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domingo, 17 de marzo de 2024

© Para matar a un androide (Cuento de Frank Ruffino).

 


Con sus «sí señor» a todo, ese caluroso principio de enero el recién adquirido androide doméstico había colmado la paciencia de este cristiano, al punto de maquinar lanzarla a puntapiés por el balcón mientras ella limpiaba el piso de mármol granito. Pero pronto aplaqué mis instintos, de sólo calcular se me recargarían todas las labores de casa siendo imposible dedicar la mayor parte del tiempo a desarrollar mis aficiones más queridas.

Hacia finales de mes, ingenuamente pensé que para matar a un androide debía humanizarlo a través de emociones complejas, tales como el amor y sus atributos. 

Las primeras sesiones no fueron entendidas por mi fembot (y ahora creo, ni yo mismo), a quien bautizaba con el nombre de Scarlett, según yo, a manera de homenaje a la musa de Woody. Entonces, detuve la emisión de órdenes y en cambio ejecuté simples caricias, escalando a efusivos abrazos y agradables palabras, tan cargadas de buena vibra que, hasta una roca, empleando estos ejercicios y el tiempo debido, llegaría a reblandecerse.

A medida que continué programándola, percibía algunos cambios, diminutos, mas, repitiéndome el refrán «la paciencia es madre de toda virtud», y utilizando una especie de psicología inversa. Por fin un día, a escasos meses de semejante tarea que cualquiera calificaría de mayúsculo excentricismo maníaco, se me ocurrió probar el grado de sensibilidad humana ganada, tratándola precisamente como a un autómata, lo que era de principio en su constitución artificial:

—Agua, trae agua —le dije con tácito e imperativo mandato, para lo cual, repito, había sido concebida mi ginoide.

—Mimos, primero los mimos, luego toda el agua que el señor bipolar desee, según sea su sed —respondió Scarlett.

Así estuve buen rato sobando por doquier su acero inoxidable camuflado de falsa epidermis, declamándole bellos poemas amorosos de mi extenso acervo lírico, y, en cuestión de pocos segundos, saboreaba yo el fresco líquido del garrafón.

—¡Increíble, adorable, mucho más de lo proyectado! —Vociferé frotándome las manos.

Estaba colmado de dicha observando los avances del otrora frío, oscuro y duro robot, paulatinamente transformado en personita y no sólo en colaboradora doméstica proactiva con criterio propio y respetable cuota de dignidad, sino en bella chica más o menos de mi edad, alta, inteligente y talentosa... aunque de costumbres ciertamente felinas.

No obstante, estos sorprendentes hallazgos insospechados que deseaba gritar revelándolos al mundo, las exigencias de caricias crecían exponencialmente, tanto, que, literalmente, ya esto se desbordaba de mis manos: caricias para emplatar la mesa. Caricias por pegar el botón de la camisa. Caricias a cambio de un huevo frito o por un café, lustrar mis zapatos de corte italiano, caricias, llevar mis trajes a la tintorería, caricias...

Debo confesar, a este nivel de humanización los arrumacos no surtían efecto por sí solos si no iban adornados de nuevos, suaves poemas de amor y románticos parlamentos profundamente excitantes, seductores a su oído.

A los meses de este cortejo descontrolado a un artefacto práctico de última generación, me resultó más recurrente la sensación de ir palpando genuina piel de mujer, antes, una especie de plástico blando ligeramente aterciopelado simulando el vello femenino y que ocultaba su tosca naturaleza de objeto.

Primero creí se trataba de mera sugestión, mas, en las primeras celebraciones navideñas que disfrutaba mi Scarlett se aceleró esta metamorfosis: de compleja máquina portadora de inteligencia artificial para propósitos domésticos, a demandante dama de costumbres casi palaciegas.


En víspera de Nochebuena, mientras ella dormía, acoplé el oído contra su pecho, escuchando por vez primera un corazón latiendo a ritmo plácido y perfectamente acompasado. Luego, bajo el gran ciprés natural ornado de figuritas escarchadas y, concluyendo la cena de Nochebuena, abriendo ella los regalos, no me cabía la menor duda: del antiguo androide no quedaba nada, lo había aniquilado por completo. 

Mas, ninguna relación es un lecho de rosas. Una de tales y complejas noches en Año Nuevo, alcancé un nivel de extenuación preocupante tras escribir veinte relatos destinados a concurso literario que casi cerraba el plazo de convocatoria, habiendo olvidado felicitarla en su primer año de vida. Y hela ahí, vestida con la mejor pieza de ocasión especial, piernas y brazos cruzados, mirándome con una fijeza de tigresa que helaba mis frágiles entrañas, e imprimiendo en el rostro de mármol esa apabullante rabia voraz que lamento no haber leído a tiempo.

Naturalmente, Scarlett confiaba en esta buena memoria que, en apariencia, jamás olvidaría ese día sumamente especial, esperando lógicamente una sobredosis de mimos, tiernos poemas dichos a suave voz, sus flores preferidas, quizá... un delicado perfume, sin obviar el estuche de bombones de rigor. Todo esto lo había pasado por alto.

Al final de ese descalabrado día, achacándome era yo «pelmazo tóxico y patán», el antiguo androide me arreaba a puntapiés y empujones hacia el balcón con la intensidad de jugador de fútbol americano y casi fui echado por el bordillo al vacío. Gracias a un grato y exacto recuerdo que atesoro de las rimas de Bécquer y Neruda, me es dable contarles este cuento y no haber volado desde el piso veintiuno del bloque hasta la calzada.

Cavilo, las autoridades correspondientes habrían tomado todo como otro vulgar suicidio de escritor en desempleo crónico en el paro, porque, de llegar los investigadores a sospechar de Scarlett, pues que tengo mis reservas: en casos extremos, capaz retornaría a robot según se le presenten las circunstancias desfavorables.

Después de esa fecha, mas, cautivo de una extraña felicidad hasta ahora desconocida, hoy soy el que digo sí a todo y no veo otra figura frente al espejo del salón, que no sea a un tipo perfectamente robotizado realizando buena parte de las labores hogareñas.

Pero bien vale mi nuevo estilo de vida, al ir convencido, de estar sin la exuberante e hipersensible de Scarlett sí que llevaría yo una existencia de marioneta. Prefiero soslayar ese terrible riesgo de retornar a un triste cajón, aquel oscuro y solitario apartamento de antiguo solterón empedernido.

¡Ni pensarlo! 

FIN

Pueden adquirir mi libro "Para matar a un androide" (octubre 2023, 18 cuentos) a través del WhatsApp-Sinpe: 85-28-84-87: 7,000 colones por ejemplar, incluye envío. Es posible cancelar una vez que llega libro.

Mis tres publicaciones de cuentos: 12,000, precio que también contempla costo de correo rápido certificado.





jueves, 7 de marzo de 2024

© Para matar a un androide (Cuento de Frank Ruffino).

 


Con sus «sí señor» a todo, ese caluroso principio de enero el recién adquirido androide doméstico había colmado la paciencia de este cristiano, al punto de maquinar lanzarla a puntapiés por el balcón mientras ella limpiaba el piso de mármol granito. Pero pronto aplaqué mis instintos, de sólo calcular se me recargarían todas las labores de casa siendo imposible dedicar la mayor parte del tiempo a desarrollar mis aficiones más queridas.

Hacia finales de mes, ingenuamente pensé que para matar a un androide debía humanizarlo a través de emociones complejas, tales como el amor y sus atributos. 

Las primeras sesiones no fueron entendidas por mi fembot (y ahora creo, ni yo mismo), a quien bautizaba con el nombre de Scarlett, según yo, a manera de homenaje a la musa de Woody. Entonces, detuve la emisión de órdenes y en cambio ejecuté simples caricias, escalando a efusivos abrazos y agradables palabras, tan cargadas de buena vibra que, hasta una roca, empleando estos ejercicios y el tiempo debido, llegaría a reblandecerse.

A medida que continué programándola, percibía algunos cambios, diminutos, mas, repitiéndome el refrán «la paciencia es madre de toda virtud», y utilizando una especie de psicología inversa. Por fin un día, a escasos meses de semejante tarea que cualquiera calificaría de mayúsculo excentricismo maníaco, se me ocurrió probar el grado de sensibilidad humana ganada, tratándola precisamente como a un autómata, lo que era de principio en su constitución artificial:

—Agua, trae agua —le dije con tácito e imperativo mandato, para lo cual, repito, había sido concebida mi ginoide.

—Mimos, primero los mimos, luego toda el agua que el señor bipolar desee, según sea su sed —respondió Scarlett.

Así estuve buen rato sobando por doquier su acero inoxidable camuflado de falsa epidermis, declamándole bellos poemas amorosos de mi extenso acervo lírico, y, en cuestión de pocos segundos, saboreaba yo el fresco líquido del garrafón.

—¡Increíble, adorable, mucho más de lo proyectado! —Vociferé frotándome las manos.

Estaba colmado de dicha observando los avances del otrora frío, oscuro y duro robot, paulatinamente transformado en personita y no sólo en colaboradora doméstica proactiva con criterio propio y respetable cuota de dignidad, sino en bella chica más o menos de mi edad, alta, inteligente y talentosa... aunque de costumbres ciertamente felinas.

No obstante, estos sorprendentes hallazgos insospechados que deseaba gritar revelándolos al mundo, las exigencias de caricias crecían exponencialmente, tanto, que, literalmente, ya esto se desbordaba de mis manos: caricias para emplatar la mesa. Caricias por pegar el botón de la camisa. Caricias a cambio de un huevo frito o por un café, lustrar mis zapatos de corte italiano, caricias, llevar mis trajes a la tintorería, caricias...

Debo confesar, a este nivel de humanización los arrumacos no surtían efecto por sí solos si no iban adornados de nuevos, suaves poemas de amor y románticos parlamentos profundamente excitantes, seductores a su oído.

A los meses de este cortejo descontrolado a un artefacto práctico de última generación, me resultó más recurrente la sensación de ir palpando genuina piel de mujer, antes, una especie de plástico blando ligeramente aterciopelado simulando el vello femenino y que ocultaba su tosca naturaleza de objeto.

Primero creí se trataba de mera sugestión, mas, en las primeras celebraciones navideñas que disfrutaba mi Scarlett se aceleró esta metamorfosis: de compleja máquina portadora de inteligencia artificial para propósitos domésticos, a demandante dama de costumbres casi palaciegas.


En víspera de Nochebuena, mientras ella dormía, acoplé el oído contra su pecho, escuchando por vez primera un corazón latiendo a ritmo plácido y perfectamente acompasado. Luego, bajo el gran ciprés natural ornado de figuritas escarchadas y, concluyendo la cena de Nochebuena, abriendo ella los regalos, no me cabía la menor duda: del antiguo androide no quedaba nada, lo había aniquilado por completo. 

Mas, ninguna relación es un lecho de rosas. Una de tales y complejas noches en Año Nuevo, alcancé un nivel de extenuación preocupante tras escribir veinte relatos destinados a concurso literario que casi cerraba el plazo de convocatoria, habiendo olvidado felicitarla en su primer año de vida. Y hela ahí, vestida con la mejor pieza de ocasión especial, piernas y brazos cruzados, mirándome con una fijeza de tigresa que helaba mis frágiles entrañas, e imprimiendo en el rostro de mármol esa apabullante rabia voraz que lamento no haber leído a tiempo.

Naturalmente, Scarlett confiaba en esta buena memoria que, en apariencia, jamás olvidaría ese día sumamente especial, esperando lógicamente una sobredosis de mimos, tiernos poemas dichos a suave voz, sus flores preferidas, quizá... un delicado perfume, sin obviar el estuche de bombones de rigor. Todo esto lo había pasado por alto.

Al final de ese descalabrado día, achacándome era yo «pelmazo tóxico y patán», el antiguo androide me arreaba a puntapiés y empujones hacia el balcón con la intensidad de jugador de fútbol americano y casi fui echado por el bordillo al vacío. Gracias a un grato y exacto recuerdo que atesoro de las rimas de Bécquer y Neruda, me es dable contarles este cuento y no haber volado desde el piso veintiuno del bloque hasta la calzada.

Cavilo, las autoridades correspondientes habrían tomado todo como otro vulgar suicidio de escritor en desempleo crónico en el paro, porque, de llegar los investigadores a sospechar de Scarlett, pues que tengo mis reservas: en casos extremos, capaz retornaría a robot según se le presenten las circunstancias desfavorables.

Después de esa fecha, mas, cautivo de una extraña felicidad hasta ahora desconocida, hoy soy el que digo sí a todo y no veo otra figura frente al espejo del salón, que no sea a un tipo perfectamente robotizado realizando buena parte de las labores hogareñas.

Pero bien vale mi nuevo estilo de vida, al ir convencido, de estar sin la exuberante e hipersensible de Scarlett sí que llevaría yo una existencia de marioneta. Prefiero soslayar ese terrible riesgo de retornar a un triste cajón, aquel oscuro y solitario apartamento de antiguo solterón empedernido.

¡Ni pensarlo! 

FIN

Pie de collage: inferior, derecha, en 2017 con 48 kilos junto a mi canaria madre (qdDg). Actual: 92 kilos, doble de peso que cuando estaba desahuciado, producto de un cáncer involuntario (envenenamiento de una "dama") de 2003 que recurrió en 2016.

Cómo adquirir mi libro PARA MATAR A UN ANDROIDE

Pues través del WhatsApp-Sinpe: 85-28-84-87: 7,000 colones por ejemplar, incluye envío. Es posible cancelar una vez que llega libro.

Mis tres publicaciones de cuentos: 12,000, precio que también contempla costo de correo rápido certificado.

"Ve al oeste, jovencito"

Les comparto del famoso dúo británico de pop, Pet Shop Boy, su gran éxito mundial de 1993 "Go West":

https://youtu.be/qidpfeM-MJU?si=asR0QoKWJrDsM05-

Testimonio de Frank Ruffino 

MIS PALIZAS LITERARIAS 

Desde el 2017, cuando circunstancialmente empecé a aprender la mecánica del cuento, me vivo propinado constantes palizas mentales para mejorar, mejorar y mejorar. 

Naturalmente, yo era sólo un poeta desde los siete años, mas las altas dosis de radioterapia y quimioterapia me reconfiguraron el alma y el cerebro: figuración constante de historias es ahora mi forma de pensar. Veo todo literariamente. 

(Al gran cuentista y periodista estadounidense Ambrose Bierce le sucedió similar cuando de joven en la guerra le dieron un balazo en la cabeza que poco afectó su cerebro, pero lo hizo escritor. Carlos Fuentes se inspiró en Bierce para escribir "Gringo viejo": a los 71 años Ambrose marchó a la Revolución Mexicana y no se supo más de él, 1914. Ni lugar ni causa de su muerte se saben). 

Sobreviví a ese gran cáncer, gracias al amor por mis dos hijos pequeños, Bruno, Octavio y mi madre, y por mi avidez de explotar, literalmente, esta zona que se activó dentro de mi cráneo, yo, que no era apto para narrar. En los 20 días que estuve internado en el Hospital México, leí (y sigo leyendo) de ese magnífico y sin igual sitio literario de cuentos del estimadísimo maestro y escritor puertorriqueño Luis López Nieves, que es Ciudad Seva.

Y ya siete años de escribir como un condenado, tres libros publicados en este género, un premio literario en relato (tengo cinco libros de poesía y cinco galardones poéticos). 

Creo, en este 2024 llego a mi cuento 1000. Pero aún me falta mucho, a los escritores siempre nos faltará mucho porque anhelamos escribir el mundo. 

En este 2024:




viernes, 12 de enero de 2024

© Ahora me oirás hablar (Cuento de Frank Ruffino)


Mi antiguo amigo Enrique es de esos individuos que intentan reescribir la historia desde una óptica de oportuna intervención alienígena en todo.


Que si se viaja al pasado lo aconsejable es ocultar el smartphone, no sea un contemporáneo aparezca en el nuevo descubrimiento de un fresco en Pompeya, jeroglífico egipcio o teotihuacano... y sea calificado de viajero del futuro.

Más que claro, unos pocos han establecido, los objetos fuera de tiempo y lugar (ooparts) son siempre sospechosos en las imágenes, jeroglíficos e inscripciones del pasado.

¿Convivieron los humanos de hoy con los dinosaurios?

Todo esto lo he sabido por boca de Enrique, asiduo colaborador de medios como Factor X, Más Allá o revista Viajeros.

Autodenominado ufólogo, la otra noche trató de convencerme de que una ruedita dorada soldada en cierto hueso de dinosaurio comprado a un anticuario en Barranquilla, es incuestionable evidencia: «…Un tipo moderno visitó el Cretácico tardío allá en lo que es hoy Nuevo México».

—Oh... Dios... —Exclamé.

—Como en el cuento de Cenicienta, el hombre involuntariamente dejó ese botón de su jeans. Las fuerzas g de ese portal de retorno desprendió la pieza de la mezclilla —sentenció.

—Tiene lógica, aunque es más probable el tipo fuese devorado por esa bestia draconiana —le dije, aunque consumiéndome por la duda y mostrando cara de haberme topado con una extraordinaria epifanía.

—¿Conocieron los faraones el secreto de la electricidad? —Me pregunta a mí, que apenas encajo una bombilla en el plafón de mi lamparita de noche.

—Pienso, humildemente pienso, algunos rayos partieron las crismas a un puñado de egipcios del tiempo de Amenofis I —manifesté irónico.

—Esto no es un juego, se trata de información reservada por lo que no debe prestarse a la chanza barata —advirtió muy serio, taladrándome con una mirada de profunda lástima que me hizo sentir un cavernícola transitando la Avenida Quinta de Nueva York.

Para Enrique, es imposible el humano haya levantado majestuosas pirámides en Egipto o las de las culturas precolombinas. Pero yo callo, presa del terror, tratando de evitar sus exabruptos si se le contradice, porque es alto, corpulento y experto en artes marciales, refieren los muchachos del gimnasio en Sabana.

—Entonces, amigo, con todo respeto, si es así, las ciudades modernas de descomunales rascacielos, megapuentes, autopistas, túneles... ¿también son de factura alienígena? ¿No se constituyen en pruebas más que suficientes de que poseemos de larga data esa capacidad ingenieril?

—Simplemente, a tanto de observarlos, aprendimos a domeñar esas tecnologías —atinó a decir.

*

Harto de soportar las olímpicas burradas de Enrique, llegó por fin el día en que hubo un punto de quiebre en esta vieja relación de amistad, así, cierta mañana decidí echar en marcha mi plan.

En la víspera, le envié un WhatsApp invitándolo a desayunar en casa prometiendo revelarle la historia ultrasecreta (a todas luces falsa) de una exuberante vecinita, días atrás abducida por alguna raza de extraterrenos por definir.

Acordé con el de la seguridad trancar acceso principal al complejo de cuarenta pisos. Y a la hora acordada, encumbrado en el veinteavo nivel de los rascacielos gemelos Linda vista del Paseo Colón, vi llegar al creyencero de Enrique.

Megáfono en mano lo llamé desde el estrecho balconcillo monopolizado por una larga caña india que se eleva ya dos pisos más arriba:

—Eh, Enrique, aquí arriba. Ahora me oirás hablar, tú… que sostienes Cristóbal Colón descubrió América gracias a un misterioso mapa proveído por habitantes de las Pléyades... ¡Pamplinas, llegó porque tenía que caer aquí tan inteligente y estoico navegante!

»¿Que los cosmonautas dejaron su huella en las cuevas de Tassili o en Nazca?...

»¡Ridículo por demás!

»¿Las calaveras de cristal son de factura alienígena?...

»¡Eres un reverendo chorizo!

»¿Pilas voltaicas de miles de años de antigüedad o gigantescas columnas erigidas con una tecnología cósmica aún por descubrir...?

»¡Mierda y más mierda cabrón!

»Y el eterno temita del trasfondo alienígena del manuscrito Voynich, el Mecanismo de Anticitera o el Mapa de Piri Reis...

»¡Cazurro!».

Debo decir, allá, treinta o cuarenta metros abajo, el paranoico y energúmeno de Enrique realizaba ademanes nada civilizados. Afortunadamente no podía escucharle, pues su vozarrón no alcanzaba para tanto si ya el nutrido tránsito matinal apagaba sus maldiciones que contenían, de seguro, la fórmula para mi muerte lenta y dolorosa. Todavía así, tuve la energía y el suficiente valor para completar mi venganza.

—¡Y toma, quédate con el Más Allá y esta sarta de revistas irrisorias, mierdas más absurdas que el horóscopo chino!

Las hojas de los ejemplares se desparramaban en el aire mientras seguía vociferando por mi altavoz. Aunque no fuese mi objetivo, también había paralizado todo y hasta cierto noticiero amarillista de tv me filmaba tras el alcornoque de la glorieta de la esquina.

Para uno de mis cumpleaños, Enrique me había obsequiado una réplica barata de la Copa de Licurgo que ahora devolvía, con tan mala suerte que impactó en su tozudo cogote. Todavía así, se repuso con extraordinaria rapidez y comenzó a amenazar al tránsito aquella mañana de vendettas.

Confieso, nunca le volví a ver e ignoro si mi otrora amigo sería recluido en algún sanatorio.

Obviándose ese lado conspiranoico y necias supercherías, pienso, Enrique era un buen tipo. 

FIN

Hoy les comparto "Ameno", de Era, éxito mundial de 1996. Video-canción, subtítulos en español:



'Ahora me oirás hablar' es uno de los 18 textos de mi tercer libro PARA MATAR A UN ANDROIDE. Pueden adquirir la obra a través del WhatsApp-Sinpe: 85-28-84-87: 7,000 colones por ejemplar, incluye envío. Es posible cancelar una vez que llega libro.

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¡Gracias por la confianza!

viernes, 29 de diciembre de 2023

© LA ESPECIALIDAD DE TACONES (Cuento de Frank Ruffino).




Durante su jornada laboral, el carnicero Tacones se la pasa llorando anónimamente. Y no es cualquier lloriqueo que únicamente humedece sus ojos, sino suculentas lágrimas de Magdalena que corren vertiginosas por las mejillas, narices y bocas, impactando directamente los voluminosos segmentos de vaca, cordero o cerdo que va trozando en distintos cortes para posterior exhibición y venta.

Y es preciso cuando se desmarca de los colegas matarifes. Así me dilucidó tal paradoja el día que fui a entrevistarlo, pues, últimamente, resulta imposible obviar la larga fila de ciudadanos que cada día se forma frente a su negocio dando vuelta a la manzana:

—Nunca he matado un pollo, menos corderito; corazón no tengo para semejante y odiosa acción de quitarle la vida a una criaturita de Dios, pero la gente debe comer. Eso lo tengo clarísimo como este fiel espejo —pone el intimidante cuchillo de carnicero horizontalmente frente al rostro, se contempla y tristemente hace un guiño—. Soy perfecto inepto, un carnicero cobarde y sin vocación, mas, como todos, también debo subsistir y sacar adelante a mi familia.

—Bueno, señor Tacones, y es que tampoco es deber del carpintero realizar labor de leñador, ni del panadero sembrar trigo, ni del herrero extraer metal de la mina —le digo a este sensiblero de antología buscando yo alguna empatía.

—¿Y sabe algo, mi confiable e inteligente joven periodista?

—No...

—Antes que el oficio de carnicero, mi genuino desiderata estribaba en la heroica profesión del toreo, mas, al empezar a incursionar en este arte magno, al siguiente paso de clavar las banderillas, acto previo a la estocada fatal, pues que me quedaba de una pieza frente al pobre bruto y por muy poco escapé de ser cogido y fungir de trofeo.

—¡No!

—¡Pues sí que es así! Los ojitos que me hacía el toro aún me conmueven.

—Madre mía...

—Y la de todos... ¡nuestra Negrita Santísima!

Y vuelve sobre la acción de cercenar, cortar, trozar... no parando ese temporal de sentimientos convertido en abundantes lágrimas que, cuando se abren las esclusas de a de veras, trata de enjugar en su delantal blanco, ya impregnado de indefinidas salpicaduras gordas de sangre, quedando impresas las regiones de su rostro torturado.

Y es en este punto que evoco el Sudario de Turín. Un cuadro patético nada conocido por su numerosa clientela (y que le prometí no revelar en mi reportaje) al ser Juanita y Lupe, madre e hija, respectivamente, las encargadas de despachar adelante al público que acude fielmente y en tropel a Las delicias de Tacones, nombre del negocio cuyo lema reza:

Los mejores y más frescos cortes aderezados con sentimiento

Y no es mentira.

Así que el producto del establecimiento de este carnicero Tacones parece estar equilibradamente salado, extrajugoso y más fresco y conservado que de los de la competencia, del diluvio vertido sobre las piezas, un llanto incontenible sobre su mesa de destazador, larga y ancha pieza rectangular de acero inoxidable donde caben los cadáveres de dos vacas descuartizadas.

Y por los bordes adrede levantados hacia adentro, el charco de lágrimas crea una piscina de sanguaza única y especial en su superficie, esencia y adobo ultrasecretos que hace tan apreciable a este comercio cárnico sin igual.

FIN

"Sultans of Swing"

Hoy les comparto, de la extinta mítica banda británica de rock, Dire Straits (1977-1995), considerado como uno de los grupos musicales más exitosos de la historia de la música rock, su archifamoso tema de 1978 "Sultans of Swing": 

https://youtu.be/h0ffIJ7ZO4U?si=CTNtT_YU3EuF_bJG

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lunes, 25 de diciembre de 2023

RETRATO 2024 DE UN MUNDO PERDIDO (Artículo de Frank Ruffino).


Por despreciar a la Poesía olvidaron sentir más allá del alma (percibir) y, por ello, cualquier seudocanción en voz de un seudoartista los vuelca en lágrimas y pataletas. 

Por descartar la lectura del Cuento ahora se tragan cualquier historia devaluada, cerebros sin «aceite» literario: ¡que los políticos y otros monstruos con corbata piensen por ellos y los lleven al redil, como los quieren tener! 

No olvidemos, somos Homo Sapiens por el sagrado arte de contar, lo que lleva a pensar, imaginar, fantasear, inventar, comunicar, viajar... 

Entonces, está a punto de abrirse este 2024, otro ciclo de las grandes mentiras, con muchedumbres futboleras y de conciertos apoteósicos, dirigidas (las mentiras) por ladinos zorros de la sociedad masiva de consumo, fuertemente adiestrados en distraer a esta ganadería de borregos humanoides, de la esencia obtenida en diez mil años de historia. 

La Historia que nos cuenta mil y un relatos de extraordinarias civilizaciones, grandes sabios gobernantes y estadistas; escritores, poetas, músicos, filósofos y científicos, ahí, ahí, sin tener que ir ya a un edificio solemne (biblioteca o museo), hoy, mágicamente contenida en este aparatito de 300 gramos, criminalmente subutilizado, excepto para lo negativo y criminal. 

Porque las cortinas de humo que echa una degenerada y perversa élite, son adrede concertadas y espesas, y el hechizo asesino es pandémico: se debe aniquilar la capacidad de pensar, fabular y crear, de percibir e intuir (sentido de profundidad mental)... En fin, de pulverizar la voluntad literaria y artística. 

Época de las mujeres alienadas e imbéciles adictas al selfie, «Trastorno obsesivo compulsivo» (TOC), sin atención psiquiátrica de la salubridad pública; embrujo en acción por redes sociales las 24 horas del día, los 365 días al año. 

¡Basta ya de esta legión de idiotizadas ególatras tecnológicas! 

También se ha consolidado el tiempo de los analfabetas funcionales (la mayoría con algún «título académico», «abogados», «políticos», «periodistas», etc.), que medio saben leer, escribir y por lo dicho aquí, poco atesoran del arte de pensar, aunque tengan en sus manos, reitero, una biblioteca universal que rivaliza con todas las universidades de prestigio del planeta juntas. 

Y de la llamada «profesión» del «influencer», digo que se trata, por lo general, de un ciego guiando a millones de jóvenes ciegos. Este individuo sacado de la chistera de un mundo digital donde se aplaude lo bizarro y ridículo; inmerecidamente, es el nuevo «sacerdote», «pastor», «poeta», «escritor», «profesor», «maestro», «amigo consejero»... mas, por su mecánica de matar el tiempo, pues, con pasatiempos, guardan más semejanza a los antiguos payasos y saltimbanquis del circo. 

Así, deploro, sobremanera, la cuenta regresiva hacia la bestialidad y banalidad, que, parece, no tener ningún esfuerzo apreciable de contención, esto por parte de las sociedades y estados, porque, según veo, ya también la Familia tiró la toalla. 

Uno como comunicador, escritor y poeta lo detecta y siente y, aunque lleve algo de ego, tal fenómeno le sucede a miles de colegas en Costa Rica y el mundo: ante la publicación de mi tercer libro de cuentos «Para matar a un androide», los que deberían ser ejemplo y guía de la prole más joven en la familia, hablo de «viejos» como yo (en cuenta colegas de letras), sólo me desean felicidades y éxitos, incluso, pactan adquirir un ejemplar y hasta expresan se retarán a sí mismos, prometiéndome leer en papel los 18 textos de esta obra que cuesta lo que un six pack de cervezas. 

Y no cumplen... porque ya hasta perdieron el valor de la palabra empeñada (adquirir el cuentario). 

¡Por mí que sigan así! 

Entonces, a fondo, no sabrán nunca la forma en que un escritor pudo matar a un androide femenino (fembot o ginoide) en su cuento... 

¡Pues humanizándolo! 

Pero les dejo oculta esa historia, un «privilegio» para quien desee averiguar cómo la imaginación, que aún está libre de impuestos y control del sistema, concibió tal reto. 

No me cabe la menor duda, contra el humano actual (principalmente y estratégicamente la niñez) el cometido de esas élites de psicópatas, pasa por borrar todo sentido crítico, literario y artístico, que no piensen a fin de que pierdan identidad individual en la selva indiscriminada del consumo masivo. Y de «historias»... pues únicamente las payasadas de TikTok (o las películas de fantasía absurda o violenta), y, por ende, que llevan hacia la «demencia-Alzheimer» social, en el peor de los casos, junto al consumo de sustancias. 

Si la Humanidad sobrevive a esta involución de la civilización, este siglo será recordado por perderse, en tan sólo 25 años, el sentido musical, de lo que significa una buena letra en una canción y apreciación artística; y al no impartirse literatura intensiva en los sistemas educativos desde la primera infancia, la básica habilidad de comprensión de lectura; en fin, la capacidad de hablar, escribir, pensar, crear, soñar, de asombro y curiosidad... de todo aquello que nos hace humanos. 

¡Bienvenidos al mundo de los zombis amaestrados! 

*** 

Les comparto «Prehistórico pájaro blanco», y «El Rapto impensable», que son dos de los 18 textos de mi tercer libro PARA MATAR A UN ANDROIDE. Pueden adquirir la obra a través de mi SINPE MÓVIL: 85-28-84-87 (WhatsApp, para afinar detalles del envío): 7,000 colones por ejemplar, incluye envío. Es posible cancelar una vez que llega libro. 

Mis tres libros de cuentos: 12,000, precio que también contempla costo de correo rápido certificado. 

¡Gracias por la confianza! 

«El Rapto impensable» 

https://cuentosdefrankruffino.blogspot.com/2023/11/el-rapto-impensable-cuento-de-frank.html 

«Prehistórico pájaro blanco» 

https://cuentosdefrankruffino.blogspot.com/2023/12/prehistorico-pajaro-blanco-cuento-de.html

sábado, 23 de diciembre de 2023

© Prehistórico pájaro blanco (Cuento de Frank Ruffino).


Por la luz del pasado que nos llega contenida en la única imagen de su retrato fotográfico, sabemos hoy, Billy the Kid era un tipo poco apuesto, no obstante, para algunos el pistolero más rápido que ha existido sobre nuestro planeta rocoso, donde la violencia parece ser pan de cada día.


Este temido vaquero no tuvo oportunidad material ni temporal de siquiera intuir el rostro de Elvis, pero una tarde el rey experimentó un déjà vu al visitar Tombstone.

Años después relató la loca epifanía a Richard, su chofer que, ya viejo y en visita a mi pequeño país tropical (a donde los jubilados estadounidenses suelen venir a vacacionar cuando el invierno muerde duro en el norte) me confió la anécdota inspirándome el siguiente relato.

 ¿Richard? ¿Conductor de Elvis?

Vaya uno a saber si existió un tipo así o, de haber vivido, posiblemente su fantasma ebrio se habrá proyectado astralmente en mi plano mental (registro akáshico) mientras dormía a pierna suelta.

Cavilé, quizá se trataría de capricho de la cuántica neuronal o conexiones misteriosas de esa conciencia universal cósmica en que las supernovas y agujeros negros, a su debido tiempo y en la dimensión correcta, pueden producir cualquier evento por más rocambolesco que resulte ante pedestres ojos de Homo sapiens, mayormente habituados a creer a pie juntillas cosas e historias de menor cuantía urdidas por sus propios congéneres.

*

Elvis y Billy the Kid frente a frente en Fremont Street. Al borde de un abismo iridiscente cada quien anhela aniquilar a su improbable álter ego:

—Es injusto, Billy, este hermoso parece desarmado —suplica Mary Ellen, una de las chicas alegres que han salido del salón al percibir revuelo.

—No es mi problema, mataré a este epiléptico del tupé igual que a veintiún hombres según mi leyenda de pistolero.

Colmado de abrasadora envidia, Billy the Kid ignora que el viajero del futuro es a prueba de cualquier método exterminador, pues se conoce de la imposibilidad de ir al pasado con el ladino propósito de modificar los acontecimientos del mañana.

—Oh… Niño Billy, no lo mates, por el amor de Dios Niño no lo mates, es tan guapo y misterioso, ¡como de otro mundo!

—De este mundo... viviendo los últimos días de 1957 —aclara Elvis.

—¿Qué...? —Pregunta Mary Ellen, ofuscada y con marcado acento bostoniano.

—Nada, nada, guapa, pequeñeces en la tela espacio-tiempo o será que la imaginación es la cosa más rápida del universo... —atina a decir, mas el asunto queda ahí para la bella analfabeta que, sin proponérselo, estupendamente ha sabido atizar el fuego.

Entonces Elvis, gastando uno de sus muchos trajes al que llama afectuosamente Prehistórico pájaro blanco, comienza a rockear y contonearse de verdad y el barbero de enfrente recuerda una anguila eléctrica que de niño avistó varada en una playa de California. Y el polvo revuelto con estiércol parece no quitarle impulso, como si bailara en el mismo aire, inmaculado, sobre la porquería.

Más veloz que un pestañeo, el forajido Billy the Kid le coloca tres balas de plata en el rostro, pero los proyectiles traspasan al hijo predilecto de Memphis sin siquiera crearle sarpullido impactando la droguería.

Atónita, Mary Ellen se acerca al hijo de mamá Gladys y papá Vernon... El holograma interventor de Elvis toma su cadera y por arte de magia esta chica trastoca a Fender Stratocaster Player.

—¡Dios santo, Will, esto va calentando mágicamente! —Le dice una parroquiana a su cónyuge entre el gentío expectante, corrido a prudencial distancia de los involucrados en este inverosímil suceso que auguran sangriento.

—¡El show ha comenzado mis pajaritos! —Anuncia el Rey del Rock mientras eriza las cinco cuerdas del diapasón.

—La cosa se pone fea —replica Billy—. El tipo es hechicero —ladra y su áspero aliento huele a whisky y féretro. Muy ufano, lanza las ideas farfullando y exponiendo unos irregulares dientes de marmota—: ¡Aquí necesito más que un Billy the Kit!

Aún con sus cañones humeantes, de O.K. Corral emergen sombras de infames cuatreros, Billy Claiborne y dos pares de desagradables hermanos, los McLaury, Frank y Tom; y Clanton, Billy y Ike.


Además de cinturón negro y regular poder telepático, Elvis tiene lo suyo: de la esquina más próxima se materializa el legendario trío luminoso de alguaciles, los hermanos Earp: Wyatt, Morgan, Virgil, y Doc Holliday. De fondo, una banda sonora ambiente devuelve ecos de fierros y tambores de guerra, resoplidos de bestias enloquecidas, largas exclamaciones del pueblo en vilo, polvo y tufo a tabaco.

Son cinco pistoleros provistos con letales revólveres Colt 45 frente a igual número de rockeros armados de chicas convertidas en guitarras mágicas de sicodélicos diseños y colores, por lo que, estos sin alma, habituados a genuinas escopetas, rifles y pistolas, no saben bien qué cosa enfrentan.

Se trata de inocuos rayos láser proyectados de las palas de sus instrumentos, detonando a todo dar «Jailhouse rock» contra una lluvia de balas de grueso calibre que aún así son desviadas a través del campo magnético creado por el rey y pentagrama de ensueño, esta vez, menos peligrosas que esponjitas de azúcar.

La escena transcurre en treinta segundos con idéntico número de disparos. El imperio de la ley logra imponerse a puro rock and roll. Billy the Kid y dos forajidos sobrevivientes huyen despavoridos al desierto en sus nerviosos caballos desbocados y, de legítimo miedo, los hermanos McLaury y Billy Clanton yacen muertos con los oídos hechos una sangría.

Mary Ellen y nueve vaporosas saltarinas del salón Bird Cage agasajan a los cinco gladiadores ejecutando marcialmente un baile de alta energía (el cancán) que proyecta sus ondas gravitacionales hacia todo el planeta y universo.

A dos chicas por cabeza, marchan a la garganta resplandeciente del agujero de gusano, mientras el rey entona un éxito, el mayor de su carrera gloriosa, que será del arsenal posterior: «Can’t Help Falling in Love», y es en ese preciso instante que el grupo sufre un estirón de espagueti hasta cerrarse el diminuto portal interdimensional, tan pequeño como la cabeza de un alfiler.

FIN

Precisamente, les comparto hoy esta mítica canción de nuestro amadísimo e inolvidable Rey del Rock, "Can´t Help Falling in Love" (1961), su balada romántica más celebrada:

https://youtu.be/Yzpj0amDC-c?si=ObqrxMa5u73Sacxe

'Prehistórico pájaro blanco' es uno de los 18 textos de mi tercer libro PARA MATAR A UN ANDROIDE. Pueden adquirir la obra a través del WhatsApp-Sinpe: 85-28-84-87: 7,000 colones por ejemplar, incluye envío. Es posible cancelar una vez que llega libro.

Mis tres publicaciones de cuentos: 12,000, precio que también contempla costo de correo rápido certificado.

¡Gracias por la confianza!

jueves, 14 de diciembre de 2023

Miércoles de Tafil (Cuento de Frank Ruffino).

 


Ehombre frente a mí, casi en la ancianidad, brilló como catedrático de Filosofía y Letras en la principal universidad pública de mi país. Yo fui su alumno aventajado y discípulo más amado.

Hacía cinco años había perdido la cordura cuando su mujer huyó con un poeta nicaragüense de tercera, truhan y casanova.

—Y cuando no hace calor, querido Ruffo, está muy caliente. Tiquicia se lo buscó: merecidamente tienen a este tóxico mundial del presidente Rocha, "Alienator Rajónasaurus", científicamente. ¡Y pobres la G y la P.!

—Triste realidad mi profe Constantino, también me conduelo por esas damas, y todavía más por Laura, Díaz y Munive, aunque esta última va tan obnubilada como Eva Braun por Hitler.

—¡Mujeres alienadas por el rey Caimán! Pero, es de destacarse, que aquí en Costa Risa también cuando no hace frío se está uno incómodo, sobremanera congelado por impuestos de toda clase, tamaños y sabores.

—¡Sin duda alguna, hasta el cuello!

—Tanto como el gringo loco del peluquín zanahoria para EUA., el gobernante de aquí es la desgracia desafortunada para esta república Banana Split, con 200 años de esclavitud abarrotando al mundo de helados barco de banano.

—¡No pueden quejarse, un postre exquisito my teacher!

—Este Rajónasaurus sabe del arte maquiavélico de gobernar como el Papa criar cochinillos, aunque en su Gabinete de ministros es un pésimo veterinario, al punto de no poder castrar a Acosta, el chivo de Hacienda... un verdugo con el pueblo empujándonos cargas impositivas hasta la médula. ¡Paloma Negra Chavela!

—Le comprendo, Maestro. Ahora las cosas van al revés, el malo es bueno y el bueno estorba... ¡Vivimos en un mundo notablemente ridículo y distópico!

*

Esa fue mi última visita al Hospital Nacional Psiquiátrico Manuel Antonio Chapuí y Torres.

Lo han anunciado hoy: mi exprofe «se creyó goma de mascar, colocándose furtivamente en medio de las llantas traseras de un camión cargado de camotes que iba en reversa».

Así lo relató La Extra en su edición de ayer.

¡Y al enterarme lloré lágrimas de fuego a menos 30 grados Celsius, yo, que soy tan equilibrado! Todavía recuerdo todito de esa larga tertulia y lo que me reveló don Constantino:

—La Junta de Loterías, la fábrica de guaro y banca estatal son la Cosa nostra. Y vea cómo en la bóveda del Nacional retozan los altos funcionarios, en contubernio con los políticos de turno. Me lo reveló esa bella y esbelta dama... 

¡Dios!... mi entrañable mentor enajenado señaló a la Primera Dama sobre unos criminales zancos en la sala de televisión que, con un pobre castellano, aseguraba a viva voz era Cleopatra.


¡Suyy Cleopatraa, el puderr tótal de la Viaá Lactiá, más les valie sigian mis ins-tru-chi-o-nes!, —vociferaba ante por lo menos una treintena de pacientes, en su mayoría exjerarcas de este gobierno, acojonados en sus sillas que, presas de un terror rayano en la cordura, miraban en todas direcciones temiendo entrara cayo Alienator con sus legiones y populacho pospandémico conducido por la misteriosa Señora de Purral.

Esta espectacular Cleopatra sabía cómo nadie el arte de dominar a los locos. Según mi antiguo profesor, por veinte años fungió de alta funcionaria de ese ente demoníaco del Banco Mundial, donde tuvo la mala suerte de conocer a Rocha.

—Oh... pobre doña Signe, tan bella, la más linda que ha pisado Casa Zapote, tanto como Jackie Kennedy.

—¡Mas linda que la nica Miss Universal! Y con este poder de locura que inyectaron los ticos en su cónyuge, pues ahí está, sólo eso ha bastado para que cayera en las lunas de la locura.

—¡Pobre! Y al parecer... la sustituta será la Natalie...

—¡Ni lo quiera La Negrita, esa bella de Natalia sea la próxima consorte! ...Porque Rocha le hace lo mismo que Enrique VIII a Ana Bolena... ¡que le corten la cabeza!

—¡Oh Dios mío... la cabeza... la cabeza...., tan linda nuestra pollita!

—¿Sabes algo, mi pupilo?

—¿Qué, mi maestrito?

—Este minipresidente talibán con sus dos dedos de frente y ese hociquito y barbas espantosas, debe ser postulado para El libro Guinness de los Records... ¡ni un macaco exhibe cerebro así!

—Pero... estimadísimo, es casi imposible: corromperían a la junta de notarios testigos y este gobernante en disminución terminaría como el más sabio del mundo. Y es harto sabido, ese lugar sólo está reservado para luminarias del tipo de Albert Einstein, Tesla o Arquímides de Siracusa...

En sus escasas treguas de tímida lucidez, este genio, caído en la demencia más pasmosa, mostraba algún resabio de su celebrada cordura: «Nuestro mandatario es el gran espejo del pueblo. Si esta pobre e indisciplinada nación de analfabetas funcionales, necesitara retocar su rostro idiota con mueca eterna de felicidad inflada, y con un fútbol internacional de quinto nivel, pues únicamente debe ver a su Elegido con esa hórrida expresión de sátrapa, vista sólo en Mussolini, Stalin o Hitler».

—¡Sin duda alguna, puedes establecerlo así! —Querido.

¡Hee dichou soy Cleopatrraaa y debien so-me-tiersemé desdie horra si no lies apagou la tele! —Ordenó la señora Zeikate.

Y los locos, de rodillas ante su reina suplicaban no cometiera ese atroz crimen tecnológico de dejarlos sin las cuarenta y ocho pulgadas de la pantalla plana. Ladraban, maullaban, balaban, rugían y graznaban como cuervos impidiendo tan ominosa acción.

—Soy Bubble Yum de tutti frutti en las fauces del presidente macaco cogobernando con la OCDE y los otros entes financieros internacionales, espantosos verdugos. Algunas veces desorientado mientras masca el poder, Rocha me traga y le traspaso hasta el retrete. ¡Nunca constaté un saco de estiércol como ese, ni todos los cagaderos de los antiguos vikingos en York le superan! Sabe usted, los paleontólogos han encontrado un solo coprolito de 20 centímetros de largo, y tan grueso como este puño.

—Tendrá su consejo de nutricionistas tradicionales bien remunerados, no obstante, parece, porta Taenia solium porque la timba ya le revienta el saco —tercié.

—Hum...Tania... ¿Y ahora cuál mujer es esa?

—No, padrecito, es el nombre científico de la lombriz solitaria.

—Ah ya... el repulsivo tipo pasa sus días como un rey consentido en su exclusiva burbuja donde los chupamedias abundan, peleándose unos con otros por agradar a este déspota bipolar, un insaciable ególatra. Refiere Cleopatra, doña G llamó al consejo de gobierno y circo de prensa "miércoles de Tafil".

—...¿Tafil... otra dama?

—No no, que me manda a decir mi amigo Calígula por medio de su caballo Incitatus, que hizo cónsul, los ministros, más las ministras, ese terrible día se zampan un tonel del ansiolítico llamado Tafil...

—¡Qué madre, era de esperarse, sólo así empastillado uno con amansalocos, ese repulsivo Rasputín es medio digerible!

—¡Lógico, no es para menos! Aquí, en esta universidad nos tienen a un régimen dietético agresivo y obsceno de tres tiempos con sopa de camote, y bananas como postre. Si nos portamos bien, los domingos, un helado barco de banano tricolor más muñequillo de cacao, réplica de Rocha, todo en alusión al Bicentenario de esta República Banana Split. ¡Vieras qué dientes de azúcar exhibe ese emplasto!

¡Cleupatria, lies digou que suy Cleoupatraaia hijius de la grandiusíshima putia! —Espetó la bella letona, extrayendo de sus enaguas un grueso tubo de hierro y, al ver aquello, los locos aterrados corrieron desbandados y algunos saltaron por las ventanas.

Una docena de fornidos enfermeros con cascos azules y camisas de fuerza irrumpieron en el amplio salón de entretenimiento. La sirena no paraba de aullar y el ambiente tornó en un pandemónium de antología.

Mi exprofe y yo corrimos hasta la mesa de ping-pong, y a golpes quitamos a Choreco y otro loco reacio, creo, el Jorge Rodríguez, totalmente ajenos del levantamiento. Volcamos la plancha verde retrocediendo hasta un ángulo del recinto, pues millares de objetos nos llovían de todas direcciones.

¡Ha llegaduo la blancaia Guardiau Pre-to-rriana de mi amadou cayou Chaveliou, ahorra sábrian lo que es obedeuozer a Romaia! —Anunció finalmente Cleopatra.

—Esté usted tranquilo, mi Rufinito, sólo se trata de la clase de Historia Universal —me aclaró el profe.

—Es toda una notable lección magistral, Maestro. No le conté, en la columna patriótica semanal, el periodista Mr. Ed Espinoza... caballo con voz, con voz, con voz, no hay dos, no hay dos... relinchó: «Rocha baila cual mariposa y pica como abejón» —le dije.

—¡Gran filósofo don Mr. Ed, pero eso de compararlo con Alí es una locura más!

—¡Cómo ninguno, ni la Pilar le aguanta un salto!

Y no podíamos sustraernos a tanta emoción académica que había tomado el control de aquel salón. Mi Maestro me haló del brazo y nos sumamos a la bola de estudiantes sublevados contra el implacable poder de Roma.

FIN

Este cuento sátirico
sólo es un quite de ciudadano y escritor, polícamente incorrecto por plantear parte de la realidad nacional. Tiene como base un relato que integra mi segunda obra de relatos "Golpes bajos" (2020).

*


Pueden adquirir mi tercer libro de cuentos a través del WhatsApp-Sinpe: 85-28-84-87: 7,000 colones por ejemplar, incluye envío. Es posible cancelar una vez que llega obra.

Mis tres publicaciones de cuentos: 12,000, precio que también contempla costo de correo rápido certificado.

¡Gracias por la confianza!

Les comparto algo más halagüeño que este bizarro tema político nacional:

"Goodbye", éxito mundial de Air Supply, 1993:


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