de las masas, ¡por haberse convertido desde antes de la plaga en fabricante de pobreza a escala industrial!

Crispando sus manos cual energúmeno, se halaba los cabellos y barbas al tanto saltaba realizando ominosos ademanes que, con su metro noventa, por poco rozaban el cielorraso... Así que dejé libremente expusiera las ideas sin frenar su histérica alocución...

—Pero por favor, hombre, déjeme seguir la idea: Y «no codiciarás a la mujer de tu prójimo», mas, si ésta primero le codicia a uno, y es a simple vista despampanante, pues no voy a corresponder a la joven mofletuda de la esquina que usa adrede un escandaloso escote para seducirme al pasar frente a su casa; o a esa otra vecina fea y flaca a la que le faltan dos dientes y todavía así realiza un obsceno movimiento con su lengua enchapada de una fina lámina de sarro... ¡En tiempos de crisis financiera y pandemia sólo persiguen el dinero de mi jubilación!

»¡No seamos hipócritas...! Frente a estas mujeres, con poca o ninguna atracción física, intelectual o económica, el precepto bíblico automáticamente se cumple sin siquiera meditar en él. Vamos condicionados, cual zombis obsesionados asediando a la chica bella, el poder y la riqueza ¡y ni nos percatamos de este destino implacable dirigiendo nuestros pasos! Somos éticos y buenos cuando no se nos acomoda la situación, e inmorales y voraces al desear todo aquello que nos apasiona, enriquece o satisface.

»¡Es eso y nada más!».

Como cuando era su discípulo, yo no osaba hablar, porque, aunque viejo, el descontrol en un cuerpo corpulento y alto por instantes hacía ver al antiguo profesor vigoroso y amenazante. Estaba acorralado.

—Y ahora venirme este degenerado ministro a echar su perorata diaria de «Quédate en casa», que me ha empezado a hervir la sangre, ¡más de ciento cincuenta días en mi hogar con la pata quebrada!

»Todo ese recuento minucioso y necio del maniático jerarca de la salud pública, informando de los nuevos infectados; si acaso, alguna rara muerte reciente sin factores de riesgo a causa de la Covid-19; los nuevos recuperados, cifra que, comprobadamente manipula a su antojo; el recrudecimiento o liberación parcial de las restricciones aquí y allá imponiendo alertas de todos los colores... Porque según ellos, ¡el SARS CoV-2 puede matar hasta Superman!

»Al tanto se ejerce desde el poder la triste y pasmosa verdad de que en este caso se cumple aquel adagio «es peor el remedio que la enfermedad», mis propios ojos lo constatan, querido...».

Mi amigo realizó una pausa abrupta y extraña, y, sin esperar, gritó:

—¡Pero por favor déjeme hablar hombreeee!

—Perdón, profesor... —le dije evidentemente conmovido y confundido.

—¡Más te vale! —me reconvino. Advertía ya no era él, pero, sin saber hacia dónde huir, dejé continuara su desahogo terapéutico en bien del aprecio que le profeso.

—Decía, antes de la interrupción, que mis propios ojos constatan, querido, la ruina económica de muchos amigos: locales cerrados o clausurados sin estricta necesidad desde el primer caso de contagio; la mayor parte de ellos despedidos o quebradas sus ventas y empresas, ¡todo en nombre del virus manufacturado en los laboratorios de Wuhan!

»Ocurriendo todo esto, no sé si usted o alguna de sus amistades o conocidos, experimentará lo mismo que yo, de ver tanta fama y poder de un ser así de pequeñín e invisible arrodillando paso a paso a las más poderosas naciones, ¡que he llegado a amarlo con locura! La necedad y amenazas del Gobierno despertó en mí un deseo irrefrenable de ir contracorriente, de salir incógnito a la calle por las noches como un loco y mezclarme entre la chusma contagiada, ¡y planear raudo y alto, igual a esos desentendidos gallinazos sobrevolando desde siempre la miseria humana!».

Aunque tenía toda la razón respecto a los cierres y quiebra masiva adrede de esta pobre economía tercermundista, concluí definitivamente fungía como testigo de la desintegración paulatina de su mente.

—La mayoría pierde la cabeza por la luminaria de moda, esa superestrella de cine, cantante o deportista que ejercen un influjo arrasador y diabólico en las masas de todo el mundo, ¡yo perdí la cabeza por un virus! —vociferó.

Ya se hacía tarde y temía una sanción de cien mil colones y retiro de la matrícula del vehículo si conducía en «modo de alerta naranja». Entonces le manifesté mi preocupación... Él contestó:

—Tranquilo, escritor, no le dejaré en ascuas —y fue hasta un rincón del salón y cogió un mazo de fotocopias puesto sobre una de varias columnas de libros que apilaba por doquier—. El borrador de mi diario hablará de este, un crimen singular, lea las partes que usted desee y entérese en detalle.

—Agradecido, Maestro, todo un honor.

—¿Sabe?

—No...

—Lo que más odia el rebaño, es aquel que piensa de modo distinto, no es tanto la opinión en sí, como la osadía de querer pensar por sí mismo, algo que ellos no saben hacer.

—¡Dios, siempre genial y lúcido, mi profesor!...

—El pensamiento es de Arthur Schopenhauer. ¡Cómo le envidio!

Luego, a poco nos despedimos ejecutando un efusivo «abrazo» de la «nueva normalidad» chocando nuestros codos, yo, con mascarilla, careta y guantes.

Apenas salí de la residencia del profesor A. F., deseché este último implemento en el contenedor de basura de la esquina. Reproduzco aquí parte de su diario que me hizo cambiar de opinión sobre su estado mental. Juzguen los lectores.

***

02 DE AGOSTO

¡Gracias Virgen de los Ángeles! Sospecho contraje la Covid-19... ¡No cabe en mí esta súbita alegría, como experimentar un primer noviazgo o acertar el Gordo de la lotería!

07 DE AGOSTO

¡Al fin confirmo tengo Covid-19 y estoy henchido de gozo!

¡Comienzo a sentir igual que presidentes, reinas de belleza, aristócratas, actores y tantas otras luminarias infectadas por este campeón!

He ido donde la doctora Alejandra, una joven microbióloga perdidamente enamorada de mí. Ha jurado callar a cambio de un pronto encuentro con tal de que no reporte el caso a las autoridades salubristas y policiales.

¡Las cosas que hace el amor!

08 DE AGOSTO

Esta madrugada experimento en mi corazón y mente al SARS-CoV-2. Nunca imaginé, yo, solterón empedernido, tuviera un romance que, de haber sido posible aquí, legalmente, bajo la ideología de género, hasta la pertinente fecha de matrimonio vendría al caso. Imagino los titulares de los diarios: «Un eminente filósofo se casa con el coronavirus»; «SARS-CoV-2 y ex catedrático contraen nupcias»...

...Tos necia, fuertes dolores de pecho, pérdida de olfato, jadeos de perro; a falta de aire, sentirse uno zambullido de cabeza en un estañón de orines a mano de dos fornidos sádicos; esa fiebre brutal, infernal; la diarrea constante... He perdido algo de peso...

10 DE AGOSTO

Antes de las setenta y dos horas de iniciar con estos sobrecogedores síntomas, me he prescrito el sencillo tratamiento salvador yendo a la farmacia del pueblo. Temblaba cual cervatillo acorralado por un cazador, pues temo se me descubra y lleven preso. Al entrar he coincido con Marcelo, un don nadie que, en este tiempo de crisis, es para muchos un héroe al denunciar a cualquier sospechoso de portar el virus, y desnudar situaciones «anómalas» como pequeñas tertulias, sentarse en un banco exterior del parque precintado, el extraño infiltrado en alguna burbuja social... ¡Todo un soplón!

Me ha mirado fijamente...

—¿Está usted bien?, le noto el rostro muy rojo...

—He subido hace un rato el monte Tovar, ya sabe, amigo, este encierro sin ejercicio mataría...

—Bien, don Alberto, bien, debe cuidarse y no andar por ahí —me ha advertido.

—Estamos, buen día Marcelo.

Y este tipo cobarde y títere, receloso se ha alejado volteando dos o tres veces. ¡Por poco sucumbo!

He comprado dieciocho cápsulas de Ibuprofeno de 400 miligramos, una cada ocho horas durante seis días. Según un sabio amigo médico de Italia, esto evitará la inflamación de bronquios y pulmones, impidiendo que la Covid-19 escale a una infección mortal. ¡Púdrete, OMS!

11 DE AGOSTO

No he salido de casa durante mi romance, así no será fácil contagie a algún fulano o fulana y nadie sospechará de un crimen tan singular. ¡Deseo vivir este affaire solo en mi hogar, y soñar!

13 DE AGOSTO

Experimento una leve mejoría. No soy poeta, pero hoy compuse un texto pensando en tipos repugnantes y empoderados como Marcelo, que abundan en esta república. Helo aquí, adrede corrido, sin líneas poéticas ni estrofas:

ODA A LA PANDEMIA

No sólo afecta al blanco y al negro, al árabe o al judío..., la pandemia enseña gratuitamente muchas cosas: da clases de anatomía mostrando con horror que un pulmón palpita aún eviscerado el ser consciente, da lecciones de geografía y necrofilia. 

En la pandemia, sólo un apasionado como yo desea contagiarse. Algunos, al final del hambre en una pandemia políticamente mal gestionada, (de cuarentena dictatorial, cruenta y prolongada), cuando ya La Parca alza su hoz, comienzan a hurtar, robar, asaltar..., luego con más confianza y más hambre se abre la insólita faceta del canibalismo ¡y sálvese quien pueda! 

La pandemia hace muy mal, ya lo sabemos, pero es el maldito ciclo humano. En ella los sociópatas florecen y son felices: en medio del miedo y el caos pueden hasta fundar una familia, son respetados y algunos de ellos nombrados «héroes nacionales». 

La pandemia está mal diseñada porque es triste para los pobres, terriblemente triste y desolada, y el miedo y la locura se encabritan en las esquinas, y en cada rincón del hogar habita la ruina.

La pandemia viene cuando menos se la espera, por eso los hombres deben estar alertas inmersos en la paz que poco anuncia: sin avisar cae su telón gris-melancólico y es cuando los sueños, acomplejados, se esconden en el clóset, y las pesadillas hacen vida a plena luz del día.

 

14 DE AGOSTO

Día a día salgo de este feliz y deseado quebranto. Un ligero malestar de garganta me hace pensar, para el diecisiete de agosto estaré sin rastros de mi SARS-CoV-2. El amor verdadero no mata, edifica y da lecciones aportando al crecimiento personal.

¿Arrepentirme? ¡De nada! Hago lo que ordena mi más íntimo sentido de libertad y pensamiento, ¡nuestros derechos básicos inalienables! ¡Ninguna «puerta negra» de este presidente macaco y su ministro sanitario, testaferros y lugartenientes salubristas, resultará en un obstáculo!

17 DE AGOSTO

Como lo había previsto, ¡he vencido al sistema y a ese desgraciado de Tedros Adhanom!

***

Ya no sé qué pensar... ¡Y no salgo del asombro del peligro en que estuve de ser contagiado en la casa del profesor! He leído esta especie de bitácora o diario, lo más conmovedor que he visto durante la pandemia, ridículamente interminable para todos. Creo, más que trastornado, la verdadera «locura» de mi amigo es su rebeldía y libertad, una descontrolada y singular energía le asiste. ¿Aprendí una lección?... Únicamente el tiempo dirá...


Es veinticinco de agosto y esta mañana he visto al profesor A. F. junto a Alejandra. Caminaban gastando indumentaria deportiva, probablemente con meta hasta aquel cerro de rocas negras volcánicas, esa mística montaña coronada por una gran cruz blanca de mampostería y que suele cobijar a las parejas bajo el millar de escondrijos naturalmente románticos.

Les he saludado con un dejo de complicidad. Quizá ella no pueda interpretar mi guiño... El profesor es todo un pícaro caballero. ¡Salud!

FIN

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Imagen principal de esta publicación: Periódico La Vanguardia (España).